Un piano dentro de una librería se pone no se sabe muy bien por qué; por si acaso, seguramente, o porque se da la casualidad (que ya es mucha) de que una, en el momento en que está montando una librería (que es un momento muy de chamarilero, de 'esto lo cojo y me lo llevo para allá, que nunca se sabe'), se acuerde de que tiene un piano disponible que puede aprovechar.
El piano de la Calders es el piano que nos compraron mis padres a mis hermanos y a mí cuando éramos pequeños y ellos querían darnos una educación así como enciclopédica, muy ilustrada, como de que lo supiéramos todo o al menos haber probado muchas cosas para después poder descartar, o sea, decidir.
Tendríamos entonces mis hermanos y yo unos 10-12 años y éramos zotes perdidos; lo que nos tocaba ser con aquella edad. Que el piano era un rollo, vaya. Que ninguno de los tres habíamos salido por ahí.
Pasó el tiempo, mis hermanos y yo nos fuimos de casa y el piano se quedó.
Recuerdo que un día, de hace no llega a cuatro años comiendo allá, en casalspadres, hablando de cómo iba con lo del proyecto de librería, mi padre me preguntó: "¿necesitas algo que yo te pueda dar?", a lo que yo, apuntando al armatoste con el tenedor, respondí: "mira, pues igual el piano lo podríamos aprovechar". No tengo ni idea de por qué dije eso pero pocos días después tenía en la puerta de allá y luego en la puerta de aquí una furgoneta de unos tipos especializados en transportes de estas cosas cargando primero y descargando después el dichoso piano negro.
El piano lleva ahí desde el primer verano que abrimos la librería. Lo ha tocado mucha gente y lo han tocado muy bien y lo han tocado muy mal. Y algunas veces yo ya intuía, pero no había llegado a definir bien, lo que por fin creo que puedo explicar hoy.
Han pasado dos cosas esta semana.
Primero: ha venido Lulú Martorell un par de veces a ensayar para un bolo que tenía esta noche en otra parte. Pasa que si pregunta Lulú si puede venir a practicar, yo le digo que sí sin preguntarle ni para qué. Segundo: ha venido Joaquín Fernández, el traductor, a presentar un libro de Tolstoi.
Las dos veces que ha venido Lulú, ha tocado "El bosc", de Pepe Sales. Las dos veces, cuando la ha tocado, yo estaba en el ordenador haciendo vete a saber qué de mails, qué facturas o qué cosas, que he tenido que parar y quedarme muy quieta y pensar: "ostras, ostras, ostras" y cerrar los ojos para que no me cayera el lagrimón. O sea, Lulú, la que fuera la gran compañera de Sales, tocando "El bosc", ahí mismo, en mi piano, para mí (bueno, y para algún cliente que había en ese momento en la librería).
La vez que ha venido Joaquín, traductor de Tolstoi, en ese mismo piano, también para mí (bueno, para todo el mundo que ha venido a la presentación), ha tocado el único vals que compuso el escritor. Diréis "vale, bonita curiosidad", pero es que cuando ha acabado, Selma Ancira, la otra traductora que lo acompañaba, ha explicado cómo el mismo Joaquín, hace un año, había intepretado ese mismo vals en el mismísimo piano de la casa del autor: esos dedos que han pulsado hoy las teclas de ese piano habían pulsado antes las mismas teclas que pulsó Tolstoi en el suyo, tocando su única composición.
Total que ¿sabéis lo difícil que es de explicar qué es la Cultura o la Literatura o la Música? Pues la respuesta a esa pregunta, ahora mismo, ya la tenéis los que os habéis emocionado un poquito leyendo esto, que sois los mismos que la próxima vez que entréis en la librería, miraréis el piano y pensaréis en Lulú tocando "El bosc" y en Joaquín tocando el vals de Tolstoi y entenderéis por fin, como me ha pasado hoy a mí, no solo qué hace ahí el piano sino qué hacemos nosotros y vosotros con él, con todos esos libros, con lo que leemos, con lo que escuchamos y con cómo lo acabamos juntando todo después.