dijous, 22 de desembre del 2011

Dietario de la tienda. Día 7.

He trabajado muchos más días que siete en la tienda, a mis pies pongo por testigo. Lo que pasa es que he llegado al punto ese tan guay en el que escribo cuando me da la gana, cuando me provoca hacerlo y por gusto, que es básicamente en lo que consiste la libertad del escritor -no hay yugo más pesado que el tener que entregar algo para el viernes- y el motivo por el que un escritor no puede, repito, no puede vivir de escribir, Lucía, no puede, ¿entiendes, Lucía? Esto no es una fábrica de salchichas, esto no se paga por horas, esto no tiene horario ni fecha en el calendario, que es como el amor esto. Búscate un trabajo para pagarte el alquiler, que decías que tenías que hacerlo como si fuera un castigo, tía, y después escribe. O pide una subvención, si no te importa vivir del Estado como si fueras una minusválida o una familia numerosa toda en ti misma. Y para de lloriquear porque no has nacido de una saga de ricos, coño, que lo siguiente que vas a decir es que qué fácil que lo tiene el Cayetanito para meterse con los jornaleros andaluces.

Cada vez me parezco más a Sostres pero sin pasta.

Dietario de la tienda. Día 7, decía: de los regalos.

Fíjense que en su momento no me hizo demasiada gracia pero ahora digo bien alto: el mejor regalo que me han hecho nunca ha sido un cursillo de reparación de bicicletas. ¿Por qué? Pues primero: porque quien me lo regaló se había fijado en que yo acababa de comprarme una bicicleta y sabía que yo era una manitas que no me asustaba de un destornillador así como así. Segundo, porque quien me lo regaló, vino a buscarme al trabajo e hizo el cursillo conmigo. Y tercero, porque luego me llevó a cenar, bien, no me llevó: fuimos los dos en bici hasta un restaurante, en el que acabamos la velada entre risas, hablando de bicis y de mil cosas, como siempre hacemos, y, como siempre, seguramente, hablé yo más que él (ya suele pasarme esto), y él se rió y él probablemente me dijera, no me acuerdo, o pensara 'piensas demasiado', y yo probablemente, no me acuerdo, le dijera 'pues habla tú, cuénta algo, cuéntame de tu trabajo, por ejemplo, que no me cuentas nunca de tu trabajo', y él: 'es que es aburrido', y yo: '¿estás de broma? ¡Pero si te dedicas a salvar el mundo!. Y cosas así.Y por eso y porque ahora sé poner parches en ruedas pinchadas y equilibrar los frenos de una bici, es el mejor regalo de mi historia.

Y no crean que es que haya gente que sea mejor que otra haciendo regalos, es porque hay gente que quiere de una manera, fijándose, y gente que más que querer, va con el calendario, igual que los escritores que no quieren buscarse un trabajo si hace falta, Lucía, ¿ves?

Entra una chica en la tienda. Viene a pagar dos bufandas que ni siquiera ha desdoblado. Me dice: mira, he decidido que, a mis hermanos, lo mismo para los dos, si no les gusta, que lo cambien. Ahora me faltan mis hermanas, ¿se te ocurre algo?

Esta tiene entrega el sábado. Esta no tiene ni idea de que sus hermanos, a lo mejor, se acaban de comprar una bicicleta ni que sus hermanas, igual, están a punto de regalarles un cursillo de reparación.

¿Les he dicho que ha entrado en la tienda a las 20: 40? Cerramos a las 20.30. A las 20:40, ha entrado la tía.
Miren, estamos en un impass parecido, pero a gran escala, mucho más bestia y mucho más salvaje, del que debió producirse con la popularización del teléfono y con la de la televisión.

A gran escala, porque tanto uno (el teléfono) como la otra (la televisión), en un primer estadio estuvieron reservados a gente de alto poder adquisitivo, o sea, a gente en el poder, o sea, pasaron primero por la manos de quienes podían controlarlos, luego controlar la información que por ellos se difundía. El teléfono, además, no era tan peligroso: establecía una comunicación interpersonas conocidas, así que tenía algo de no validez oficial lo que por este se decía: algo de cotilleo que viaja más rápido, pero cotilleo al fin y al cabo. La tele, en cambio, y antes la radio, aun en su calidad de transmisoras de información de masas, tenían restringido el emisor a unos pocos con posibles, a unos pocos que podían tener la información, más más que menos, controlada.

Ahora, con internet, los móviles inteligentes y la cosa esta de llevar cada uno una camarita encima (dios, qué anticuados han quedado el zapatófono del Superagente 86 o de Mortadelo y la camarita escondida en el boli de Bond, James Bond), todo el mundo puede ser emisor de información. No estoy diciendo nada nuevo, creo que en el CCCB se han inventado una cátedra sobre esto.

¿A quién ha dejado turulato esto, en pleno impass de por dónde tiramos ahora? Al poder, claro, que se encuentra con que saca una lista de ministros y al día siguiente todo el mundo sabe que el de medio ambiente dijo hace un tiempo que el plan hidrológico se aplicaba por sus cojones, que el de economía estaba en Lehman, que la de sanidad se apellida Mato y que ha puesto a una andaluza en trabajo, justo después de la entrevista con Cayetanito, que también llegó al inmenso receptor por banda ancha, casi en tiempo real.

¿Que hace el poder mientras no encuentra la manera de controlar todo esto? Mirar para otro lado, hacer como que la cosa no existe, meter a los mossos en la universidad y confiar en que, a mayor información y mayor rapidez en la propagación de sus infamias de otro tiempo (que ahora se conocen y antes no), la gente vaya de cabreo en cabreo pero, al cuarto cabreo, ya no se acuerde del primero ni del segundo y el tercero esté en vías de ser olvidado también.

Ahora metemos a los indignados en la cárcel (y la gente: OOOH!!!), ahora montamos una pista de patinaje en pça. Catalunya (y la gente: ARG!!!), ahora metemos a los Mossos en la universidad (y la gente: NOOO!!!) y ahora montamos una ministrada como de tebeo (y la gente: HALA!!!). ¿Os acordáis de que metimos a los indignados en la cárcel? (y la gente: sí, sí, pero no despistes el tema: Arias Cañete estuvo con Fraga en Alianza Popular: qué bestia!!!!). Y así. Y como si nada. Y ellos con sus métodos de siempre y nosotros cada vez más cabreados por todo y por nada y sin acabar de saber muy bien por qué, bueno sí: por todo, que es como si no fuera por nada y que es como no saber muy bien por qué.

Y así. Nada ha cambiado y la turulatez del poder ante esto se queda en el sustito de que todo el mundo te mire un rato hasta que en seguida empiece a mirar para otro lado. Yo soy un poco pesimista: yo no veo la manera de encauzar toda esta información hacia una práctica efectiva de cambio provechoso para la sociedad. Somos muchos y cada uno de una madre, a ver quién es el guapo que organiza todo esto cuando la capacidad de organizar siempre queda restringida también a los pocos que andan en el poder.

Estem venuts, nois.