dijous, 25 d’abril del 2013

De la idiotez.

Si yo digo que las brújulas no buscan nada, que simplemente lo señalan, no estoy metiéndome con Albert Espinosa: estoy hablando de algo mucho más grande; de un editor, por ejemplo, que le ha dejado pasar a Espinosa un error o una figura absurda que busca -las figuras sí buscan cosas, como prácticamente todo lo que se dice- brillo (aunque sea vacío) desde el título mismo del libro en cuestión. Ya lo hace esto Espinosa, con nombres absurdamente largos, frases sin ton ni son y portadas estridentes de acompañamiento. Bueno, hay que llamar la atención en el stand y en el estante, ya se sabe cómo va.

Lo malo es que en esta dinámica que estamos se ve demasiado al escritor. Lo malo es que hay que publicarle libros a Espinosa porque habiendo estado enfermo, trabajando tanto como trabaja y tocando los temas que toca con tanta amabilidad y buenrollismo, sólo somos capaces de concluir que Espinosa es un buen tipo, y caemos tan de pleno en el consabido 'los tipos buenos deben triunfar' -conclusión que no es conclusión, que simplemente es mantra, talismán de a duro, bendición de gitana lectora de manos- que nos pasamos de rosca y acabamos decidiendo que los libros de Espinosa no se pueden criticar.

Yo aún estoy esperando a ver una crítica literaria, con pies y cabeza, de este último libro de Espinosa o del anterior o del anterior. Si tienen un link, me lo pasen, por favor. Y si leo una que diga que es bueno, me lo compro, se lo juro, mañana mismo, en la Laie del CCCB.
(Marina Espasa i Joan Todó m'apunten ràpidament aquesta crítica de Ricard Ruiz Garzón. Pues nada, ahí tienen retratado uno de los libros más vendidos este Sant Jordi).

Consecuencia de todo esto es que los clásicos ni siquiera los modernos, los que han sobrevivido porque realmente hacían buena literatura, no pueden competir. No sabemos si Dante sonreiría y abrazaría a todo el mundo en la parada de La Central, si Proust participaría activamente en tal movimiento social o si Flauvert se prestaría a hacer entrevistas larguísimas o cortísimas con foto haciendo el pino al lado de Bibiana Ballbé. Consecuencia de todo esto es que la gente hoy tiene un libro nuevo en su mesilla de noche que no sabe ni qué es, que tiene algo que chirría en el título que ni siquiera han visto cuando se lo han regalado. Pero da igual: todo esto lo compensa la foto con ese escritor tan simpático que tienen guardada en el móvil y que ni se preocuparán por rescatar cuando, por puntos, puedan cambiarse a otro de nueva generación. Esto último es lo que pasará con todos estos libros y con todos estos escritores. Puede que con alguno de los buenos también, pero es que con todos los malos, con los que dicen que las brújulas buscan cosas, más claro no se puede ver venir.