Digo de segundo, rabo de toro, y la moza que tengo sentada delante en la mesa, a la que no conozco de nada, comenta en voz alta: qué masculino, ¿no?
¿Pues? pregunto yo.
No sé, porque es lo que pedirían mi padre o mis tíos.
Pues un whisky voy a pedir luego, contesto siguiendo con la broma, mientras miro con cara de lastimica a su novio, que está al lado pidiendo unas kokotxas y pienso síííí, comer rabo es supermasculino, vaya... y no lo digo en voz alta porque llevo unos taconazos y un vestido monísimo y, encima, estamos en la boda de unos amigos gays de Pamplona y la madre de uno de ellos está sensible con este tema.
Supongo que, en el fondo, lo femenino es no decir rabo, sólo pensar en rabos cuando alguien dice rabo, cosa en la que yo no estaba pensando mientras decía rabo.
En serio, qué difícil es ser pamplonica cuando has perdido la costumbre.