Miren qué cosa más demagógicamente poco aceptable me ha pasado viniendo a casa:
He pasado por tres paradas de Bicing y las tres estaban vacías. Me he echado a andar, ya más decididamente (decididamente, iba a hacer todo el camino a pie) y he visto pasar a una persona en bici. Me he quedado mirándola con envidia. No pensaba en nada; sólo miraba y veía rojo, blanco, ruedas. La bici ha pasado y el primer pensamiento posterior medianamente consistente ha sido: acabo de ser un niño pobre.
Después he caído en que yo nunca fui una niña pobre. Y, un rato después, he concluído que niño pobre no se nace, se hace. Por comparación, además.
Luego he visto en la puerta de un banco a una señora sentada en el suelo, despatarrada, partiéndose de la risa, empuñando una bocina a dos manos, haciéndola sonar a base de golpearla contra el suelo, entre las piernas, una y otra vez. Protestaba porque era pobre y se lo pasaba bomba. Y he pensado en los niños tontos. Pero de eso ya les hablaré otro día.