Ayer, Xavier Montanyà le hacía a Wert un psicoanálisis de baratillo en Vilaweb que venía a decir que el ministro era como era porque su padre se inventaba las historias de tiros que se inventaba, que vendría a ser como decir que, si el hijo de Walt Disney estaba como una cabra era porque su padre se inventó que los elefantes bailaban en tutú y los ratones hablaban.
La gente, tan necesitados estamos de decir que Wert es malo malísimo como si no lo dijera ya él cada día, jaleó el artículo sin tener en cuenta que lo que el padre de Wert hacía era ficción; una ficción consumida por miles de lectores en una época en la que poca opción de ficción había, y construída por unos cuantos autores que se dejaban el tiempo, el sueño y hasta la dignidad laboral en vivir de la literatura cuando prácticamente nadie podía hacerlo.
Ayer, Montanyà, queriendo cargarse a Wert, que es lo que se lleva ahora, se cargó todo un género; tachó de esquizofrénicos a los integrantes de toda una generación de autores, de cineastas, y, de paso, a toda una generación (o varias) de lectores, de telespectadores de domingo por la tarde.
Ayer, Montanyà, hizo de censor de brocha gorda: dijo que la ficción literaria podría llevar a la maldad de quien estuviera en contacto con ella, y se quedó tan ancho. No investigó más allá. No pensó que alguno de aquellos autores aún podía leerlo. No pensó en Curtis Garland, por ejemplo, el contacto con el cual a lo único que te lleva es a quedarte con una sonrisa en la cara durante el resto del día. No pensó en Silver Kane tampoco, el hijo del cual -Enric González- debe de parecerse a Wert como un huevo a una castaña.
Le dio igual. Creyó encontrar la veta y la vendió al primer golpe de pico, sin molestarse en cavar más allá; escupió lo que él creyó que a la gente le gustaría leer en ese momento. Y la gente, tan necesitados de villanos andamos, venga a jalearlo y a darle al retuit.