dimecres, 2 d’octubre del 2013
Igual que mis padres fueron niños navarros de la posguerra, yo fui una niña navarra del postfranquismo. Me crié en Peralta, un pueblo de, entonces, 5.000 habitantes, en la Ribera. Ayer estuve tomando unas cervezas con un tío de mi edad que creció en el pueblo de al lado. A ratos, lo escuchaba hablar -me hizo un discurso super convencido sobre por qué nunca, jamás, viviría en una ciudad- y era como si me estuviera hablando en japonés; yo reconocía los lugares comunes, reconocía incluso el sentimiento de felicidad del que hablaba cuando hablaba de entrar en un bar y que te conociera todo el mundo; reconocía también la sensación aquella de pensar que todo el mundo hablaba de ti al salirte de lo habitual y la norma de supervivencia número uno en un pueblo: aún sabiendo que hablan de ti, tú a lo tuyo. A quien no me reconocía era a mí, viviendo en un pueblo.
Luego nos fuimos a vivir a Pamplona. Me metieron en un cole público primero y en un cole privado de curas después. Mis padres son de misa semanal; yo también lo fui con ellos. Hice la comunión, la confirmación, retiros espirituales en Semana Santa y campamentos con oración por las mañanas en verano en los que subíamos a la montaña. No me reconozco ni en Pamplona ni en misa ni comulgando ni haciendo via crucis ni mucho menos subiendo a ninguna montaña.
De adolescente me enviaron a estudiar a un pueblo de Minnesota. No me reconozco haciendo esquí acuático en primavera ni esquí de fondo en invierno ni votando demócrata ni republicano. El inglés no me parece un idioma especialmente bonito y nunca he mostrado una especial tendencia a preocuparme por si se me congela la cosecha ni por si los Vikings se clasifican o no para las finales de la Superbowl.
Estudié periodismo en la Universidad de Navarra. No me siento sucia por llevar faldas cortas ni pienso que mi misión en este mundo sea tener hijos ni amar a Dios. Cogía prestado "Camino" de la biblioteca para leerlo en voz alta con mis amigos y partirnos la caja/escandalizarnos a partes iguales. Vi "Camino", la de Fresser, y me pareció buenísima y necesaria precisamente para quien nunca la vería. No voy a las reuniones de antiguos alumnos que monta el IESE. Tampoco rajo demasiado de la universidad; recuerdo aquellos años precisamente como ultrafelices.
Me vine a Barcelona a los 27? 28? No me acuerdo.
No frecuenté a independentistas. Viví en un piso compartido con Adela, de Figueres, Antonio y Óscar, de Barcelona; hablábamos en castellano. Yo trabajaba en la Guía del ocio, allí escribía y hablaba en castellano también. Poco después me fui a otro piso, allí me hablaban en catalán porque yo les insistí en que lo hicieran, para aprender, y ellos (gracias) tuvieron la santa paciencia de echarme una mano. Ahora, trabajo en Barcelona en una editorial en la que publicamos libros en castellano. Distribuímos en Madrid y en Sudamérica y, un día, hace poco, escribí un mail en catalán a los distribuidores sin darme cuenta de que entre ellos estaba la de Madrid. Mi jefe, con quien hablo siempre en catalán, vino a mi despacho y me dijo que siempre que hubiera alguien de Madrid entre los destinatarios, hiciera el favor de fijarme y escribir en castellano. Pienso que tenía razón.
No estoy metida en asociaciones, ni en colectivos, ni en protopartidos, ni en partidos favorables a la causa catalana. No participé en la Vía catalana. No soporto los artículos del Ara ni los de La Vanguardia. El rock catalá me parece horroroso, Dyango también. ERC me parece una cosa trasnochadísima. CiU me parece la derechona más carca. Y unos chorizos. Me parece que la gente que dice que el paro bajará si Cataluña se independiza simplemente ha hecho una resta de porcentajes.
Si hay un referendum -que creo que lo tiene que haber- voy a votar sí.
Pero no me digan que estoy condicionada. Ni por unos ni por otros.
Por Vargas Llosa, en cambio, por Almudena Grandes, por Elvira Lindo, por Muñoz Molina, por Rafael Reig... por todos esos no voy a decir que haya sido condicionada pero sí que diré que me han dado el último empujoncito hacia el convencimiento. Y Bauzà también, un poco. Y los del ataque a Blanquerna. Y la alcaldesa de Quijorna. Y el suegro de Gallardón. Porque todos estos, podrían haberse preocupado por estar más o menos informados, igual que me he preocupado yo. Con más motivo deberían haberse informado ellos, que cobran para eso o actúan basándose en informaciones que les llegan.
¿Qué quieren? Mi sentido de la responsabilidad crece conforme el suyo desaparece, si es que alguna vez estuvo ahí en alguna parte.
Ahí tienen mis últimos motivos, no mi condicionamiento.
He empezado a escribir una entrada sobre esta noticia que ha aparecido hoy en El Periódico, en la que se cuenta que en Planeta el responsable de prensa de cada sello editorial va a dejar de depender directamente del editor para pasar a depender del director de marketing.
He parado de escribirla cuando llevaba unas diez líneas porque tenía la sensación de que estaba diciendo todo el rato obviedades sobre el libro como producto y el escritor como promocionador de éste o, directamente, como producto también. O como marca. O como cualquier cosa menos como escritor, igual que el libro como cualquier cosa menos como literatura, vaya. Y he decidido tirar por la directa y explicar que no es esta que Planeta dice que van a hacer ahora una decisión tomada de la noche a la mañana; que al libro ya se le venía tratando desde hace tiempo como producto de marketing y que en muchos casos la figura del editor ya pendía del hilo de las ventas más que del de la calidad literaria, pero vaya, que por lo menos seguía existiendo esta figura y haciendo como que cortaba y pinchaba aunque sólo fuera un poco.
Se me ha ocurrido que en vez de explicarles todo esto, podría presentarles a algunos de estos jefes de marketing que a partir de ya, oficialmente, van a ser quienes decidan qué van a leer ustedes. Está por ejemplo ésta, que tras vender cosas en Myrurgia, en el grupo Planeta en general y en Seix Barral en particular, ahora decide qué leen sus hijos; o ésta, que antes les decía qué grabadora Panasonic comprar y ahora les va a decir qué libros de Planeta poner en sus estanterías; o esta otra, mi preferida, que tras decirles qué chocolates comer y qué leches beber, les ha dicho durante una temporada qué revistas de RBA leer mientras les coge el tinte en la pelu y ahora les está indicando en qué materias primas agrarias, animales vivos y/o materias textiles gastarse los duros.
Son gente muy preparada; todos tienen sus másters, así que no se corten, háganles caso, que igual hay suerte y resulta que alguno de ellos encima tiene criterio literario. O eso, o apuesten por las editoriales pequeñas, que no saben nada de vender cremas ni animales ni chocolates ni radiocasetes, que a lo peor no saben ni de vender libros, pero que de literatura y de escritores saben un mogollón.
He parado de escribirla cuando llevaba unas diez líneas porque tenía la sensación de que estaba diciendo todo el rato obviedades sobre el libro como producto y el escritor como promocionador de éste o, directamente, como producto también. O como marca. O como cualquier cosa menos como escritor, igual que el libro como cualquier cosa menos como literatura, vaya. Y he decidido tirar por la directa y explicar que no es esta que Planeta dice que van a hacer ahora una decisión tomada de la noche a la mañana; que al libro ya se le venía tratando desde hace tiempo como producto de marketing y que en muchos casos la figura del editor ya pendía del hilo de las ventas más que del de la calidad literaria, pero vaya, que por lo menos seguía existiendo esta figura y haciendo como que cortaba y pinchaba aunque sólo fuera un poco.
Se me ha ocurrido que en vez de explicarles todo esto, podría presentarles a algunos de estos jefes de marketing que a partir de ya, oficialmente, van a ser quienes decidan qué van a leer ustedes. Está por ejemplo ésta, que tras vender cosas en Myrurgia, en el grupo Planeta en general y en Seix Barral en particular, ahora decide qué leen sus hijos; o ésta, que antes les decía qué grabadora Panasonic comprar y ahora les va a decir qué libros de Planeta poner en sus estanterías; o esta otra, mi preferida, que tras decirles qué chocolates comer y qué leches beber, les ha dicho durante una temporada qué revistas de RBA leer mientras les coge el tinte en la pelu y ahora les está indicando en qué materias primas agrarias, animales vivos y/o materias textiles gastarse los duros.
Son gente muy preparada; todos tienen sus másters, así que no se corten, háganles caso, que igual hay suerte y resulta que alguno de ellos encima tiene criterio literario. O eso, o apuesten por las editoriales pequeñas, que no saben nada de vender cremas ni animales ni chocolates ni radiocasetes, que a lo peor no saben ni de vender libros, pero que de literatura y de escritores saben un mogollón.
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