Lo de la Cospedal es de haber oído de jovencita muchas canciones de Def Con Dos (que no le gustaban nada), habérselas creído al pie de la letra y haber llegado a la conclusión de que algo tenía que hacer al respecto. Es de creer en los malos y los buenos (en siendo los buenos ella, faltaría plus); es de creer que si tienes poder, es normal que todo esté en tu contra y tu trabajo es simplemente acabar con todo eso desde una perspectiva muy chunga: la de la (falsa) víctima poderosa.
La (falsa) víctima poderosa es el personaje más siniestro que uno puede echarse a la cara. Su poder -el que creen que tienen y que a veces, de hecho, con los suyos, les funciona- se lo han robado a alguna víctima que sí lo fue de verdad. Cuando la Cospedal nos acusa de nazis, cuando su círculo nos acusa de terroristas, se está aupando en una montaña de muertos; se está adueñando de una parte de la Historia para hacérsela venir bien.
La Cospedal, cuando nos llama nazis, no nos está llamando nazis a nosotros en realidad: se está llamando víctima ella: está sacándonos de la caverna y enfrentándonos a una víctima, idea pura, que, mira por dónde, tiene su cara; lo malo es que no lo hace para que la compadezcamos, para que alguien venga a salvarla o para que la dejemos en paz: lo hace para justificar algún acto de defensa desproporcionado que, en estos momentos, seguramente, ya debe de tener a medio diseñar.
La Cospedal nos está pintando de nazis igual que los nazis pintaron de judíos a los judíos para justificar todo lo que vino después.
Miren si es chunga, chunguísima, la (falsa) víctima poderosa que, siendo precisamente los suyos los que se empeñan en no reabrir las zanjas de las cunetas de las carreteras, luego, ella, hablando, abre zanjas aún mayores sin pensárselo un segundo, a la que ve la oportunidad de sacar algún provecho.
Ven con quién nos las tenemos, ¿no? Ven el juego sucio que se traen entre manos.
Pues todo esto es lo de la Cospedal.