Dietario de la tienda
Día 6. Sábado
Después de la especie de perorata antiencasillamiento por cuestión de género que solté ayer, no sé si lo que he hecho esta mañana va a parecer una contradicción en la línea argumental (si la tuviera) de este dietario: me he echado al bolso un libro de Josep Pla.
La separación intersexual que solía cascarse Pla cuando describía sus personajes es brutal, tanto que creo que es imposible que quien haya leído a Pla con gusto en la adolescencia -con el nivel de entendimiento de las cosas que suelen tener los adolescentes (o todo es una verdad digna de adoración y seguimiento ciego o todo es una mierda)-, no se haya quedado gilipollas en este sentido.
Yo no llevo ni un año leyéndolo: Pla en Pamplona no se lee y cuando llegué a Barcelona fui a caer entre personas que lo había leído de bien jóvenes, sí, pero sin gusto, por lo que nunca llegaron a recomendármelo e incluso me llegaron a quitar de la cabeza la idea de leerlo a la mínima inquisición que se me ocurrió hacer sobre su obra. Mi idea sobre Pla cambió nada más empezar uno de sus libros (“Viaje en autobús”, en concreto) hasta el punto en que si ahora me dijeran que todo 2009 desaparecería de mi memoria excepto una cosa y sólo una que yo eligiera, elegiría Pla. Y punto.
Así que esta mañana, al pensar que era sábado, día de gran tráfico en la tienda, se me ha ocurrido que mejor llevaba conmigo una buena guía de tipos, usos y costumbres humanas con la esperanza de ir leyendo y combinando los personajes leídos con los que fueran pasando por allá. He elegido de Pla el dietario de los dietarios, el manual de uso y disfrute de Catalunya con conocimiento de causa, "El quadern gris", claro.
Creo que todo el mundo que quiera empezar a entender un poco Catalunya debe leer este libro, igual que todo el mundo que quiera hacerse una idea de España debería leer lápiz en mano el "El mundo es ansí" y, quien quiera hacer lo propio con Euskadi, "Las inquietudes de Shanti Andia", de Baroja los dos. Pero claro, la gente se queda con el Spain is different de Hemingway y luego vienen las cornadas en Estafeta.
En el metro, con el pla en el bolso, he ido pensando en lo diferentes que eran Baroja y Hemingway. Baroja podría ser el padre de Hemingway. Se llevaban unos treinta años. Compartían la fascinación por el mar como cosa tremenda y misteriosa. Por lo demás, poco o nada que ver.
Luego está Pla que, por edad, podría haber sido hermano de Hemingway e hijo de Baroja. La de Pla era más fascinación por la tierra. Por la tierra y por la gente (la fascinación por la gente entendida casi desde el punto de vista de un etnólogo). Esto lo acerca más a Baroja, que trataba con igual de maestría las cosas del mar y las de la tierra. Lo tenía todo Baroja.
He acabado concluyendo que me interesan mucho más Baroja y Pla como puntos desde los que mirar a la gente, que Hemingway. De hecho, Hemingway me interesa bien poquito: si quisiera mirar a la gente de allende el Atlántico, acudiría antes a Fitzgerald o a Faulkner (que también podrían ser hermanos de Pla y Hemingway por edad). Y para mirar a cualquier otro lado, abriría un Kapuscinski, pero ésa ya es otra historia, otra generación y hasta otro género.
Con estas cavilaciones en la cabeza, he llegado a la tienda. Puertas, luces, hola maniquíes, caja, pasadita al polvo, perfilación. Me meto detrás del mostrador y me pongo con el quadern mientras espero a que empiecen a desfilar los compracamisas. Pasa uno, se prueba unas bermudas; pasa otro, quiere una corbata; pasa otro, quiere una americana pero no hay de su talla… No paran de pasar catalanes por la tienda. Por el quadern, no: he ido a parar a un fragmento en el que Pla no habla de personas, habla del tiempo, de las calles, menciona el más mínimo cambio de viento, se pone a describir hasta el último aplique de un café de Girona al que ha entrado a hacer tiempo mientras espera al tren de Barcelona, llega el tren, se sube al tren, describe el traquetreo del tren, da todo tipo de detalles sobre lo cansado que está, reflexiona sobre el cansancio, el sueño, cómo afecta al sueño el movimiento del tren… Empiezo a acordarme de Proust. Me lo intento quitar de la cabeza decidiendo que simplemente me he equivocado de libro, que en vez del quadern debería haber ido a tiro hecho y haber cogido “Un senyor de Barcelona”. Y en ese momento, va el mismísimo Pla y se pone a decir esto que –San Jerónimo me perdone- yo misma voy a traducir: La memoria de Proust es prodigiosa: no sólo guarda una memoria vivísima de las personas y las cosas que vio o conoció o que le explicaron otros, sino que llega a recordar los pensamientos que le sugirieron estos contactos, las que fueron sus reacciones mentales o sensibles ante estas apariciones. (…). En la obra de Proust hay mucho más (…), hay fragmentos de su obra que son de un realismo apabullante, de un naturalismo realista al que ningún escritor de esta escuela podrá llegar ni en sus mejores momentos. (…). Proust es un gran escritor realista, pero un realista superior, mucho más completo e infinitamente más complejo que esta clase de escritores. (…). Proust resuelve el esquematismo pueril del realismo de su tiempo poniendo de manifiesto, con una agudeza única y con medios expresivos literalmente fabulosos, una realidad infinitamente más rica en elementos espirituales y sensibles…
“¡Vuelve a Proust, burra!”, me estaba diciendo Pla. Y ante eso, ¿qué hace la burra? Pues reconocer que lo es, claro, y pensar durante todo el camino de vuelta a casa, en cómo va a acariciar las solapas de “A la sombra de las muchachas en flor”, que aún estará inmóvil sobre la mesa luciendo un cierto aire de “sabía que acabarías volviendo a mí”, que es el aire que a lo largo de estos últimos casi cien años deben de haber ostentado todas las ediciones habidas y por haber de la Recherche.