dimarts, 10 d’agost del 2010

Dietario de la tienda.
Día 1. Lunes

Pensaba que iba simplemente a que mi hermano (a partir de ahora, el jefe) me diera unas cuantas instrucciones, me enseñara dónde estaban las cosas y me pusiera un poco al día de su vida (no nos habíamos visto desde hacía igual un par de meses pero eso, ahora que es el jefe, ya no importa. Bien, a mí sí pero no para lo que les quiero explicar). El jefe en cambio ya contaba con que me quedara mis cuatro horas, dos de ellas sola mientras él se iba a comer.

No sé si es un despreocupado o si es un inconsciente.

El caso es que me quedo sola entre centenares de pantalones, camisas, camisetas, corbatas y zapatos (náuticos entre ellos, sí). Me doy una vuelta mirando modelos, colores, mangas largas y mangas cortas, botones y gemelos. Vuelvo a la caja-ordenador. Miro el correo. Encuentro un mail de una editora que me propone una reunión para el miércoles por la tarde. Pienso en mi otra vida, la del trabajo de hablar por teléfono, de concertar citas, de pensar y de leer libros (esto último, opcional pero mejor si lo hago). Leer libros. Entro al cuartito y saco de mi bolso una biografía de Nietzsche. La abro sobre el mostrador. Pienso con tono coquetón: “¿Qué hace un libro como tú en una tienda como ésta?” Y me río sola. Eterno retorno, hombres dinamita e inversión de la moral. Se puede ir por la vida sin todo eso, definitivamente. Sin camisa, no; sin camisa no se puede ir. Me quedo un rato mirando al vacío, pensando sobre hasta qué punto la filosofía tiene sentido pleno sólo para unos pocos que han decidido o no pueden evitar preguntarse cosas. Quiero decir, como diversión está bien. Incluso como método eficaz para acabar volviéndose uno loco. Incluso como trampolín si quiere uno acabar siendo famoso y respetado en un círculo ridículamente reducido de gente con fama de estar locos.

Vuelvo a mirar el mail. Nada.

Miro el blog. Un comentario nuevo. Decido que escribiré un dietario de mis dos semanas en la tienda. Decido que no será una cosa cómica porque sería demasiado fácil.

Entra una señora. Va directa a los pantalones chinos, los beige de verano. Coge uno, se lo mira. Coge otro, se lo mira. Coge el anterior, lo pone sobre el otro, me mira. "¿Sólo tenéis estas tallas?" Sí; son rebajas y no estamos reponiendo porque entrará la ropa de invierno. Dice que es imposible que esa que tiene en la mano sea una talla 42. Me acerco, miro la etiqueta de papel (42), miro la etiqueta de tela cosida al pantalón (42). Le digo que sí, que es una 42 porque ahí lo pone. Los argumentos en una tienda de ropa son así de aplastantes. Me dice que su marido tiene una 42 y que ese pantalón es demasiado pequeño, que su marido ahí no entra y que, por lo tanto, no puede ser una 42. Los argumentos en un matrimonio son así de aplastantes. Le pregunto si no puede venir su marido a probárselos. Me dice que no, que está trabajando. Mientras tanto me he fijado en que el pantalón lleva una alarma. Yo le he preguntado al jefe si las cosas llevaban alarma y me ha dicho que no. No sé dónde está el trasto de quitar alarmas ergo no puedo dejar que se lleve ese pantalón o descubrirá que soy novata cuando me ponga a llamar al jefe para preguntarle por el trasto. Si descubre que soy novata, pensará que no tengo ni idea de tallas (probablemente hasta piense que tampoco tengo ni idea de maridos, pero esa es otra historia), se irá convencida de que ésa no es una 42 y, si su marido no cabe en los pantalones, volverá a la tienda con cara de triunfo exigiendo que le devuelvan su dinero. Me tranquilizo cuando me dice que volverá por la tarde con unos pantalones de su marido para medirlos con la supuesta talla 42. Le digo que será lo más fácil, que seguramente yo no estaré pero que mi jefe sí y que ya le dejo el recado de que vendrá una señora con unos pantalones para medir. Se va. Vuelvo al mostrador y miro todos los cajones buscando el desalarmador. No lo encuentro. Vuelvo al libro.

El relato sobre la vida de Nietzsche, hasta entonces muy centrado en la evolución de su pensamiento, de repente, se ha puesto telenovélico. Nietzsche aún está vivo. No soy capaz de decir, por lo que leo, si se ha acabado convirtiendo en un vegetal o si simplemente es más Nietzsche que nunca. Su hermana se dedica a hacer un archivo de su obra y, de paso, a hacer transcender la imagen de que, sí, decía cosas interesantes pero también que había estado loco toda su vida y que había sido un ser ruin, ruin, ruin, (chauvinista, racista y militarista, según Rüdiger Safranski, el autor del libro).

-¡Quiero el cinturón marrón del maniquí!

Levanto la cabeza y me encuentro con dos tipos arios. Me asusto. No les había oído entrar. Parecen sacados de Funny Games, la peli de Haneke, así que pienso que podría ser peor: podrían estar pidiéndome una docena de huevos en vez de un cinturón. Apunte mental: preguntarle al jefe si hay algún botoncito de alarma escondido debajo del mostrador. Les acompaño al maniquí, aparto la chaqueta y ven que el cinturón no es marrón del todo: tiene una tira de punto roja cosida a lo largo.

-No. Si no es todo marrón, no.
-Pues no es todo marrón.
-Qué pena.

Se van. Vuelvo al libro. “Yo lo que quiero es quererte y que tú me quieras y lalalá". Nota mental: Preguntarle al jefe si puedo cambiar la música. Repaso la lista de canciones que me acompañará durante la hora y media que me queda en la tienda. Durante las dos semanas que me quedan en la tienda, seguramente. Me dedico un rato a escuchar las letras y a intentar averiguar por qué alguien ha decidido que ese ritmo, ese mensaje, incita a la gente a consumir. ¿Bloquea el pensamiento práctico? ¿Crea una especie de insatisfacción radical en la vida sólo solucionable a base de llenarte el armario de camisas? Entra una señora con un bebé dormido.

-Uy, bajo la música que se despertará.
-No, no hace falta, no te preocupes.
-No cuesta nada, mujer.

Me compra dos camisetas para su marido en señal de agradecimiento por mi consideración. Sí: la música, si sabes utilizarla, es un arma efectiva.

Vuelve mi jefe. Me da las llaves para que abra yo la tienda mañana. Me voy a mi casa. No le he preguntado ni por el desalarmador ni por el botón de emergencias escondido ni si tengo que desconectar algún otro tipo de alarma cuando abra mañana. pienso que mis preocupaciones se centran en señales auditivas. ¿Andaré falta de estímulos sensoriales últimamente?

Me veo dando explicaciones a los agentes de seguridad del centro comercial.