Par de dos, en la nieve.
Fue un gustazo.
Sobre todo el frío este que da dolor de cabeza y las manos rojas y la respiración congelada y que ese trozo de Barcelona tuviera este aspecto
que llama un poco a la malhechoría.
Anita me dice que me deje de historias y que, si quiero nieve, que vaya de una vez a verla a Minnesota pero que vaya rápido, que por fin están por encima de cero después de meses y la nieve se está empezando a derretir. Ella no entiende que parte de la gracia de esto es que pase un día, cuando menos te lo empiezas a esperar, justo después de haber visto, precisamente con estos dos de la foto, "Encuentros en el fin del mundo", de Herzog. Y parte de la gracia es también que, cuando llegues a casa, te llame tu madre desde Pamplona, preocupada porque ha visto en las noticias coches parados y gente sin poder volver a casa. Y tú le cuentas lo bien que te lo has pasado allá arriba, en una montaña que no es tan montaña de una ciudad que se supone que no debería de estar nevada. Pero eso, ni Anita de Minnesota lo puede entender ni mamá de Pamplona, que se pone en plan mamá protectora conmigo y pamplonica protectora con la gran ciudad ("Es que no estáis preparados para estas cosas..."), lo puede ver como algo divertido.
Qué gran noche.
He dormido planchada.