Ustedes no pueden permitirse estar tristes: ni ustedes ni nadie. Esto es tan corto, pasa tan volando que mejor no ceder terreno a la cosa esta de la nostalgia ni a la de la imposibilidad aparente. Ni hablar.
Léanse un buen Saki pero ni se les ocurra, por evocaciones facilonas, dar el salto a Vian. Vian es una trampa mortal; con Vian pueden reír, pero irá cavándoles así un punzón justo en el punto del pecho en el que estaría el vértice inferior del corazón, si el corazón fuera como lo dibujamos. Y yo no sé si ustedes lo habrán notado pero el vértice inferior del corazón está directamente unido a la sien izquierda, peligrosamente cercana al lacrimal.
No: Vian no es lectura recomendada para los domingos post cócteles con amigos que, de repente, justo cuando tienes la guinda del Manhattan en la boca, te preguntan bueno, y de aquello, ¿qué? Y tú contestas dada, cedo, con la guinda hinchándote el carrillo para seguidamente morderla y notar que, ésa en concreto, resulta especialmente áspera a la lengua, tanto, que lo siguiente que haces es buscar a Albertito con la mirada y con la mirada también rogarle, suplicarle, que ignore a esa guiri rubia tan obvia que acaba de pedirle con todas las letras un martini-agitado-no-removido-como-los-de-James-Bond y te prepare a ti otro Manhattan como los tuyos, aquellos que llevan esa angostura que, en cuanto a amargor, no tiene ni punto de comparación con la que sabes que Vian te va a provocar al día siguiente.