dissabte, 25 de setembre del 2010

Jonathan Littell, cuéntame otra historia. Déjate de soldados que hundiéndose hasta las rodillas en montañas de cadáveres y vuelve a explicarme aquello de cómo las tropas, que iban avanzando de pueblo en pueblo, entre las primeras líneas llevaban a gente encargada de señalizar las calles en su propio idioma -por allí el bar, por allá la consulta del médico-, que si no, los que venían detrás se perdían y así no había manera de conquistar nada.

Eso recuerdo que pensé cuando me leí las 100 primeras páginas de "Las Benévolas" (no llegué más allá). He recordado esto porque este verano empecé a leer "Incerta gloria", de Joan Sales. Luego se me olvidó que lo estaba leyendo (otras cosas se me cruzaron en el camino) pero el jueves pasado, viendo a Martí Sales en el escenario con sus Sirles, dije: "Coño, si yo tenía una cosa pendiente con tu abuelo", a lo que él me respondió con un escupitajo y gritándome no sé qué de una pubilla. No se lo tuve en cuenta, yo ya había vuelto a pensar en el Soleràs y en el Cruells y venga, a leer sus historias, me ponía otra vez.

Ahora es cuando, copiándole el recurso a Héctor, suelto la frase de 0,60: "Incerta glòria" es la gran novela sobre la Guerra Civil Española. (Ya está dicho, ya me puedo olvidar).
Y ahora es cuando les explico en qué me ha hecho pensar todo este rollo que les estoy metiendo sobre Littell, Sales (2) y lo práctico y cotidiano, que (lo siento mucho, amantes de la épica) es lo que realmente pone los pelos de punta, mucho más que todas las toneladas de sang i fetge que ustedes quieran imaginarse.

He pensando también en Gila, claro. ¿Recuerdan ustedes al soldado llamando por teléfono al enemigo para preguntarle a qué hora pensaba atacar? Lo que hace que estas imágenes -la tia Olegària explicando aquella foto y el soldado negociando con el enemigo la hora del ataque- resulten tan potentes es que primero, pasan en medio de cosas de mucha mayor magnitud y transcendencia (la Guerra Civil o cualquier otra guerra) y, segundo, nos hacen ver que los grandes hechos históricos los hacen personas que tienen fotos en el salón o a las que les gustaría, por no tener que madrugar, que el enemigo no bombardeara demasiado pronto.

Sales y Gila nos muestran a nosotros mismos dentro de una guerra. Littell no; Littell solo consigue horrorizarnos y obligar a nuestro cerebro a activar aquel mecanismo tan ingenuo de autodefensa consistente en pensar ""Eso, a mí, no me puede pasar".
De cuando, en plena borrachera, Gabi me explica uno de sus proyectos y me pide que le ayude a documentarlo con bibliografía y a mí no se me ocurre otra cosa que decirle: "Nena, lo que estás haciendo es nada menos que reincidir en el eterno tema de la caverna de Platón", le intento explicar por qué y acabo, primero, haciéndome un lío tremendo con la idea "perro"; segundo, preguntándole a mi gato: "tú también eres sólo una sombra, ¿verdad?" (que sea negro no ayuda nada); y tercero, pasando la noche del loro soñando a ratos que estaba encadenada a una pared.