Estaba pensando en las cosas que me frustra no haber conseguido. En hasta qué punto el conseguirlas dependía sólo de mí, en lo bien o mal que hice lo que me pertocaba hacer en cada ocasión y en algunos asuntos que simplemente planteé mal desde el principio.
Acabo de escribir esto de aquí arriba y de releer los dos últimos posts: todo se está poniendo demasiado personal.
Voy a desaparecer unos días. Tómenselo como unas vacaciones.
Hasta la vuelta.
...
...
Pero ¿dónde están mis modales? ¡Me iba sin dejarles una triste canción!
dissabte, 31 de juliol del 2010
divendres, 30 de juliol del 2010
Me pasó una vez: quise estar más pendiente de alguien que lo que ese alguien quería que estuviera pendiente de él. El típico asunto de querer ayudar a quien no necesita ayuda. La situación que viene después de ejercer el exceso de volcamiento hacia una persona es muy desagradable: tú piensas que estás allá ejerciendo de punto de apoyo firme e incondicional, siempre disponible... Todo muy noble, sí, pero va y te acaban mandando a la mierda y de repente todo adquiere tintes de injusticia quasi mítica ejercida contra tu persona y te da tanta rabia que olvidas que lo realmente injusto es haberte empeñado en meterte en un sitio en el que no te quieren para nada.
Lo de echar una mano sólo en la medida en que es necesario es complicado. Para quien lo hace, es casi imposible que se dé cuenta de que se está pasando y lo más probable es que cuanto más ahogue más bueno se crea, angelico... Buscando el paradigma extremo, me viene a la cabeza toda aquella gente que pensó que la guerra que montó EE.UU. en Irak era un acto necesario para la liberación de aquel país. (Bueno, ya he dicho que era extremo el ejemplo).
De aquella vez que explicaba al principio, aprendí que el truco para ser un apoyo eficaz, como para casi todo, es escuchar. Escuchar mucho. Y estar disponible para que la persona en cuestión te encuentre cuando necesite que le escuchen. Y, entonces, escuchar más.
No sentirse ofendido si no te necesitan, es igual de importante.
S. vino a casa hace unos días y yo la recibí con las orejas abiertas (y los brazos, claro, será por brazos para recibir a S....). Me pegué un par de días sintiéndome la superescuchadora hasta que una tarde llamó su madre, le preguntó qué hacíamos y oí que S. respondía: "Aquí, contándonos nuestras historias" o algo parecido. Me sorprendió el plural. Recapitulé a cámara rápida nuestras conversaciones de los días anteriores y vi que, efectivamente, habían sido conversaciones, que yo había hablado también por los codos y que S. me había escuchado casi tanto como yo a ella. Mientras parecía que S. era la que más necesitaba ser escuchada en ese momento, ella misma había estado siguiendo atenta todo lo que yo le contaba, cuando a mí ni tan sólo me había pasado por la cabeza que también necesitaba alguien que me escuchara.
Y así, con la visita de S. aprendí un poco más de qué iba esto de la amistad.
Lo de echar una mano sólo en la medida en que es necesario es complicado. Para quien lo hace, es casi imposible que se dé cuenta de que se está pasando y lo más probable es que cuanto más ahogue más bueno se crea, angelico... Buscando el paradigma extremo, me viene a la cabeza toda aquella gente que pensó que la guerra que montó EE.UU. en Irak era un acto necesario para la liberación de aquel país. (Bueno, ya he dicho que era extremo el ejemplo).
De aquella vez que explicaba al principio, aprendí que el truco para ser un apoyo eficaz, como para casi todo, es escuchar. Escuchar mucho. Y estar disponible para que la persona en cuestión te encuentre cuando necesite que le escuchen. Y, entonces, escuchar más.
No sentirse ofendido si no te necesitan, es igual de importante.
S. vino a casa hace unos días y yo la recibí con las orejas abiertas (y los brazos, claro, será por brazos para recibir a S....). Me pegué un par de días sintiéndome la superescuchadora hasta que una tarde llamó su madre, le preguntó qué hacíamos y oí que S. respondía: "Aquí, contándonos nuestras historias" o algo parecido. Me sorprendió el plural. Recapitulé a cámara rápida nuestras conversaciones de los días anteriores y vi que, efectivamente, habían sido conversaciones, que yo había hablado también por los codos y que S. me había escuchado casi tanto como yo a ella. Mientras parecía que S. era la que más necesitaba ser escuchada en ese momento, ella misma había estado siguiendo atenta todo lo que yo le contaba, cuando a mí ni tan sólo me había pasado por la cabeza que también necesitaba alguien que me escuchara.
Y así, con la visita de S. aprendí un poco más de qué iba esto de la amistad.
Pasa que un día veo a alguien por primera vez. A alguien que ya conozco, quiero decir. Y me pregunto si él por dentro se siente tan diferente como lo estoy viendo yo. Y sospecho que seguramente no. Y acabo pensando si no seré yo la que he cambiado.
(Perdonen por el tono críptico-privado del asunto; estoy de resaca salvaje, de esas que, por mucho que te hablen y te cuenten, sólo dejan que en tu cabeza resuene un tontísimo tarareo contínuo).
Viva Toormix, viva Beñat y viva la familia Sanz, las goletas y los mascarones de proa.
I el Fede també: visca el Fede.
Y vivan los exnovios que te preguntan si te sientes sola.
Y viva toda la gente nueva que vi ayer. O sea, viva yo.
(Perdonen por el tono críptico-privado del asunto; estoy de resaca salvaje, de esas que, por mucho que te hablen y te cuenten, sólo dejan que en tu cabeza resuene un tontísimo tarareo contínuo).
Viva Toormix, viva Beñat y viva la familia Sanz, las goletas y los mascarones de proa.
I el Fede també: visca el Fede.
Y vivan los exnovios que te preguntan si te sientes sola.
Y viva toda la gente nueva que vi ayer. O sea, viva yo.
dijous, 29 de juliol del 2010
(And now, for something completely different)
Madre, ayer me compré un vestido preciosísimo, con el cuerpo a rayas blancas y rojas y la falda crudo y plisada. En el momento de pagar, le hice a la dependienta una pregunta que te había oído hacer a ti un millón de veces, cuando nos llevabas a los tres, a principio de curso y en primavera, a renovar el vestuario.
Dije: Y esto, ¿para planchar?
La dependienta contestó: Pon por si acaso un paño de algodón entre la plancha y el vestido y ten cuidado con los pliegues.
Y yo, suelta perdida: Sí, claro, lo plancharé respetando el plisado.
Acabo de sudar la gota gorda planchando la falda plisada doblez por doblez (que a punto he estado de enviarle una carta a Deleuze diciéndole que es de los míos), con el calor que hace. Si me vieras... estarías orgullosa de mí. Pero ni me vas a ver ni yo te lo voy a explicar porque ya sabes cómo van estas cosas: planchar faldas plisadas es más de tu época que de la mía y nuestra relación siempre ha sido una guerra encarnizada entre tu época y la mía, aunque bien que sé yo que tú te has dejado alguna vez todo el día la cama sin hacer y bien que sabes tú que yo me he pasado más de una tarde haciendo croquetas.
No puedo decírtelo porque lo interpretarías como un triunfo y pensarías que no todo está perdido y te pondrías a imaginar mi boda con un chico de Pamplona, en la mismísima catedral a la que me llevaste a bautizar. Y no estoy dispuesta a aceptarte esta victoria, que luego te llevas unos disgustos...
En fin, que gracias por enseñarme a mala cara (mía) a planchar faldas plisadas; por todos los "pon el dedo aquí" y por aguantarme los morros mientras lo ponía.
Yo, la próxima vez que vaya a tu casa, voy a ponerme el vestido para que tú me digas en perfecto pamplonica: "Ah, ya me gusta, pero ¿plancharlo ya sabrás?" Y yo te conteste: "Ya he planchado". Y tú te sonrías y lo dejemos aquí.
Un beso, madre.
Madre, ayer me compré un vestido preciosísimo, con el cuerpo a rayas blancas y rojas y la falda crudo y plisada. En el momento de pagar, le hice a la dependienta una pregunta que te había oído hacer a ti un millón de veces, cuando nos llevabas a los tres, a principio de curso y en primavera, a renovar el vestuario.
Dije: Y esto, ¿para planchar?
La dependienta contestó: Pon por si acaso un paño de algodón entre la plancha y el vestido y ten cuidado con los pliegues.
Y yo, suelta perdida: Sí, claro, lo plancharé respetando el plisado.
Acabo de sudar la gota gorda planchando la falda plisada doblez por doblez (que a punto he estado de enviarle una carta a Deleuze diciéndole que es de los míos), con el calor que hace. Si me vieras... estarías orgullosa de mí. Pero ni me vas a ver ni yo te lo voy a explicar porque ya sabes cómo van estas cosas: planchar faldas plisadas es más de tu época que de la mía y nuestra relación siempre ha sido una guerra encarnizada entre tu época y la mía, aunque bien que sé yo que tú te has dejado alguna vez todo el día la cama sin hacer y bien que sabes tú que yo me he pasado más de una tarde haciendo croquetas.
No puedo decírtelo porque lo interpretarías como un triunfo y pensarías que no todo está perdido y te pondrías a imaginar mi boda con un chico de Pamplona, en la mismísima catedral a la que me llevaste a bautizar. Y no estoy dispuesta a aceptarte esta victoria, que luego te llevas unos disgustos...
En fin, que gracias por enseñarme a mala cara (mía) a planchar faldas plisadas; por todos los "pon el dedo aquí" y por aguantarme los morros mientras lo ponía.
Yo, la próxima vez que vaya a tu casa, voy a ponerme el vestido para que tú me digas en perfecto pamplonica: "Ah, ya me gusta, pero ¿plancharlo ya sabrás?" Y yo te conteste: "Ya he planchado". Y tú te sonrías y lo dejemos aquí.
Un beso, madre.
dimecres, 28 de juliol del 2010
Creo que el Parlament o se ha precipitado admitiendo a votación la ILP de los toros justo en este momento o aquí hay algo que huele mal. Me explico:
Pregúntenle a un antitaurino estas cuantas preguntas de sí o no:
-¿Al toro le hacen una escabechina a la altura de la parte alta del lomo cuando le clavan banderillas, varas de rejoneo, puya, etc.? El antitaurino diría: SÍ
-¿El toro sufre mientras le hacen todo esto? SÍ
-Al toro, cuando le clavan el estoque, ¿le atraviesan directamente y, con un poco de suerte para él, a la primera pulmones y corazón? SÍ
-Cuando ya está muerto el toro, ¿lo atan a tres mulas que se lo llevan a rastras hasta corrales, dejando un reguero de sangre en la arena de la plaza? SÍ
-A veces, encima, ¿no le cortan las dos orejas y el rabo para que el torero se pegue el paseíllo enseñándolos orgulloso a la gente de los tendidos, que le aplauden a rabiar? SÍ
Ahora pregúntenselo a un protaurino. Responderá exactamente lo mismo.
Una pregunta más: ¿Existen maneras menos crueles de matar a un toro? Los dos responderán otra vez: SÍ. Incluso se puede no matarlo.
La discusión viene cuando las preguntas dejan de ser de sí o no.
Si la pregunta es: Si esta manera de matar a un toro es tan cruel y se puede hacer de otra manera, ¿no deberían dejar de celebrarse las corridas de toros? Aquí el taurino apelaría a la tradición, al arte, a lo bien que vive el toro hasta ese momento, a que el toro de lídia sería un animal ya extinguido si no existiera esta tradición y hasta a la industria y la pasta que mueven las corridas de toros. Y el antitaurino esgrimiría términos como costumbres primitivas, derechos de los animales, el hacer espectáculo del terror y de la tortura, comportamientos bárbaros... probablemente se acabaría desnudando, tirándose un cubo de pintura roja por encima y pegándose unas banderillas sin punta en la espalda.
Y no habría manera de hacer cambiar de bando ni a uno ni a otro.
Así que es absurdo pensar que la votación de hoy, con sus intervenciones, con sus discursitos, en el Parlament, consistía únicamente en acabar aprobando una ley para el bienestar, la tranquilidad y el derecho a una muerte digna del toro de lídia. Había más. Se estaba hablando de abolir una tradición que hace mucha gracia a unos y maldita la gracia a otros, pero que es una tradición y que es un arte, cruel, sí, pero arte. ¿Se imaginan que vengan ahora a decirnos que van a quemar toda la serie "Los desastres de la guerra" de Goya porque constituyen una colección de imágenes demasiado crueles? Y ojo, no estoy equiparando una cosa a la otra; a fin de cuentas, Goya no iba empalando y descuartizando gente para luego dibujarlo y pasearse blandiendo los papelitos ante la ovación del público. Pero intenten imaginarse el debate que generaría la cosa: los goyinos diciendo "¡¡¡es arte!!!", los antigoyinos gritando: "¡¡¡es demasiado cruel!!!" ¿Les suena?
Lo que decía: la cosa no iba de asegurarle al toro una vida tranquila y una muerte digna. ¿Qué se hace en el Parlament? En el Parlament se hace política. Luego, ¿qué se estaba haciendo hoy en el Parlament? Política. Y además el de hoy era un tema delicado: se estaba votando la prohibición o no de una tradición arraigadísima en España. ¿Verdad que hace unas semanas, cuando se votó la ILP por una Cataluña libre de alimentos transgénicos, no hubo demasiado revuelo? Pues miren la que se está montando en cambio con la de los toros aquí y aquí , por ejemplo.
¿Se montó ésta cuando en Canarias, hace casi 20 años, también se prohibieron las corridas de toros? ¡Nop! ¿Nadie había visto que aquí sí que se montaría? Pemítanme dudarlo... Que estamos en periodo preelectoral, por Dios, que la gente acaba decidiendo su voto por este tipo de cosas que lo único que hacen es despistar, que esto es más viejo que la sopa de ajo: toros y fútbol-fútbol y toros, el opio del pueblo otra vez en dosis directas a vena.
Mañana no quiero ni abrir los periódicos. Muy triste todo.
Pregúntenle a un antitaurino estas cuantas preguntas de sí o no:
-¿Al toro le hacen una escabechina a la altura de la parte alta del lomo cuando le clavan banderillas, varas de rejoneo, puya, etc.? El antitaurino diría: SÍ
-¿El toro sufre mientras le hacen todo esto? SÍ
-Al toro, cuando le clavan el estoque, ¿le atraviesan directamente y, con un poco de suerte para él, a la primera pulmones y corazón? SÍ
-Cuando ya está muerto el toro, ¿lo atan a tres mulas que se lo llevan a rastras hasta corrales, dejando un reguero de sangre en la arena de la plaza? SÍ
-A veces, encima, ¿no le cortan las dos orejas y el rabo para que el torero se pegue el paseíllo enseñándolos orgulloso a la gente de los tendidos, que le aplauden a rabiar? SÍ
Ahora pregúntenselo a un protaurino. Responderá exactamente lo mismo.
Una pregunta más: ¿Existen maneras menos crueles de matar a un toro? Los dos responderán otra vez: SÍ. Incluso se puede no matarlo.
La discusión viene cuando las preguntas dejan de ser de sí o no.
Si la pregunta es: Si esta manera de matar a un toro es tan cruel y se puede hacer de otra manera, ¿no deberían dejar de celebrarse las corridas de toros? Aquí el taurino apelaría a la tradición, al arte, a lo bien que vive el toro hasta ese momento, a que el toro de lídia sería un animal ya extinguido si no existiera esta tradición y hasta a la industria y la pasta que mueven las corridas de toros. Y el antitaurino esgrimiría términos como costumbres primitivas, derechos de los animales, el hacer espectáculo del terror y de la tortura, comportamientos bárbaros... probablemente se acabaría desnudando, tirándose un cubo de pintura roja por encima y pegándose unas banderillas sin punta en la espalda.
Y no habría manera de hacer cambiar de bando ni a uno ni a otro.
Así que es absurdo pensar que la votación de hoy, con sus intervenciones, con sus discursitos, en el Parlament, consistía únicamente en acabar aprobando una ley para el bienestar, la tranquilidad y el derecho a una muerte digna del toro de lídia. Había más. Se estaba hablando de abolir una tradición que hace mucha gracia a unos y maldita la gracia a otros, pero que es una tradición y que es un arte, cruel, sí, pero arte. ¿Se imaginan que vengan ahora a decirnos que van a quemar toda la serie "Los desastres de la guerra" de Goya porque constituyen una colección de imágenes demasiado crueles? Y ojo, no estoy equiparando una cosa a la otra; a fin de cuentas, Goya no iba empalando y descuartizando gente para luego dibujarlo y pasearse blandiendo los papelitos ante la ovación del público. Pero intenten imaginarse el debate que generaría la cosa: los goyinos diciendo "¡¡¡es arte!!!", los antigoyinos gritando: "¡¡¡es demasiado cruel!!!" ¿Les suena?
Lo que decía: la cosa no iba de asegurarle al toro una vida tranquila y una muerte digna. ¿Qué se hace en el Parlament? En el Parlament se hace política. Luego, ¿qué se estaba haciendo hoy en el Parlament? Política. Y además el de hoy era un tema delicado: se estaba votando la prohibición o no de una tradición arraigadísima en España. ¿Verdad que hace unas semanas, cuando se votó la ILP por una Cataluña libre de alimentos transgénicos, no hubo demasiado revuelo? Pues miren la que se está montando en cambio con la de los toros aquí y aquí , por ejemplo.
¿Se montó ésta cuando en Canarias, hace casi 20 años, también se prohibieron las corridas de toros? ¡Nop! ¿Nadie había visto que aquí sí que se montaría? Pemítanme dudarlo... Que estamos en periodo preelectoral, por Dios, que la gente acaba decidiendo su voto por este tipo de cosas que lo único que hacen es despistar, que esto es más viejo que la sopa de ajo: toros y fútbol-fútbol y toros, el opio del pueblo otra vez en dosis directas a vena.
Mañana no quiero ni abrir los periódicos. Muy triste todo.
Apple me manda un mail para presentarme el iMac más potente hasta la fecha.
Por lo visto, es éste:
Y yo pienso: ah, pues encantada, iMac más potente hasta la fecha. A la vez que pienso: Pero si es igual que todos... La "más potencia" debe de ir por dentro; debe de ser una especie de plus, de añadido, de "súper" puesto delante del iMac (el superiMac), de "mega" enganchado al nombre (el megaiMac), de "postiMac", de "requeteiMac"... Y me acuerdo de José Luis Pardo diciendo hace unos días que anhelaba el día que se acabara por fin la modernidad porque ya le hemos agotado todos los prefijos y esto hace tiempo que ha empezado a ser un coñazo (bueno, lo de coñazo lo digo yo).
Porque, a ver, ¿qué hay de nuevo? No sé ustedes pero yo, que este verano me quiero pegar el festival de la lectura, me he puesto a leer el tiempo perdido desde la primera página. Y voy leyendo y pienso: Después de esto, no hay poesía. Después de esto, NO HAY filosofía, no porque no pueda haberla en el sentido de "después de Auschwitz blablabla", si no porque simplemente NO LA HA HABIDO! Y por mucho que uno se empeñe en buscar cosas nuevas, ¿con qué se encuentra? Por favor, la Nocilla es más vieja que el collage!
Vale, un ejemplo más frívolo: me invitan a una fiesta este jueves al Museu Marítim, así que decidida a seguir la máxima de mi madre "La elegancia consiste en saber estar en cualquier situación", me pongo a buscar un vestido con motivos marineros (sí, yo hago estas conexiones de ideas tan papanatas). Lo acabo encontrando en una tienda de Riera Baixa por la que llevo un rato dando vueltas pensando: Después de los 60-70 NO HAY vestidos (dense una vuelta y lo comprobarán: todos distintos, todos bien cosidos, nada hecho en serie...). Y la dependienta me dice: "Espera que te arreglo el cinturón en un momento", y yo pienso: Después de las dependientas de toda la vida, ¡NO HAY dependientas!
Así que ya ven: ¿que hay que hacer el megaiMac del futuro? escóndanlo dentro del iMac que todos conocemos, ¿que hay que morirse del gusto leyendo? desempolven el París de hace casi un siglo, ¿que hay que hacer la fiesta del año? háganla entre goletas de hace siglos; ¿que hay que buscar un vestido nuevo? búsquenlo entre los de hace décadas.
Todo es post-, nada parece ser pre-. O igual es que lo preahora parece más sólido y, por tanto, invita más a agarrarse a ello en plan mantita de seguridad ante lo que pueda ser el postahora este que nos espera. Si es que llega a haber un postahora algún día.
Por lo visto, es éste:
Y yo pienso: ah, pues encantada, iMac más potente hasta la fecha. A la vez que pienso: Pero si es igual que todos... La "más potencia" debe de ir por dentro; debe de ser una especie de plus, de añadido, de "súper" puesto delante del iMac (el superiMac), de "mega" enganchado al nombre (el megaiMac), de "postiMac", de "requeteiMac"... Y me acuerdo de José Luis Pardo diciendo hace unos días que anhelaba el día que se acabara por fin la modernidad porque ya le hemos agotado todos los prefijos y esto hace tiempo que ha empezado a ser un coñazo (bueno, lo de coñazo lo digo yo).
Porque, a ver, ¿qué hay de nuevo? No sé ustedes pero yo, que este verano me quiero pegar el festival de la lectura, me he puesto a leer el tiempo perdido desde la primera página. Y voy leyendo y pienso: Después de esto, no hay poesía. Después de esto, NO HAY filosofía, no porque no pueda haberla en el sentido de "después de Auschwitz blablabla", si no porque simplemente NO LA HA HABIDO! Y por mucho que uno se empeñe en buscar cosas nuevas, ¿con qué se encuentra? Por favor, la Nocilla es más vieja que el collage!
Vale, un ejemplo más frívolo: me invitan a una fiesta este jueves al Museu Marítim, así que decidida a seguir la máxima de mi madre "La elegancia consiste en saber estar en cualquier situación", me pongo a buscar un vestido con motivos marineros (sí, yo hago estas conexiones de ideas tan papanatas). Lo acabo encontrando en una tienda de Riera Baixa por la que llevo un rato dando vueltas pensando: Después de los 60-70 NO HAY vestidos (dense una vuelta y lo comprobarán: todos distintos, todos bien cosidos, nada hecho en serie...). Y la dependienta me dice: "Espera que te arreglo el cinturón en un momento", y yo pienso: Después de las dependientas de toda la vida, ¡NO HAY dependientas!
Así que ya ven: ¿que hay que hacer el megaiMac del futuro? escóndanlo dentro del iMac que todos conocemos, ¿que hay que morirse del gusto leyendo? desempolven el París de hace casi un siglo, ¿que hay que hacer la fiesta del año? háganla entre goletas de hace siglos; ¿que hay que buscar un vestido nuevo? búsquenlo entre los de hace décadas.
Todo es post-, nada parece ser pre-. O igual es que lo preahora parece más sólido y, por tanto, invita más a agarrarse a ello en plan mantita de seguridad ante lo que pueda ser el postahora este que nos espera. Si es que llega a haber un postahora algún día.
dilluns, 26 de juliol del 2010
Yo, cuando voy a la Barceloneta y desde la arena, de cara al mar, miro a la derecha, pienso en dos personas: una, en el Watusi (miren a lo alto del hotel Vela y lo entenderán), y otra, en A.
A., a quien se le acaba de salir de plano algo importante en la vida, lleva un mes sin playa y hoy tampoco irá. Así que yo voy a acercarme hasta allá sólo para contarle que todo lo demás sigue en su sitio: el hotel, la W. y el barrio que, tal como me lo presentó, de todos los en los que ha vivido, es el más suyo.
A., a quien se le acaba de salir de plano algo importante en la vida, lleva un mes sin playa y hoy tampoco irá. Así que yo voy a acercarme hasta allá sólo para contarle que todo lo demás sigue en su sitio: el hotel, la W. y el barrio que, tal como me lo presentó, de todos los en los que ha vivido, es el más suyo.
dissabte, 24 de juliol del 2010
Conversación de viernes por la tarde:
H.: Y de libros, el María Moliner me lo llevo seguro.
I.: Ah, pues estupendo porque ahí ya tienes todas las palabras.
H.: Sí. "Moby Dick" por ejemplo está en el María Moliner.
I.: Bueno, con los verbos sin conjugar.
H.: Claro, bueno, alguno regular sí que habrá...
I.: En el María Moliner está "Moby Dick" en indio americano.
H.: Y de libros, el María Moliner me lo llevo seguro.
I.: Ah, pues estupendo porque ahí ya tienes todas las palabras.
H.: Sí. "Moby Dick" por ejemplo está en el María Moliner.
I.: Bueno, con los verbos sin conjugar.
H.: Claro, bueno, alguno regular sí que habrá...
I.: En el María Moliner está "Moby Dick" en indio americano.
divendres, 23 de juliol del 2010
Tengo un amigo que piensa que, con todo esto del pase usted primero, no, no, por favor, usted primero, que se está viviendo en el Tour de Francia, el ciclismo está perdiendo toda épica.
Tengo otro que se quita el sombrero ante la deportividad que representa todo esto del pase usted primero, no, no, blablabla, que se está viviendo en el mismo Tour de Francia.
Las dos posturas conllevan cierta verdad. La misma situación puede interpretarse como la pérdida de la esencia de un deporte, por un lado, y como el triunfo de la mismísima deportividad, por el otro. Y las dos interpretaciones son válidas.
... Y que yo llevo un lío en la cabeza con esto de que ante el mismo estímulo, la gente se quede con matices tan dispares que les lleve a reaccionar de maneras tan diferentes pero igual de válidas, que a veces, escribiendo estas parrafadas o hablando en persona con alguien, me llego a sentir como una francotiradora a discreción, ratatatatatatatatatatatata, para, al acabar la ráfaga, quedarme embobada pensando: ¿Con qué se habrá quedado de todo lo que he dicho? Lo que ha entendido, ¿se parecerá en algo a lo que le quería decir?
Y como siempre acabo largándome de la escena del crimen tarareando todo da, todo da, todo da lo mismooooo...
Tengo otro que se quita el sombrero ante la deportividad que representa todo esto del pase usted primero, no, no, blablabla, que se está viviendo en el mismo Tour de Francia.
Las dos posturas conllevan cierta verdad. La misma situación puede interpretarse como la pérdida de la esencia de un deporte, por un lado, y como el triunfo de la mismísima deportividad, por el otro. Y las dos interpretaciones son válidas.
... Y que yo llevo un lío en la cabeza con esto de que ante el mismo estímulo, la gente se quede con matices tan dispares que les lleve a reaccionar de maneras tan diferentes pero igual de válidas, que a veces, escribiendo estas parrafadas o hablando en persona con alguien, me llego a sentir como una francotiradora a discreción, ratatatatatatatatatatatata, para, al acabar la ráfaga, quedarme embobada pensando: ¿Con qué se habrá quedado de todo lo que he dicho? Lo que ha entendido, ¿se parecerá en algo a lo que le quería decir?
Y como siempre acabo largándome de la escena del crimen tarareando todo da, todo da, todo da lo mismooooo...
Hay días en los que hay que hacer verdaderos esfuerzos para no convertirse en una cínica, con todas las letras, desde el punto de la mañana.
Lo digo porque, saltando de edición en internet en edición en internet de diario, me encuentro con el anuncio de los contenidos del suplemento de El Periódico de este fin de semana. Aquí. Sí, sí; han leído bien: Mick Jagger revela al mundo las claves para mantenerse en forma. Si llegan hasta el final del artículo, verán la lista de ilustres colaboradores (regaladores también de sabios consejos y agudas miradas que conseguirán hacer de la vida del lector una cosa más agradable) de tan imprescindible revista: David Trueba, Isabel Coixet, Andreu Buenafuente, Carme Ruscalleda y Joan Barril (cuidado: no intenten visualizar todas sus caras juntas).
Paro de leer. Me voy a El Café de Ocata, que siempre me hace así un poco como de "terapia para el alma" (que, mira, es el título del post de hoy), y vuelco un poco del cinismo este del que les hablaba en un comentario un poco tonto al que el Sr. Luri y alguno de sus otros lectores habituales responden en seguida haciendo que parezca hasta un poquito inteligente (el comentario de servidora, digo). Pienso en todo lo que aporta tener lectores leídos. Pienso en cómo han abandonado los mass media toda intención de buscar un público inteligente y, más que eso, en cómo han llegado a la premisa (premisa que nunca, jamás, se dirá en voz alta, pero que debe de sobrevolar constantemente las reuniones de contenidos): "la gente es tonta y traga con todo; ofrezcámosles contenidos para idiotas" (¿¡¿¡¿¡¿¡Mick Jagger dando consejos para estar en forma!?!?!?! Pues sí: Mick Jagger dando consejos para estar en forma). Y acabo al borde de perder la poca fe que me queda en casi todo.
Pero bueno, no se preocupen, seguramente lo único que me pasa es que esto, la gran broma infinita de Stanley Milgram, es lo primero que he leído esta mañana.
Esto lo arreglo yo haciendo unas cuantas cosas de las de verdad importantes: voy a cambiar la caja de arena de los gatos y a pasarme por Correos a enviar un par de cosas que tengo pendientes. Ya verán cómo se me olvida enseguida la comezón esta de ir por ahí intentando destapar cavernas.
Lo digo porque, saltando de edición en internet en edición en internet de diario, me encuentro con el anuncio de los contenidos del suplemento de El Periódico de este fin de semana. Aquí. Sí, sí; han leído bien: Mick Jagger revela al mundo las claves para mantenerse en forma. Si llegan hasta el final del artículo, verán la lista de ilustres colaboradores (regaladores también de sabios consejos y agudas miradas que conseguirán hacer de la vida del lector una cosa más agradable) de tan imprescindible revista: David Trueba, Isabel Coixet, Andreu Buenafuente, Carme Ruscalleda y Joan Barril (cuidado: no intenten visualizar todas sus caras juntas).
Paro de leer. Me voy a El Café de Ocata, que siempre me hace así un poco como de "terapia para el alma" (que, mira, es el título del post de hoy), y vuelco un poco del cinismo este del que les hablaba en un comentario un poco tonto al que el Sr. Luri y alguno de sus otros lectores habituales responden en seguida haciendo que parezca hasta un poquito inteligente (el comentario de servidora, digo). Pienso en todo lo que aporta tener lectores leídos. Pienso en cómo han abandonado los mass media toda intención de buscar un público inteligente y, más que eso, en cómo han llegado a la premisa (premisa que nunca, jamás, se dirá en voz alta, pero que debe de sobrevolar constantemente las reuniones de contenidos): "la gente es tonta y traga con todo; ofrezcámosles contenidos para idiotas" (¿¡¿¡¿¡¿¡Mick Jagger dando consejos para estar en forma!?!?!?! Pues sí: Mick Jagger dando consejos para estar en forma). Y acabo al borde de perder la poca fe que me queda en casi todo.
Pero bueno, no se preocupen, seguramente lo único que me pasa es que esto, la gran broma infinita de Stanley Milgram, es lo primero que he leído esta mañana.
Esto lo arreglo yo haciendo unas cuantas cosas de las de verdad importantes: voy a cambiar la caja de arena de los gatos y a pasarme por Correos a enviar un par de cosas que tengo pendientes. Ya verán cómo se me olvida enseguida la comezón esta de ir por ahí intentando destapar cavernas.
dilluns, 19 de juliol del 2010
(De los cambios de humor)
Un día, te levantas de mal humor y triste. Se te va la mañana pensando que tienes que hacer tal o cual cosa pero eres incapaz de levantar el culo de la silla en la que te has sentado hace una hora para tomarte el café. Y el café ya está frío, claro, y eso te pone aún de peor humor. Entonces, te arrastras hasta el ordenador y ves que te han pagado del trabajo. Pones música, te duchas cantando, te vistes y sales de casa. Así. Por las buenas.
Es sólo un ejemplo; no es que la pasta me ponga de tan buen humor, que a veces también, a qué negarlo. He experimentado esta especie de subidones repentinos también por hechos igual de simples como recibir un e-mail o una llamada de alguna persona concreta, acordarme de repente de que faltan pocos días para que llegue tal, ver al Koldo haciendo el mongo con una bolsa de plástico o recordar que aquella noche es la noche que había quedado con cual.
También me pasa al contrario: del buen humor al mal humor en cuestión de segundos. Para esto creo que incluso soy más sensible. Me bastan ciertos comentarios, leer ciertas cosas en el periódico, que se me olvide que tengo la leche al fuego, encontrarme con demasiada gente en el metro...
Cuando empecé a ser consciente de la fragilidad de mis estados de buen y mal humor, pensé que era una histérica. Luego leí el "Combray", de Proust, y me hizo mucha gracia encontrarme en las últimas páginas con la descripción de un cambio de humor brutal en tiempo récord del protagonista del asunto.
El protagonista del asunto está convencido de que la literatura no es lo suyo; ha decidido abandonarla como había hecho ya anteriormente unas cuantas veces pero, después de un paseo por el campo, monta en el coche de un vecino y, fascinado por la naturaleza que acaba de ver, le pide un lápiz y escribe de un tirón una página entera describiéndola. Acaba y, de tanta felicidad, se pone a cantar. Hasta que se da cuenta de que esa noche llegaría más tarde de lo normal a casa, le dejarían comer el primer plato y lo enviarían directamente a dormir. Su madre se quedaría acabando de cenar a la mesa y acabaría mucho más tarde que él, así que, esa noche, no subiría a darle el beso de buenas noches. ¡Pum! Caída libre en picado: preocupación, tristeza, ganas de llorar y ¿quién se acuerda ya de la canción que estaba cantando dos líneas antes? Probablemente sólo el vecino, que en ese mismo momento en el que el niño se calla, debió hacer justo el viaje anímico contrario al del pasajero en cuestión; del agobio a la alegría absoluta al comprobar que el cursi por fin se había callado y él podía conducir tranquilamente la media horita de camino que les quedaba hasta casa.
Pues eso, que leer esto me hizo ese tipo de gracia que va acompañada por la fascinación de comprobar que a veces esos asuntillos que piensas que pasan sólo en tu cabeza, tienen un qué de universalidad. Pero vaya, que no por eso dejé de pensar que soy una histérica, quiero decir: que al desequilibradito de Proust le pasara antes que a ti la misma idea por la cabeza, vendría a demostrar precisamente lo contrario.
Lo soy, no puedo remediarlo... Esta noche vuelve S. Voy a ducharme y a buscarla a la estación. ¡Yupi!
Un día, te levantas de mal humor y triste. Se te va la mañana pensando que tienes que hacer tal o cual cosa pero eres incapaz de levantar el culo de la silla en la que te has sentado hace una hora para tomarte el café. Y el café ya está frío, claro, y eso te pone aún de peor humor. Entonces, te arrastras hasta el ordenador y ves que te han pagado del trabajo. Pones música, te duchas cantando, te vistes y sales de casa. Así. Por las buenas.
Es sólo un ejemplo; no es que la pasta me ponga de tan buen humor, que a veces también, a qué negarlo. He experimentado esta especie de subidones repentinos también por hechos igual de simples como recibir un e-mail o una llamada de alguna persona concreta, acordarme de repente de que faltan pocos días para que llegue tal, ver al Koldo haciendo el mongo con una bolsa de plástico o recordar que aquella noche es la noche que había quedado con cual.
También me pasa al contrario: del buen humor al mal humor en cuestión de segundos. Para esto creo que incluso soy más sensible. Me bastan ciertos comentarios, leer ciertas cosas en el periódico, que se me olvide que tengo la leche al fuego, encontrarme con demasiada gente en el metro...
Cuando empecé a ser consciente de la fragilidad de mis estados de buen y mal humor, pensé que era una histérica. Luego leí el "Combray", de Proust, y me hizo mucha gracia encontrarme en las últimas páginas con la descripción de un cambio de humor brutal en tiempo récord del protagonista del asunto.
El protagonista del asunto está convencido de que la literatura no es lo suyo; ha decidido abandonarla como había hecho ya anteriormente unas cuantas veces pero, después de un paseo por el campo, monta en el coche de un vecino y, fascinado por la naturaleza que acaba de ver, le pide un lápiz y escribe de un tirón una página entera describiéndola. Acaba y, de tanta felicidad, se pone a cantar. Hasta que se da cuenta de que esa noche llegaría más tarde de lo normal a casa, le dejarían comer el primer plato y lo enviarían directamente a dormir. Su madre se quedaría acabando de cenar a la mesa y acabaría mucho más tarde que él, así que, esa noche, no subiría a darle el beso de buenas noches. ¡Pum! Caída libre en picado: preocupación, tristeza, ganas de llorar y ¿quién se acuerda ya de la canción que estaba cantando dos líneas antes? Probablemente sólo el vecino, que en ese mismo momento en el que el niño se calla, debió hacer justo el viaje anímico contrario al del pasajero en cuestión; del agobio a la alegría absoluta al comprobar que el cursi por fin se había callado y él podía conducir tranquilamente la media horita de camino que les quedaba hasta casa.
Pues eso, que leer esto me hizo ese tipo de gracia que va acompañada por la fascinación de comprobar que a veces esos asuntillos que piensas que pasan sólo en tu cabeza, tienen un qué de universalidad. Pero vaya, que no por eso dejé de pensar que soy una histérica, quiero decir: que al desequilibradito de Proust le pasara antes que a ti la misma idea por la cabeza, vendría a demostrar precisamente lo contrario.
Lo soy, no puedo remediarlo... Esta noche vuelve S. Voy a ducharme y a buscarla a la estación. ¡Yupi!
diumenge, 18 de juliol del 2010
(De cuando, sin querer, me emociono)
Va V. y me regala el "Blood on the tracks" en vinilo, así, como quien no quiere la cosa: lo ha encontrado en la deixalleria de Molins, entre un lote de discos de alguna tienda que ha cerrado. Me dice: "Toma, para ti". Y yo lo cojo, lo miro, le miro a él, vuelvo a mirar el disco y le vuelvo a mirar a él. Le digo: "Pero, ¿para mí? ¿Seguro? Es un disco muy bueno...". Y me dice: "Sí". Y yo miro el disco otra vez, veo dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí y pienso que ese es el momento del fundido a negro final, de una película que, qui ho anava a dir, ha acabado bien.
Va V. y me regala el "Blood on the tracks" en vinilo, así, como quien no quiere la cosa: lo ha encontrado en la deixalleria de Molins, entre un lote de discos de alguna tienda que ha cerrado. Me dice: "Toma, para ti". Y yo lo cojo, lo miro, le miro a él, vuelvo a mirar el disco y le vuelvo a mirar a él. Le digo: "Pero, ¿para mí? ¿Seguro? Es un disco muy bueno...". Y me dice: "Sí". Y yo miro el disco otra vez, veo dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí y pienso que ese es el momento del fundido a negro final, de una película que, qui ho anava a dir, ha acabado bien.
dissabte, 17 de juliol del 2010
(De mujeres)
Hablando con mi amiga S., que acaba de salir -de mala manera y llevándose ella la peor parte- de una relación bastante larga, acabo hablando de mis experiencias como novia abandonada y abandonadora. Es normal: S. ahora anda un poco confusa y busca identificarse con alguien. Ella pregunta y yo contesto. A buena a ido a parar.
Ella pregunta y yo contesto, decía, y en una de éstas le cuento de aquella vez que yo, abandonadora, recibo una llamada de mi ex que me propone volverlo a intentar. "No", le contesto, a lo que él replica: "Vaya, no pensaba que me dirías que no... Ya no eres tan joven y, bueno...". "Pues ya ves", le interrumpí. Este diálogo me dio pie para pensar en la imagen tan extendida de las mujeres de mi edad que hay por ahí suelta entre el género masculino.
Por lo que me ha llegado, es bastante común la imagen de que aquí, las chicas, estamos tan obsesionadas con tener hijos que, llegados los 35, empieza una especie de cuenta atrás en la que todo y cualquiera vale con tal de ser inseminadas y nos convertimos en una especie de depredadoras-vampiras-anuladoras de la personalidad del macho, con un único objetivo: el de ser unas amitas de casa con un hombre bien amarrado a la pata de la cama. Me baso en comentarios de mis amigos y del exnovio este en cuestión, en entradas de cierto blog y en comentarios a esas mismas entradas escritos, parece ser, por mujeres.
En actitudes de otras mujeres, también me puedo basar. En las de mujeres de otras generaciones (quizás, por ello, más comprensibles): mi madre, sin ir más lejos, siempre, siempre que he acabado una relación, auque yo sea la corneada, abandonada... me ha hecho invariablemente comentarios del tipo: "Es que tienes un carácter..." Una de sus grandes preocupaciones, dentro de su ideología de niña de la posguerra y de colegio franquista, es que aquí, la menda, si no cambia de forma de ser (o sea, si no reculo y me trago todo lo que he tenido que dejar atrás y superar de la ideología esta bastante carca en la que me educaron), acabe quedándome sola. A mí también me preocupa un poco, cierto, pero es que cualquiera no vale, así que asumo el riesgo.
También me baso en actos de mujeres de mi misma generación: memorable el caso de un amigo que pasaba por una época malísima, acabó con una que a la primera de cambio y a pesar de lo mal que él estaba, le propuso tener un hijo. Por lo visto, no paró hasta que lo tuvo unos meses después. Con otro.
En fin, que sí, que hay mujeres así. Pero también hay otras como mi amiga C. quien, felizmente emparejada, a los 35 decidió todo lo contrario: "A mí ya se me ha pasado el arroz: no me imagino a los 40 corriendo detrás de un niño de 5". Y punto.
Y vuelvo a pensar en mi madre, un día que hablando de este tema me dijo: "Es que, Isabel, tú te piensas que sí, pero las cosas no han cambiado tanto", a lo que yo contesté: "¿No han cambiado tanto? Entonces qué hago yo pagándome cada mes el alquiler y yendo a trabajar todos los días?"
Para mí las cosas sí han cambiado. Y si aquí las dos partes ahora tienen que ganarse los euros para compartir el pagar el alquiler, la reforma de la escalera, la cuenta del súper, para decidir si un año se va o no de vacaciones, si se compra un coche nuevo... Y si las dos partes curran y cualquiera de las dos puede tener o no tener éxito profesional del que el otro se alegrará o ante el que el otro arrimará el hombro-pañuelo de los mocos, lo de los críos o no críos habrá que decidirlo entre los dos también, creo yo.
No me gustan las mujeres de las que siempre habla el sr. Vila. De hecho, me da un poco de lastimica que el sr. Vila sólo haya conocido a este tipo de mujeres. No, de hecho, lo que me da un poco de lastimica es que el sr. Vila no se haya molestado aún en buscar otro tipo de mujeres...
Vale, lo que me pasa, en el fondo, cuando el sr. Vila habla de mujeres, es que me hace pensar que eso de que "las cosas no han cambiado tanto" que dice mi madre, podría ser verdad. Y no me gusta.
Hablando con mi amiga S., que acaba de salir -de mala manera y llevándose ella la peor parte- de una relación bastante larga, acabo hablando de mis experiencias como novia abandonada y abandonadora. Es normal: S. ahora anda un poco confusa y busca identificarse con alguien. Ella pregunta y yo contesto. A buena a ido a parar.
Ella pregunta y yo contesto, decía, y en una de éstas le cuento de aquella vez que yo, abandonadora, recibo una llamada de mi ex que me propone volverlo a intentar. "No", le contesto, a lo que él replica: "Vaya, no pensaba que me dirías que no... Ya no eres tan joven y, bueno...". "Pues ya ves", le interrumpí. Este diálogo me dio pie para pensar en la imagen tan extendida de las mujeres de mi edad que hay por ahí suelta entre el género masculino.
Por lo que me ha llegado, es bastante común la imagen de que aquí, las chicas, estamos tan obsesionadas con tener hijos que, llegados los 35, empieza una especie de cuenta atrás en la que todo y cualquiera vale con tal de ser inseminadas y nos convertimos en una especie de depredadoras-vampiras-anuladoras de la personalidad del macho, con un único objetivo: el de ser unas amitas de casa con un hombre bien amarrado a la pata de la cama. Me baso en comentarios de mis amigos y del exnovio este en cuestión, en entradas de cierto blog y en comentarios a esas mismas entradas escritos, parece ser, por mujeres.
En actitudes de otras mujeres, también me puedo basar. En las de mujeres de otras generaciones (quizás, por ello, más comprensibles): mi madre, sin ir más lejos, siempre, siempre que he acabado una relación, auque yo sea la corneada, abandonada... me ha hecho invariablemente comentarios del tipo: "Es que tienes un carácter..." Una de sus grandes preocupaciones, dentro de su ideología de niña de la posguerra y de colegio franquista, es que aquí, la menda, si no cambia de forma de ser (o sea, si no reculo y me trago todo lo que he tenido que dejar atrás y superar de la ideología esta bastante carca en la que me educaron), acabe quedándome sola. A mí también me preocupa un poco, cierto, pero es que cualquiera no vale, así que asumo el riesgo.
También me baso en actos de mujeres de mi misma generación: memorable el caso de un amigo que pasaba por una época malísima, acabó con una que a la primera de cambio y a pesar de lo mal que él estaba, le propuso tener un hijo. Por lo visto, no paró hasta que lo tuvo unos meses después. Con otro.
En fin, que sí, que hay mujeres así. Pero también hay otras como mi amiga C. quien, felizmente emparejada, a los 35 decidió todo lo contrario: "A mí ya se me ha pasado el arroz: no me imagino a los 40 corriendo detrás de un niño de 5". Y punto.
Y vuelvo a pensar en mi madre, un día que hablando de este tema me dijo: "Es que, Isabel, tú te piensas que sí, pero las cosas no han cambiado tanto", a lo que yo contesté: "¿No han cambiado tanto? Entonces qué hago yo pagándome cada mes el alquiler y yendo a trabajar todos los días?"
Para mí las cosas sí han cambiado. Y si aquí las dos partes ahora tienen que ganarse los euros para compartir el pagar el alquiler, la reforma de la escalera, la cuenta del súper, para decidir si un año se va o no de vacaciones, si se compra un coche nuevo... Y si las dos partes curran y cualquiera de las dos puede tener o no tener éxito profesional del que el otro se alegrará o ante el que el otro arrimará el hombro-pañuelo de los mocos, lo de los críos o no críos habrá que decidirlo entre los dos también, creo yo.
No me gustan las mujeres de las que siempre habla el sr. Vila. De hecho, me da un poco de lastimica que el sr. Vila sólo haya conocido a este tipo de mujeres. No, de hecho, lo que me da un poco de lastimica es que el sr. Vila no se haya molestado aún en buscar otro tipo de mujeres...
Vale, lo que me pasa, en el fondo, cuando el sr. Vila habla de mujeres, es que me hace pensar que eso de que "las cosas no han cambiado tanto" que dice mi madre, podría ser verdad. Y no me gusta.
divendres, 16 de juliol del 2010
(De los "échale tierra" que van definiendo la historia)
Tengo una manía: la de imaginarme cómo fueron las conversaciones en las que se han tomado grandes decisiones que posiblemente, en su momento, no lo parecían tanto. Bueno, grandes y pequeñas, no quiero dármelas de interesante porque por ejemplo, una de las últimas que me he imaginado es cómo se llegó a la conclusión de que el eslogan “Magnum Gold: Tan bueno como el oro pero sabe mejor” era el que mejor podía servir para vender el helado (¿Alguien se ha preguntado alguna vez a qué sabe el oro? Del ridículo porcentaje de enfermos mentales de la población que alguna vez se ha preguntado a qué sabe el oro, exceptuando al Tio Gilito y al rey Midas, ¿alguien se ha imaginado que el oro sabe bien? ¿Qué carajo quiere decir que algo, cualquier cosa, sabe mejor que el oro?). Lo único que puedo imaginarme es una sala de reuniones llena de copys y creativos publicitarios lanzando propuestas que sólo tienen sentido en sus cerebros ocupados durante las últimas 10 horas por dos únicos conceptos: “Magnum Gold” (tiene que salir en la frase porque es el nombre de la cosa) y “el helado está rico”. Y entonces alguien dice: “Va, tú, que son las doce y mañana a las nueve tenemos la reunión con el cliente. ¿Cómo era aquello que hemos dicho antes? Pues eso mismo”. Y todos a casa supersatisfechos.
Pero bueno, yo en realidad quería hablarles del barco que han encontrado en la Zona Cero de Nueva York, que también me ha hecho pensar en varias frases así como costumbristas que hicieron que acabara allá, enterrado a sólo entre 6 y 9 metros de la superficie, y que permaneciera oculto hasta anteayer mismo. Frases del tipo: “Y con el barco, ¿qué hacemos?”, “Échale tierra” (allá por el siglo XVIII). O: “Oye, que aquí cavando, cavando, hemos encontrado unas maderas…”, “Tú cava, cava, que la semana que viene vienen a hormigonar…” (allá por 1960 y pico). Frases que en su momento sonaron muy triviales pero que miren qué imagen más maja de la historia provocan a posteriori: Piensen en el siglo XVIII. Era la época de las grandes transacciones marítimas, las que propiciaron la pujanza económica de las ciudades portuarias y marcaron el inicio de las fortunas posteriores que, un siglo y pico más tarde, con las líneas aéreas en pleno despegue (perdonen el perogrullo) y el mar ya medio abandonado, decidieron que debían crecer a lo alto, desde la tierra. Construyeron los rascacielos indicadores de bonanza que todos conocemos para que, unas pocas décadas más tarde, viniera la guerra desde el cielo en forma de línea aérea a destruirlos.
¿Lo ven? Es fantástico ergo artístico el resumen de la historia que puede verse hoy en la Zona Cero: el origen (el barco) en los cimientos - el crecimiento (el rascacielos) en medio - el declive (el avión) desde arriba - gran crisis - vuelta al origen.
Ahora que tienen la imagen, sazonen el conjunto con cualidades humanas. Por ejemplo: la pereza (de mover el barco)-el orgullo (de ver quién construye el rascacielos más grande)-el odio (de estampar el avión contra el edificio)-la desesperación (de la crisis)-la superación (del volver a empezar).
A mí, con este cuento del “Échale tierra”, me ha parecido ver un poco las entretelas de cómo se va construyendo la historia sumando perezas de unos, orgullos de otros, odios de los de más allá, desesperaciones colectivas, ansias de superación y progreso tecnológico.
Tengo una manía: la de imaginarme cómo fueron las conversaciones en las que se han tomado grandes decisiones que posiblemente, en su momento, no lo parecían tanto. Bueno, grandes y pequeñas, no quiero dármelas de interesante porque por ejemplo, una de las últimas que me he imaginado es cómo se llegó a la conclusión de que el eslogan “Magnum Gold: Tan bueno como el oro pero sabe mejor” era el que mejor podía servir para vender el helado (¿Alguien se ha preguntado alguna vez a qué sabe el oro? Del ridículo porcentaje de enfermos mentales de la población que alguna vez se ha preguntado a qué sabe el oro, exceptuando al Tio Gilito y al rey Midas, ¿alguien se ha imaginado que el oro sabe bien? ¿Qué carajo quiere decir que algo, cualquier cosa, sabe mejor que el oro?). Lo único que puedo imaginarme es una sala de reuniones llena de copys y creativos publicitarios lanzando propuestas que sólo tienen sentido en sus cerebros ocupados durante las últimas 10 horas por dos únicos conceptos: “Magnum Gold” (tiene que salir en la frase porque es el nombre de la cosa) y “el helado está rico”. Y entonces alguien dice: “Va, tú, que son las doce y mañana a las nueve tenemos la reunión con el cliente. ¿Cómo era aquello que hemos dicho antes? Pues eso mismo”. Y todos a casa supersatisfechos.
Pero bueno, yo en realidad quería hablarles del barco que han encontrado en la Zona Cero de Nueva York, que también me ha hecho pensar en varias frases así como costumbristas que hicieron que acabara allá, enterrado a sólo entre 6 y 9 metros de la superficie, y que permaneciera oculto hasta anteayer mismo. Frases del tipo: “Y con el barco, ¿qué hacemos?”, “Échale tierra” (allá por el siglo XVIII). O: “Oye, que aquí cavando, cavando, hemos encontrado unas maderas…”, “Tú cava, cava, que la semana que viene vienen a hormigonar…” (allá por 1960 y pico). Frases que en su momento sonaron muy triviales pero que miren qué imagen más maja de la historia provocan a posteriori: Piensen en el siglo XVIII. Era la época de las grandes transacciones marítimas, las que propiciaron la pujanza económica de las ciudades portuarias y marcaron el inicio de las fortunas posteriores que, un siglo y pico más tarde, con las líneas aéreas en pleno despegue (perdonen el perogrullo) y el mar ya medio abandonado, decidieron que debían crecer a lo alto, desde la tierra. Construyeron los rascacielos indicadores de bonanza que todos conocemos para que, unas pocas décadas más tarde, viniera la guerra desde el cielo en forma de línea aérea a destruirlos.
¿Lo ven? Es fantástico ergo artístico el resumen de la historia que puede verse hoy en la Zona Cero: el origen (el barco) en los cimientos - el crecimiento (el rascacielos) en medio - el declive (el avión) desde arriba - gran crisis - vuelta al origen.
Ahora que tienen la imagen, sazonen el conjunto con cualidades humanas. Por ejemplo: la pereza (de mover el barco)-el orgullo (de ver quién construye el rascacielos más grande)-el odio (de estampar el avión contra el edificio)-la desesperación (de la crisis)-la superación (del volver a empezar).
A mí, con este cuento del “Échale tierra”, me ha parecido ver un poco las entretelas de cómo se va construyendo la historia sumando perezas de unos, orgullos de otros, odios de los de más allá, desesperaciones colectivas, ansias de superación y progreso tecnológico.
dimecres, 14 de juliol del 2010
(Natasha)
Ha muerto Natasha.
Me ha llamado un amigo para decírmelo este mediodía mientras yo comía con una amiga de Pamplona, con la consecuente enajenación mental y verborrea que comer con una amiga de la infancia a la que hace meses que no ves comportan.
Así que mi amigo me ha dicho por teléfono: "¿Sabes lo de Natasha? Se ha muerto". Y yo he dicho: "¿Quéééé?". Y él: "No sé más, me lo ha dicho S. Hablamos luego". Y mi amiga: "¿Qué pasa?". Y yo: "Nada, que se ha muerto Natasha, una del barrio... Bueno, ¿Qué decías?" Porque mi amiga cogía otro tren dos horas más tarde y a mí la noticia me ha pillado en otro mundo total, en el mundo de Pamplona, concretamente. Y la noticia de Natacha no venía ni de Barcelona, venía de lo más hondo del Raval y mi cabeza, en ese momento, habría tenido que hacer un viaje tan, tan largo y tan, tan bonito a ratos y tan, tan duro a otros ratos, que sólo tenía dos horas para hablar con Pamplona y no me he podido detener a hacer ese tipo de viaje.
Hace un momento, estaba en un bar con el amigo que me ha llamado este mediodía, y ha llamado A. y ha dado cuatro detalles más. Detalles tontos pero muy concretos. Y entonces ha pasado eso que pasa a veces en nuestras cabecitas tan idiotas: te dicen la información importante ("Ha muerto Natasha") y te pilla fuera de juego y no asimilas. Horas más tarde, te dan un par de números, una fecha, un par de datos tangibles y caes. Y te vienen a la cabeza cosas concretas: el día que un amigo me la presentó en La Concha (ella trabajaba entonces allá, de cigarrera); el día que G y yo la peinamos para uno de sus espectáculos del 23, lo nerviosa que estaba; ese otro día que se cabreó tanto porque la gente no la seguía; otro que, después de cantar, mi amigo F. aplaudiendo gritó "¡Rabo!" y ella contestó "¡Mejor rabo que cuernos!"; y todos los días que me la encontré en el súper... Y me doy cuenta de que ha muerto Natasha.
Para mí, Natasha encarnaba un poco la culminación del viaje, de uno de mis viajes. Yo soy de una ciudad pequeña y entré a Barcelona por la calle Mandri. Y cuando entré, todas las puertas (las mías) estaban cerradas y las tuve que ir abriendo y, cuando abrí la última, me encontré a Natasha y supe que había tocado más que hueso: meollo. Y no porque Natasha fuera como era sino porque, viendo su historia sin asustarme (no porque su historia asustara sino porque yo había sido muy asustadiza), supe que yo no podía ser más y que ya lo era todo. Y me fascinó. Y me horroricé y me reí a la vez, acordándome de cómo era yo en Pamplona.
Adios Natasha. La más grande. Sí.
Hay un plan para enterrar a Natasha; si pasáis por la Bata, el 23 o el Madamme Jasmine os lo contarán.
Ha muerto Natasha.
Me ha llamado un amigo para decírmelo este mediodía mientras yo comía con una amiga de Pamplona, con la consecuente enajenación mental y verborrea que comer con una amiga de la infancia a la que hace meses que no ves comportan.
Así que mi amigo me ha dicho por teléfono: "¿Sabes lo de Natasha? Se ha muerto". Y yo he dicho: "¿Quéééé?". Y él: "No sé más, me lo ha dicho S. Hablamos luego". Y mi amiga: "¿Qué pasa?". Y yo: "Nada, que se ha muerto Natasha, una del barrio... Bueno, ¿Qué decías?" Porque mi amiga cogía otro tren dos horas más tarde y a mí la noticia me ha pillado en otro mundo total, en el mundo de Pamplona, concretamente. Y la noticia de Natacha no venía ni de Barcelona, venía de lo más hondo del Raval y mi cabeza, en ese momento, habría tenido que hacer un viaje tan, tan largo y tan, tan bonito a ratos y tan, tan duro a otros ratos, que sólo tenía dos horas para hablar con Pamplona y no me he podido detener a hacer ese tipo de viaje.
Hace un momento, estaba en un bar con el amigo que me ha llamado este mediodía, y ha llamado A. y ha dado cuatro detalles más. Detalles tontos pero muy concretos. Y entonces ha pasado eso que pasa a veces en nuestras cabecitas tan idiotas: te dicen la información importante ("Ha muerto Natasha") y te pilla fuera de juego y no asimilas. Horas más tarde, te dan un par de números, una fecha, un par de datos tangibles y caes. Y te vienen a la cabeza cosas concretas: el día que un amigo me la presentó en La Concha (ella trabajaba entonces allá, de cigarrera); el día que G y yo la peinamos para uno de sus espectáculos del 23, lo nerviosa que estaba; ese otro día que se cabreó tanto porque la gente no la seguía; otro que, después de cantar, mi amigo F. aplaudiendo gritó "¡Rabo!" y ella contestó "¡Mejor rabo que cuernos!"; y todos los días que me la encontré en el súper... Y me doy cuenta de que ha muerto Natasha.
Para mí, Natasha encarnaba un poco la culminación del viaje, de uno de mis viajes. Yo soy de una ciudad pequeña y entré a Barcelona por la calle Mandri. Y cuando entré, todas las puertas (las mías) estaban cerradas y las tuve que ir abriendo y, cuando abrí la última, me encontré a Natasha y supe que había tocado más que hueso: meollo. Y no porque Natasha fuera como era sino porque, viendo su historia sin asustarme (no porque su historia asustara sino porque yo había sido muy asustadiza), supe que yo no podía ser más y que ya lo era todo. Y me fascinó. Y me horroricé y me reí a la vez, acordándome de cómo era yo en Pamplona.
Adios Natasha. La más grande. Sí.
Hay un plan para enterrar a Natasha; si pasáis por la Bata, el 23 o el Madamme Jasmine os lo contarán.
dimarts, 13 de juliol del 2010
(Glups)
First Swimming Lesson, va dir ell.
Estimat amic Artistaquinina,
Em reconec totalment en la cosa d'escriure la frase que no sé d'on ha sortit, en la d'obrir un llibre i estripar el paper escrit fent "no, no, no" amb el cap. En perdre la dignitat, em reconec i em reconeixeré mil vegades més. Sobretot em reconec en el paper d'escudera d'uns pocs bons escriptors. I en el fet de guixar quartilles, no és que m'hi reconegui sinó que hi ha temporades que no en sé fer d'altra cosa.
I diu que, a tot això, ell li'n diu escriure?
Ara estic terroritzada.
(i el dret a no escriure? Ai, no m'ho diguis: una altra excusa).
First Swimming Lesson, va dir ell.
Estimat amic Artistaquinina,
Em reconec totalment en la cosa d'escriure la frase que no sé d'on ha sortit, en la d'obrir un llibre i estripar el paper escrit fent "no, no, no" amb el cap. En perdre la dignitat, em reconec i em reconeixeré mil vegades més. Sobretot em reconec en el paper d'escudera d'uns pocs bons escriptors. I en el fet de guixar quartilles, no és que m'hi reconegui sinó que hi ha temporades que no en sé fer d'altra cosa.
I diu que, a tot això, ell li'n diu escriure?
Ara estic terroritzada.
(i el dret a no escriure? Ai, no m'ho diguis: una altra excusa).
dilluns, 12 de juliol del 2010
(Del ojo del realizador y de su capacidad para colar arte, aunque nadie se fije)
La explicación del maestro (el maestro es Ángel Biescas, a quien tenemos la GRAN suerte de tener de realizador del programa), hace unas semanas, tomando un café: "Hay cámaras cenitales, steadys, gruas... Tenerlas cuesta un pastón y hay gente que sólo por eso, abusa de ellas, para amortizarlas. Lo que hay que hacer es buscar el momento; si en un programa de una hora encuentras sólo un momento que valga la pena, con eso, ya las has amortizado porque la imagen puede ser bellísima. Si las usas todo el rato, lo único que consigues es marear al personal".
La imagen del partido de ayer que me hizo pensar en Ángel Biescas:
Es Heitinga expulsado después de su entrada a Iniesta.
Mírenla ahora en movimiento, a partir del segundo 24:
Sólo seis segundos de cenital rotando levemente hacia la izquierda hasta que desaparecen las líneas del campo y Heitinga se convierte en un puntito naranja sobre un fondo verde.
A este señor le acababan de expulsar de la final del Mundial; Iniesta así se libraba de él y, un ratito después, marcaba el gol que le daba la derrota al mismo Heitinga. Y en ese momento de la expulsión, aunque había decenas de miles de personas en el campo y millones mirando la tele que rabiaban con Heitinga o que se alegraban por su castigo, un realizador, cenital mediante, nos enseñó que Heitinga estaba SOLO.
Y yo pensé: ¡Es el momento del que hablabas, Ángel Biescas!
La explicación del maestro (el maestro es Ángel Biescas, a quien tenemos la GRAN suerte de tener de realizador del programa), hace unas semanas, tomando un café: "Hay cámaras cenitales, steadys, gruas... Tenerlas cuesta un pastón y hay gente que sólo por eso, abusa de ellas, para amortizarlas. Lo que hay que hacer es buscar el momento; si en un programa de una hora encuentras sólo un momento que valga la pena, con eso, ya las has amortizado porque la imagen puede ser bellísima. Si las usas todo el rato, lo único que consigues es marear al personal".
La imagen del partido de ayer que me hizo pensar en Ángel Biescas:
Es Heitinga expulsado después de su entrada a Iniesta.
Mírenla ahora en movimiento, a partir del segundo 24:
Sólo seis segundos de cenital rotando levemente hacia la izquierda hasta que desaparecen las líneas del campo y Heitinga se convierte en un puntito naranja sobre un fondo verde.
A este señor le acababan de expulsar de la final del Mundial; Iniesta así se libraba de él y, un ratito después, marcaba el gol que le daba la derrota al mismo Heitinga. Y en ese momento de la expulsión, aunque había decenas de miles de personas en el campo y millones mirando la tele que rabiaban con Heitinga o que se alegraban por su castigo, un realizador, cenital mediante, nos enseñó que Heitinga estaba SOLO.
Y yo pensé: ¡Es el momento del que hablabas, Ángel Biescas!
diumenge, 11 de juliol del 2010
(De las cosas que pasan pocas veces en la vida)
Ayer M. decía: "¡Partal lo dijo, Partal lo dijo! Lo de Arenys era un momento histórico. Y cuando dijo lo de Arenys, pensaba que se le había ido la cabeza, ya está este tío flipando, pensé, y no. ¡Y hoy lo ha vuelto a decir y tiene razón!"
Es un poco lo mismo que cuando, yendo hacia la sede del PP aquel día entre los atentados del tren y las elecciones generales, O. decía: "Nunca había tenido tanto la sensación de estar viviendo un momento de esos que acaban saliendo en los libros de historia". Y esa sensación es muy bestia. Es la que marca la diferencia entre las manifestaciones que sí pasarán a la historia y las de las piedras en las alcantarillas y coches cruzados, que simplemente quedarán resumidas en una frase del tipo: "Aquellos fueron años de disturbios sociales".
Ayer fue el momento de añadir un parrafito al libro de historia de sexto de EGB (que ya no existe, pero es igual) para, dentro de unas décadas, preguntarle a alguien que acaba de salir del examen: "¿Qué te ha caído?" y que la respuesta sea: "El movimiento social por la independencia de Cataluña de principios del s. XXI", pregunta en la que la palabra clave es no es otra que "social".
Fue el momento de la transcendencia hacia lo histórico de más de un millón de individuos (cincuenta y pico mil, según una empresa de cómputo contratada por EFE, de la que se ha hecho eco El País -¡cof, cof!-... ). Y lo importante es que ese millón de individuos sabía qué momento estaba siendo, por eso la manifestación fue de esta manera que explica Enric Vila y no de la otra, en la que las abuelas se quedan en casa apartando a los nietos de la ventana y cerrando porticones. Porque ayer fue el momento de sacar a los nietos a la calle para que empezaran a ver de qué podía ir la cosa (aunque la mayoría de las veces no vaya así, la cosa).
Ayer el sujeto paciente, por un momento, tuvo la ilusión de llegar a ser sujeto agente, consiguió al menos decir bien alto y claro lo que quería. Ahora, como siempre, la cosa pasa a las manos de quien debería ejecutar y, aunque pienso bastante como Quim Monzó, que también debió de pasearse con la ceja levantada, ese momento de casi llegar a creernos algo, no nos lo quita nadie.
Ayer M. decía: "¡Partal lo dijo, Partal lo dijo! Lo de Arenys era un momento histórico. Y cuando dijo lo de Arenys, pensaba que se le había ido la cabeza, ya está este tío flipando, pensé, y no. ¡Y hoy lo ha vuelto a decir y tiene razón!"
Es un poco lo mismo que cuando, yendo hacia la sede del PP aquel día entre los atentados del tren y las elecciones generales, O. decía: "Nunca había tenido tanto la sensación de estar viviendo un momento de esos que acaban saliendo en los libros de historia". Y esa sensación es muy bestia. Es la que marca la diferencia entre las manifestaciones que sí pasarán a la historia y las de las piedras en las alcantarillas y coches cruzados, que simplemente quedarán resumidas en una frase del tipo: "Aquellos fueron años de disturbios sociales".
Ayer fue el momento de añadir un parrafito al libro de historia de sexto de EGB (que ya no existe, pero es igual) para, dentro de unas décadas, preguntarle a alguien que acaba de salir del examen: "¿Qué te ha caído?" y que la respuesta sea: "El movimiento social por la independencia de Cataluña de principios del s. XXI", pregunta en la que la palabra clave es no es otra que "social".
Fue el momento de la transcendencia hacia lo histórico de más de un millón de individuos (cincuenta y pico mil, según una empresa de cómputo contratada por EFE, de la que se ha hecho eco El País -¡cof, cof!-... ). Y lo importante es que ese millón de individuos sabía qué momento estaba siendo, por eso la manifestación fue de esta manera que explica Enric Vila y no de la otra, en la que las abuelas se quedan en casa apartando a los nietos de la ventana y cerrando porticones. Porque ayer fue el momento de sacar a los nietos a la calle para que empezaran a ver de qué podía ir la cosa (aunque la mayoría de las veces no vaya así, la cosa).
Ayer el sujeto paciente, por un momento, tuvo la ilusión de llegar a ser sujeto agente, consiguió al menos decir bien alto y claro lo que quería. Ahora, como siempre, la cosa pasa a las manos de quien debería ejecutar y, aunque pienso bastante como Quim Monzó, que también debió de pasearse con la ceja levantada, ese momento de casi llegar a creernos algo, no nos lo quita nadie.
divendres, 9 de juliol del 2010
(El momento de la confesión)
Hace unos meses, Albert Balasch, el poeta, me preguntaba: ¿Tú cómo lo haces para no escribir? Él no podía. Me dijo que lo había intentado y que estaba a punto de volver a intentarlo, lo de no escribir, que la última vez sí que llegó a no escribir nada nuevo durante un tiempo pero no pudo evitar ponerse a reescribir lo que ya había escrito (que, además, creía que era demasiado porque lleva escribiendo desde muy joven).
Hace unos días, en una terracita, V. y el artistaabans , me preguntaron por qué no escribía, les respondí con la pregunta contraria a la que me hizo Balasch: ¿Cómo se hace para escribir?
A mí lo que me pasa, señores, es que no tengo huevos. Y lo digo con la tranquilidad que me da saber que como mis motivos son o muy nobles o muy idiotas, en cualquiera de los dos casos, me sabrán perdonar.
Parte de la gente con la que me relaciono se dedica a escribir, a actuar, a estrenar programas de televisión... He presenciado muchas conversaciones del tipo: "Ostras, el libro/la obra de teatro/el programa, es malísimo, ¿qué le decimos? ¿qué le decimos? ¿qué le decimos?" (aparece la persona en cuestión) "Hey, está muy bien esto que has hecho, felicidades, felicidades..." Y la persona en cuestión, venga a escribir más, sin ningún tipo de pudor. (ACLARACIÓN: Estoy generalizando; conozco a bastante gente que sabe ser sincera sin ofender y sabe hacer una crítica constructiva de manera que el otro sepa apreciarla).
Pero éste no es el principal motivo por el que me entra urticaria sólo de pensar que algo que yo pueda escribir quede ahí impreso, a disposición de las listas de ventas (que me darían bastante igual, creo) y de los juicios de valor de todo chichipichichi. El motivo principal por el que no me veo capaz es todo lo bueno que he leído. Gente como Zweig, Joyce, Larkin, Proust, Vila Matas, Camus, Casavella, Pla... me inspira demasiado respeto. Ya sé que mientras no supere el K.O. técnico al primer round que me producen estas referencias, no podré ponerme a ello. Y que hay que perderle el respeto a la literatura como hay que perdérselo a un padre (hasta matarlo, dirían algunos) para empezar a hacer las cosas por tu cuenta, pero una cosa es perder el respeto y otra pisotearlos a mala leche, como hacen muchos.
No puedo y no sé si podré nunca. Igual un día me acaba creciendo la jeta. No sé.
Hace unos meses, Albert Balasch, el poeta, me preguntaba: ¿Tú cómo lo haces para no escribir? Él no podía. Me dijo que lo había intentado y que estaba a punto de volver a intentarlo, lo de no escribir, que la última vez sí que llegó a no escribir nada nuevo durante un tiempo pero no pudo evitar ponerse a reescribir lo que ya había escrito (que, además, creía que era demasiado porque lleva escribiendo desde muy joven).
Hace unos días, en una terracita, V. y el artistaabans , me preguntaron por qué no escribía, les respondí con la pregunta contraria a la que me hizo Balasch: ¿Cómo se hace para escribir?
A mí lo que me pasa, señores, es que no tengo huevos. Y lo digo con la tranquilidad que me da saber que como mis motivos son o muy nobles o muy idiotas, en cualquiera de los dos casos, me sabrán perdonar.
Parte de la gente con la que me relaciono se dedica a escribir, a actuar, a estrenar programas de televisión... He presenciado muchas conversaciones del tipo: "Ostras, el libro/la obra de teatro/el programa, es malísimo, ¿qué le decimos? ¿qué le decimos? ¿qué le decimos?" (aparece la persona en cuestión) "Hey, está muy bien esto que has hecho, felicidades, felicidades..." Y la persona en cuestión, venga a escribir más, sin ningún tipo de pudor. (ACLARACIÓN: Estoy generalizando; conozco a bastante gente que sabe ser sincera sin ofender y sabe hacer una crítica constructiva de manera que el otro sepa apreciarla).
Pero éste no es el principal motivo por el que me entra urticaria sólo de pensar que algo que yo pueda escribir quede ahí impreso, a disposición de las listas de ventas (que me darían bastante igual, creo) y de los juicios de valor de todo chichipichichi. El motivo principal por el que no me veo capaz es todo lo bueno que he leído. Gente como Zweig, Joyce, Larkin, Proust, Vila Matas, Camus, Casavella, Pla... me inspira demasiado respeto. Ya sé que mientras no supere el K.O. técnico al primer round que me producen estas referencias, no podré ponerme a ello. Y que hay que perderle el respeto a la literatura como hay que perdérselo a un padre (hasta matarlo, dirían algunos) para empezar a hacer las cosas por tu cuenta, pero una cosa es perder el respeto y otra pisotearlos a mala leche, como hacen muchos.
No puedo y no sé si podré nunca. Igual un día me acaba creciendo la jeta. No sé.
dijous, 8 de juliol del 2010
(Del síndrome de Estocolmo producido por el maniqueísmo aprendido a una edad bien temprana)
Perdonen ustedes pero ver a un presidente (éste, con la boca pequeña) y a cuatro expresidentes (dos de la Generalitat i dos del Parlament de Catalunya) llamando a la gente a manifestarse, a mí, personaja criada en la Pamplona de finales de los 70, 80s y principios de los 90, me cortocircuita.
Piénsenlo: Yo, de pequeña, pasaba los fines de semana en casa de mis abuelos, en pleno casco antiguo de Pamplona, en la calle Curia, al ladico del cruce de las calles Navarrería, Calderería, Mañueta y Mercaderes. Este cruce venía a convertirse casi todos los sábados por la noche en el meollo del campo de batalla de las manifestaciones proindependencia de Euskadi; manifestaciones postfranquistas de las de verdad, o sea, de las de pasarse un rato antes por allá escondiendo piedras en las alcantarillas, cruzar coches y quemar cualquier cosa combustible que hubiera a mano. Y de las de mi abuela gritando: "¡¡¡Fuera de la ventana que ya viene la policía!!!" y cerrando los porticones.
Piénsenlo más: Este estímulo directo portador del mensaje "la gente que pide la independencia no le gusta a los políticos, así que los políticos mandan a la policía para que dispare pelotas de goma con mucha mala hostia a la gente que pide la independencia", fue constante en mi educación entre los 6 y los 18 años.
¿Pueden imaginarse ya cómo de rara me siento viendo a cuatro presidentes animando a la gente a salir a la calle a pedir la independencia? Porque es eso lo que piden, ¿no?, aunque no acaben de decirlo.
No sé, llámenme desconfiada pero no puedo evitar pensar que aquí hay trampa. Pienso por un lado que los papeles estaban más definidos antes, de una manera maniquea, sí, pero definidos; y por otro lado tengo la sensación de que se ha avanzado mucho desde entonces y que, a lo mejor, es ahora un momento de madurez social suficiente para empezar a hablar en serio de algunas cosas. Que lo de antes parecían sólo pataletas poco fundadas de niño broncas y que ahora el niño broncas resulta que no lo es tanto: ha crecido y tiene más recursos -recursos más sólidos- para acabar consiguiendo lo que quiere y, seguramente, merece.
En fin, comprenderán que mañana me pasee con la mani en estado alerta máxima; que me recorra un pequeño escalofrío cada vez que pase por delante de un furgón de los Mossos; y que al día siguiente me mire los periódicos con una ceja levantada aún, como cuando mi gato se asusta y después, cuando se recupera, todo él se desinfla menos la cola, que aún le queda erizada un ratito.
Perdonen ustedes pero ver a un presidente (éste, con la boca pequeña) y a cuatro expresidentes (dos de la Generalitat i dos del Parlament de Catalunya) llamando a la gente a manifestarse, a mí, personaja criada en la Pamplona de finales de los 70, 80s y principios de los 90, me cortocircuita.
Piénsenlo: Yo, de pequeña, pasaba los fines de semana en casa de mis abuelos, en pleno casco antiguo de Pamplona, en la calle Curia, al ladico del cruce de las calles Navarrería, Calderería, Mañueta y Mercaderes. Este cruce venía a convertirse casi todos los sábados por la noche en el meollo del campo de batalla de las manifestaciones proindependencia de Euskadi; manifestaciones postfranquistas de las de verdad, o sea, de las de pasarse un rato antes por allá escondiendo piedras en las alcantarillas, cruzar coches y quemar cualquier cosa combustible que hubiera a mano. Y de las de mi abuela gritando: "¡¡¡Fuera de la ventana que ya viene la policía!!!" y cerrando los porticones.
Piénsenlo más: Este estímulo directo portador del mensaje "la gente que pide la independencia no le gusta a los políticos, así que los políticos mandan a la policía para que dispare pelotas de goma con mucha mala hostia a la gente que pide la independencia", fue constante en mi educación entre los 6 y los 18 años.
¿Pueden imaginarse ya cómo de rara me siento viendo a cuatro presidentes animando a la gente a salir a la calle a pedir la independencia? Porque es eso lo que piden, ¿no?, aunque no acaben de decirlo.
No sé, llámenme desconfiada pero no puedo evitar pensar que aquí hay trampa. Pienso por un lado que los papeles estaban más definidos antes, de una manera maniquea, sí, pero definidos; y por otro lado tengo la sensación de que se ha avanzado mucho desde entonces y que, a lo mejor, es ahora un momento de madurez social suficiente para empezar a hablar en serio de algunas cosas. Que lo de antes parecían sólo pataletas poco fundadas de niño broncas y que ahora el niño broncas resulta que no lo es tanto: ha crecido y tiene más recursos -recursos más sólidos- para acabar consiguiendo lo que quiere y, seguramente, merece.
En fin, comprenderán que mañana me pasee con la mani en estado alerta máxima; que me recorra un pequeño escalofrío cada vez que pase por delante de un furgón de los Mossos; y que al día siguiente me mire los periódicos con una ceja levantada aún, como cuando mi gato se asusta y después, cuando se recupera, todo él se desinfla menos la cola, que aún le queda erizada un ratito.
(De las anchoas delatoras)
Me sorprendo a mí misma dando consejos a una amiga que no acaba de hacer funcionar su relación con un chico. Ella dice: "Yo tengo la esperanza de que él se dé cuenta de cuánto le quiero". Y yo le digo: "Mira, cuánto le quieres ya lo sabes tú, la cuestión es cuánto te quiere él a ti. Tienes que pensar: ¿Qué quiero yo? ¿Hasta dónde llega él? ¿Me basta con lo que me da? No. Pues fuera". Y sigo comiendo cogollos de Tudela con anchoas como si nada, porque cuando se tiene delante a una amiga que duda, lo que no puedes hacer tú es dudar también. Y si se te atraganta una anchoa, haces ¡¡¡¡iiiiiiiiaaaaaaaahh!! y te la tragas, pero por dentro, sin que se note.
Me sorprendo a mí misma dando consejos a una amiga que no acaba de hacer funcionar su relación con un chico. Ella dice: "Yo tengo la esperanza de que él se dé cuenta de cuánto le quiero". Y yo le digo: "Mira, cuánto le quieres ya lo sabes tú, la cuestión es cuánto te quiere él a ti. Tienes que pensar: ¿Qué quiero yo? ¿Hasta dónde llega él? ¿Me basta con lo que me da? No. Pues fuera". Y sigo comiendo cogollos de Tudela con anchoas como si nada, porque cuando se tiene delante a una amiga que duda, lo que no puedes hacer tú es dudar también. Y si se te atraganta una anchoa, haces ¡¡¡¡iiiiiiiiaaaaaaaahh!! y te la tragas, pero por dentro, sin que se note.
dimecres, 7 de juliol del 2010
(... y de las cosas que de repente cuadran y de la literatura en su función de argamasa)
Yo empecé a sospechar que la literatura tenía sentido (o, dicho más egoístamente, le hacía un buen servicio a mi vidita) cuando vi que a veces, sólo a veces, leía un libro y muchas de las cosas que se habían cruzado en mi camino, de alguna manera, encajaban.
Aquí, hoy, en la época de la sobreinformación y del hiperestímulo sensorial, al cabo del día, te pones a hacer recuento de lo que has visto, oído, leído, comido... y el exceso es tal que tendrías para hacer tantas croquetas -bastante insípidas, por cierto- de los restos como para alimentar a base de pintxos a unos cuantos ejércitos de clientes ávidos de distracción. Puede que incluso se te acabara colando en la masa algún trocito de información que, en el momento de ponerte a cocinar, no habías tenido en cuenta como de suficiente beneficio propio pero que sí que pudiera haberlo sido.
Y un día, andas tú desmigando sobras, cuando un amigo te regala un libro y empiezas a leer y conforme avanzas en la lectura, vas haciendo viajes a la sartén y vas rebuscando y separando de la masa ingredientes que estaban ahí, pero no les habías parado la suficiente atención. Y descubres que sin ellos, que ya los tenías, no entenderías tan bien eso que te está explicando alguien que ha sabido aprovecharlos mucho mejor.
Hablo de un caso concreto, claro: Ayer X. me regaló un libro (¡encima que me invita a un curso, va el tío y me regala un libro!): "Esto no es música", de José Luis Pardo. Y empiezo yo a leer y en seguida me encuentro con la historia de Simon Rodia, un señor que entre 1921 y 1954 se dedicó a construir en Los Ángeles unas torres (la más alta, de 11 metros) a base de desperdicios. Éstas:
Y leo que Pardo reflexiona al respecto: (las torres) son la historia de una vida: lo que a cada cual nos es posible levantar acumulando los materiales que rescatamos a diario de la devastación, depositándolos unos sobre otros y pegándolos con la humilde argamasa de la que disponemos para fraguar una narración y procurar terminarla antes de retirarnos para morir, intentando elevarnos un poco cada día sobre el anterior e integrar los cascotes y los cristales rotos en una trama abigarrada y aparentemente absurda, hecha de heridas y de retales. Eso es "hacer algo grande". Y pienso: ¡Eso es justamente a lo que yo me refería -de una manera mucho más torpe- hace unos días aquí (en la segunda parte de esta entrada). La cosa es que yo lo había escupido así, sin reflexionar demasiado, como lamento desesperado "ay, espero que todo esto sirva de algo", y ahora, leyendo, veo que por lo menos otra persona ha hecho una reflexión similar sobre la vida. Y ¿qué queréis? las ideas sobre el sentido de la vida van caras y encontrar una que te sirva un poquito para entenderla es como para hacer del día un día de fiesta nacional.
Acabo el primer capítulo con la cabeza a mil, paso la página en blanco de rigor y me encuentro con el segundo, que se titula: Algo. En donde Bob Dylan, siempre anunciando tormenta, se toma como un pretexto para distinguir la estampa moderna de la historia y empiezan a aparecer unos molestos simulacros (de los que se hace un primer recuento) que ya no dejarán en paz al lector y que, para escarnio de Bing Crosby, arman muchísimo ruido. (¿Os he dicho ya que Pardo titulando es el rey?). Cualquiera que haya seguido un poco este blog está al día de mis idas y venidas con Dylan: mis delirios con el "Blood on the Tracks", mis tardes de canturreo nasal y mi ranking universal de canciones de todos los tiempos con "Idiot Wind" at the tot of the top forever and ever. Así que entenderéis que esté a punto de empezar a leer este capítulo que os digo con manos sudorosas, ojos desorbitados y mente en mode máxima empapación.
Pero antes, levantemos un clamor que puede convertirse en grito de este día nacional: ¡Vivan los libros que cuadran el círculo. Viva Dylan. Viva la basura emocional, lo pop y cualquier cosa que destilada y sumada acaba sirviendo para hacer algo grande!
Yo empecé a sospechar que la literatura tenía sentido (o, dicho más egoístamente, le hacía un buen servicio a mi vidita) cuando vi que a veces, sólo a veces, leía un libro y muchas de las cosas que se habían cruzado en mi camino, de alguna manera, encajaban.
Aquí, hoy, en la época de la sobreinformación y del hiperestímulo sensorial, al cabo del día, te pones a hacer recuento de lo que has visto, oído, leído, comido... y el exceso es tal que tendrías para hacer tantas croquetas -bastante insípidas, por cierto- de los restos como para alimentar a base de pintxos a unos cuantos ejércitos de clientes ávidos de distracción. Puede que incluso se te acabara colando en la masa algún trocito de información que, en el momento de ponerte a cocinar, no habías tenido en cuenta como de suficiente beneficio propio pero que sí que pudiera haberlo sido.
Y un día, andas tú desmigando sobras, cuando un amigo te regala un libro y empiezas a leer y conforme avanzas en la lectura, vas haciendo viajes a la sartén y vas rebuscando y separando de la masa ingredientes que estaban ahí, pero no les habías parado la suficiente atención. Y descubres que sin ellos, que ya los tenías, no entenderías tan bien eso que te está explicando alguien que ha sabido aprovecharlos mucho mejor.
Hablo de un caso concreto, claro: Ayer X. me regaló un libro (¡encima que me invita a un curso, va el tío y me regala un libro!): "Esto no es música", de José Luis Pardo. Y empiezo yo a leer y en seguida me encuentro con la historia de Simon Rodia, un señor que entre 1921 y 1954 se dedicó a construir en Los Ángeles unas torres (la más alta, de 11 metros) a base de desperdicios. Éstas:
Y leo que Pardo reflexiona al respecto: (las torres) son la historia de una vida: lo que a cada cual nos es posible levantar acumulando los materiales que rescatamos a diario de la devastación, depositándolos unos sobre otros y pegándolos con la humilde argamasa de la que disponemos para fraguar una narración y procurar terminarla antes de retirarnos para morir, intentando elevarnos un poco cada día sobre el anterior e integrar los cascotes y los cristales rotos en una trama abigarrada y aparentemente absurda, hecha de heridas y de retales. Eso es "hacer algo grande". Y pienso: ¡Eso es justamente a lo que yo me refería -de una manera mucho más torpe- hace unos días aquí (en la segunda parte de esta entrada). La cosa es que yo lo había escupido así, sin reflexionar demasiado, como lamento desesperado "ay, espero que todo esto sirva de algo", y ahora, leyendo, veo que por lo menos otra persona ha hecho una reflexión similar sobre la vida. Y ¿qué queréis? las ideas sobre el sentido de la vida van caras y encontrar una que te sirva un poquito para entenderla es como para hacer del día un día de fiesta nacional.
Acabo el primer capítulo con la cabeza a mil, paso la página en blanco de rigor y me encuentro con el segundo, que se titula: Algo. En donde Bob Dylan, siempre anunciando tormenta, se toma como un pretexto para distinguir la estampa moderna de la historia y empiezan a aparecer unos molestos simulacros (de los que se hace un primer recuento) que ya no dejarán en paz al lector y que, para escarnio de Bing Crosby, arman muchísimo ruido. (¿Os he dicho ya que Pardo titulando es el rey?). Cualquiera que haya seguido un poco este blog está al día de mis idas y venidas con Dylan: mis delirios con el "Blood on the Tracks", mis tardes de canturreo nasal y mi ranking universal de canciones de todos los tiempos con "Idiot Wind" at the tot of the top forever and ever. Así que entenderéis que esté a punto de empezar a leer este capítulo que os digo con manos sudorosas, ojos desorbitados y mente en mode máxima empapación.
Pero antes, levantemos un clamor que puede convertirse en grito de este día nacional: ¡Vivan los libros que cuadran el círculo. Viva Dylan. Viva la basura emocional, lo pop y cualquier cosa que destilada y sumada acaba sirviendo para hacer algo grande!
dimarts, 6 de juliol del 2010
(De la incompatiblidad de las cosas...)
Pues que yo no sé si porque estos dos últimos días ha habido bastante de Spinoza, Deleuze, Nietzsche, Kant y Lacan en mis tardes, este mediodía he hecho unas albóndigas que me salido deconstruidas, con el concepto revertido y con la mitad virtual bastante desligada de la actual (no necesariamente por este orden).
También puede ser que últimamente he vuelto a escuchar a Dylan. Y no se dejen engañar por la cacareada Rolling Stone: Dylan no es garantía de una albóndiga bien hecha, al empirismo en carnes propias (compradas en el mercat por servidora) me remito.
Weird, me parece que son últimamente mis días y mis cosas.
Pues que yo no sé si porque estos dos últimos días ha habido bastante de Spinoza, Deleuze, Nietzsche, Kant y Lacan en mis tardes, este mediodía he hecho unas albóndigas que me salido deconstruidas, con el concepto revertido y con la mitad virtual bastante desligada de la actual (no necesariamente por este orden).
También puede ser que últimamente he vuelto a escuchar a Dylan. Y no se dejen engañar por la cacareada Rolling Stone: Dylan no es garantía de una albóndiga bien hecha, al empirismo en carnes propias (compradas en el mercat por servidora) me remito.
Weird, me parece que son últimamente mis días y mis cosas.
dilluns, 5 de juliol del 2010
(Del infalible mecanismo bloqueapesadillas*)
*Requisito obligado para su perfecto funcionamiento: querer ser victoriana.
Yo llevaba mi ordenador portátil en la mano y mi exnovio, un libro. Yo le hacía un comentario del tipo: "Ya ha pasado suficiente tiempo, podríamos volver, ¿No?", y entonces, él me decía que bueno, que ya bastaba, que me tenía que contar una cosa porque veía que últimamente yo estaba insistiendo y que él ya no sabía cómo decirme que no. Ponía el libro a la altura de mis ojos. En la cubierta decía no sé qué de antiglobalización. Lo abría, señalaba la foto de la solapa y me decía: "He conocido a esta chica, Carolina, y estamos juntos desde hace una semana". Entonces yo gritaba "¡¡¡¡AAAAAAARRRRRGGGG!!!!", con rabia y tiraba el ordenador al suelo. Y en ese mismo momento, lo sabía: "Es un sueño", me despierto y oigo las gaviotas peleándose en el cielo. Y lo de las gaviotas ya no es un sueño: a veces montan verdaderas guerras de graznidos por la noche, vete a saber por qué.
Yo he querido ser victoriana desde antes de saber qué era ser victoriana.
Tenía 10 años, mi padre volvía de la reunión con el profe, me llamaba, me decía: "Tu maestro dice que te portas fatal en clase". Yo le miraba y dejaba que me cayeran dos lagrimones, sin decir ni mu. Él sí que decía cosas. Decía que no llorara, que no podía ir así por la vida, llorando por todo, y que además eso no era ni llorar, que me quedaba ahí plantada mirándole y sólo me caían dos lagrimones y que me dejara de tonterías (a partir de los dieciséis, yo ya era lo suficientemente mayor y él cambió el 'tonterías' por el 'hostias'). Entonces me mandaba a mi habitación. Yo me tumbaba en la cama y lloraba un rato. Y mi madre venía y me decía que no me lo tomara así, que simplemente tenía que portarme mejor en clase, que no era para tanto y que venga, que me estaban esperando para cenar. Y yo, en la cocina, con los ojos rojos. Y mi padre cenando, de los nervios.
Me iba a dormir pensando que era una niña insoportable.
Pocos años después, leí "Madame Bovary" y descubrí que lo que yo pensaba que era ser insoportable se parecía mucho a lo que los libros llamaban ser victoriana.
Desde entonces mi carácter victoriano no ha parado de ir a más: solté los mismos dos lagrimones cuando me senté en el despacho de la dueña de la revista en la que trabajé durante un tiempo, a decirle que lo dejaba; entré en la habitación de mi abuelo poco después de que vinieran a llevárselo, abrí la ventana y me senté en su cama, lagrimones rodando abajo, se secaron, me levanté, salí del cuarto y cerré la puerta, que no volvió a abrirse hasta que mi madre llegó de Barcelona; tragué saliva una vez cuando me llamaron para decirme que la abuela se había muerto; otro día de otra muerte importante, esperé a que pasaran los días de hospital y el trayecto en coche de una hora y pico, para encerrarme en el lavabo y vomitar, literalmente, varias veces; un día, un novio me dijo en mi casa que me dejaba: le dije que de acuerdo, le acompañé a la puerta, cerré y -atención, éste es mi gran logro victoriano- me desmayé, caí redonda, en el sofá.
Por todo esto y más, sé que cuando en una situación de máxima tensión reacciono gritando de terror o de rabia, enfadándome mucho, pegando un portazo o similar, ésa no puedo ser yo despierta. Pienso "es un sueño", abro los ojos y me centro en los gritos de las gaviotas, como he hecho esta noche, o en cualquier sonido del mundo real que me sirva de asidero hasta que estoy totalmente despierta.
Así que, ahí lo tienen. ¡Pesadillas a mí...!
*Requisito obligado para su perfecto funcionamiento: querer ser victoriana.
Yo llevaba mi ordenador portátil en la mano y mi exnovio, un libro. Yo le hacía un comentario del tipo: "Ya ha pasado suficiente tiempo, podríamos volver, ¿No?", y entonces, él me decía que bueno, que ya bastaba, que me tenía que contar una cosa porque veía que últimamente yo estaba insistiendo y que él ya no sabía cómo decirme que no. Ponía el libro a la altura de mis ojos. En la cubierta decía no sé qué de antiglobalización. Lo abría, señalaba la foto de la solapa y me decía: "He conocido a esta chica, Carolina, y estamos juntos desde hace una semana". Entonces yo gritaba "¡¡¡¡AAAAAAARRRRRGGGG!!!!", con rabia y tiraba el ordenador al suelo. Y en ese mismo momento, lo sabía: "Es un sueño", me despierto y oigo las gaviotas peleándose en el cielo. Y lo de las gaviotas ya no es un sueño: a veces montan verdaderas guerras de graznidos por la noche, vete a saber por qué.
Yo he querido ser victoriana desde antes de saber qué era ser victoriana.
Tenía 10 años, mi padre volvía de la reunión con el profe, me llamaba, me decía: "Tu maestro dice que te portas fatal en clase". Yo le miraba y dejaba que me cayeran dos lagrimones, sin decir ni mu. Él sí que decía cosas. Decía que no llorara, que no podía ir así por la vida, llorando por todo, y que además eso no era ni llorar, que me quedaba ahí plantada mirándole y sólo me caían dos lagrimones y que me dejara de tonterías (a partir de los dieciséis, yo ya era lo suficientemente mayor y él cambió el 'tonterías' por el 'hostias'). Entonces me mandaba a mi habitación. Yo me tumbaba en la cama y lloraba un rato. Y mi madre venía y me decía que no me lo tomara así, que simplemente tenía que portarme mejor en clase, que no era para tanto y que venga, que me estaban esperando para cenar. Y yo, en la cocina, con los ojos rojos. Y mi padre cenando, de los nervios.
Me iba a dormir pensando que era una niña insoportable.
Pocos años después, leí "Madame Bovary" y descubrí que lo que yo pensaba que era ser insoportable se parecía mucho a lo que los libros llamaban ser victoriana.
Desde entonces mi carácter victoriano no ha parado de ir a más: solté los mismos dos lagrimones cuando me senté en el despacho de la dueña de la revista en la que trabajé durante un tiempo, a decirle que lo dejaba; entré en la habitación de mi abuelo poco después de que vinieran a llevárselo, abrí la ventana y me senté en su cama, lagrimones rodando abajo, se secaron, me levanté, salí del cuarto y cerré la puerta, que no volvió a abrirse hasta que mi madre llegó de Barcelona; tragué saliva una vez cuando me llamaron para decirme que la abuela se había muerto; otro día de otra muerte importante, esperé a que pasaran los días de hospital y el trayecto en coche de una hora y pico, para encerrarme en el lavabo y vomitar, literalmente, varias veces; un día, un novio me dijo en mi casa que me dejaba: le dije que de acuerdo, le acompañé a la puerta, cerré y -atención, éste es mi gran logro victoriano- me desmayé, caí redonda, en el sofá.
Por todo esto y más, sé que cuando en una situación de máxima tensión reacciono gritando de terror o de rabia, enfadándome mucho, pegando un portazo o similar, ésa no puedo ser yo despierta. Pienso "es un sueño", abro los ojos y me centro en los gritos de las gaviotas, como he hecho esta noche, o en cualquier sonido del mundo real que me sirva de asidero hasta que estoy totalmente despierta.
Así que, ahí lo tienen. ¡Pesadillas a mí...!
divendres, 2 de juliol del 2010
(Ayer por la tarde)
J: Tocan Manos de Topo
Yo: Buf
J: No los he oído nunca
Yo: Las letras están bien y tienen un vídeo muy chulo, pero la voz del tío es insoportable.
J: ¿Más que la de J de Los Planetas?
Yo: Mira:
Yo: ¿Aguantarías un concierto?
J: No.
Yo: ¿Nos vamos a tomar una caña?
J: Sí.
(Tomando la caña)
J: ¿Tú escribirías una letra para que yo luego le ponga música?
Yo: Sí.
J: Voy a pedir papel y boli. (...) Toma.
Yo (escribiendo): Cuatro peces en un bar y no son boquerones en vinagre.
J: ¿Qué rima con vinagre?
Yo: No sé. Lo cambio.
J: Bueno, puede rimar con bar. Primero tendríamos que decidir la rima: ABBA o ABAB o ABCD A
...
...
Y así: el verano.
J: Tocan Manos de Topo
Yo: Buf
J: No los he oído nunca
Yo: Las letras están bien y tienen un vídeo muy chulo, pero la voz del tío es insoportable.
J: ¿Más que la de J de Los Planetas?
Yo: Mira:
Yo: ¿Aguantarías un concierto?
J: No.
Yo: ¿Nos vamos a tomar una caña?
J: Sí.
(Tomando la caña)
J: ¿Tú escribirías una letra para que yo luego le ponga música?
Yo: Sí.
J: Voy a pedir papel y boli. (...) Toma.
Yo (escribiendo): Cuatro peces en un bar y no son boquerones en vinagre.
J: ¿Qué rima con vinagre?
Yo: No sé. Lo cambio.
J: Bueno, puede rimar con bar. Primero tendríamos que decidir la rima: ABBA o ABAB o ABCD A
...
...
Y así: el verano.
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