Acabo de descubrir un segundo motivo para un tipo de alegría que los catalanes de nacimiento nunca llegarán a conocer:
El primero es el que se experimenta cuando el primer equipo de fútbol de tu ciudad sube de división.
El segundo, el que se experimenta cuando abres "Escafarlata de l'Empordà" y descubres que no solo te gusta lo que lees, que con eso ya contabas, sino que además que eres capaz de entenderlo!
JA!
Catalans, no teniu ni idea de què és ser feliç.
divendres, 19 d’octubre del 2012
No hay cosa más rotunda que una nube de Xavier Puigmartí. ¡Ja! Una nube. Rotunda. No les cuadra, ¿eh?
Las nubes: esas cosas que van por el cielo cambiando de forma y que, cuando descargan como hoy, se desdibujan y se desinflan. ¿Pues no va ahora Puigmartí y las vuelve a dibujar? ¿No va el tío y las cuelga por ahí, no en el espacio, que es el sitio natural de las nubes, sino en el ciberespacio, que es el sitio artificial de la nada, o sea, el sitio natural del todo que al final también es nada?
Pero es que Puigmartí no se conforma con eso: Puigmartí luego va y las materializa, las nubes, en forma de pintura, las enmarca y las cuelga de una pared, en un local, este sí, rotundo: de aquellos de pared de piedra de a metro de ancho que, estando a pie de calle, parece sacado de las profundidades de alguna cripta románica navarra -y todo el mundo sabe que las cosas, las criptas incluso, en Navarra son más rotundas que en ningún otro sitio-, y nos las planta ahí, ancladas a la milésima de segundo en la que esas nubes tuvieron, en la cabeza de Puigmartí, esa forma nada menos.
En la Tienda de nubes del carrer Nou de Sant Francesc se venden momentos de Puigmartí mirando al cielo y momentos de Agrimensor Frikosal mirando a la tierra y a todo lo demás, a lo que no es nube. Y yo mirando esos momentos, me imagino a Xavier y a Agrimensor, espalda con espalda, diciendo "¡mira abajo!", el segundo; y "¡mira arriba!", el primero; y "¡mira al rededor!", otra vez el segundo. Y a los dos apuntando al cielo, apuntando a la tierra, con el pincel y con la cámara, con la cámara y con el pincel. Y a Cosmic también me lo imagino, dando saltitos, queriendo subirse a la nube, queriendo bañarse en el lago que miran Puigmartí y Frikosal. Y riéndose y llorando, Cosmic, por todos los que no somos nube, los que no somos estrella ni montaña ni todo lo demás.
Y yo lloro un poco también pero sobre todo río, porque Xavier ha abierto su tienda de nubes en un sótano que no es sótano; porque las ha bajado del cielo, las ha anclado a la pared y ha hecho que parezca todo lo contrario: que nos ha subido a nosotros al cielo y nos ha puesto ahí, a bailar, a reír y a llorar con Cosmic y con todo lo demás.
Las nubes: esas cosas que van por el cielo cambiando de forma y que, cuando descargan como hoy, se desdibujan y se desinflan. ¿Pues no va ahora Puigmartí y las vuelve a dibujar? ¿No va el tío y las cuelga por ahí, no en el espacio, que es el sitio natural de las nubes, sino en el ciberespacio, que es el sitio artificial de la nada, o sea, el sitio natural del todo que al final también es nada?
Pero es que Puigmartí no se conforma con eso: Puigmartí luego va y las materializa, las nubes, en forma de pintura, las enmarca y las cuelga de una pared, en un local, este sí, rotundo: de aquellos de pared de piedra de a metro de ancho que, estando a pie de calle, parece sacado de las profundidades de alguna cripta románica navarra -y todo el mundo sabe que las cosas, las criptas incluso, en Navarra son más rotundas que en ningún otro sitio-, y nos las planta ahí, ancladas a la milésima de segundo en la que esas nubes tuvieron, en la cabeza de Puigmartí, esa forma nada menos.
En la Tienda de nubes del carrer Nou de Sant Francesc se venden momentos de Puigmartí mirando al cielo y momentos de Agrimensor Frikosal mirando a la tierra y a todo lo demás, a lo que no es nube. Y yo mirando esos momentos, me imagino a Xavier y a Agrimensor, espalda con espalda, diciendo "¡mira abajo!", el segundo; y "¡mira arriba!", el primero; y "¡mira al rededor!", otra vez el segundo. Y a los dos apuntando al cielo, apuntando a la tierra, con el pincel y con la cámara, con la cámara y con el pincel. Y a Cosmic también me lo imagino, dando saltitos, queriendo subirse a la nube, queriendo bañarse en el lago que miran Puigmartí y Frikosal. Y riéndose y llorando, Cosmic, por todos los que no somos nube, los que no somos estrella ni montaña ni todo lo demás.
Y yo lloro un poco también pero sobre todo río, porque Xavier ha abierto su tienda de nubes en un sótano que no es sótano; porque las ha bajado del cielo, las ha anclado a la pared y ha hecho que parezca todo lo contrario: que nos ha subido a nosotros al cielo y nos ha puesto ahí, a bailar, a reír y a llorar con Cosmic y con todo lo demás.
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