Imagínense que tienen veintipico años, que escriben un libro. Imagínense que se están haciendo una carrera de pensador, que están empezando, que todo eso que han apuntado y publicado ahí, son puntos de partida; solo pueden ser eso; puede que vengan de otros puntos de partida pero la cosa es que no pueden ser conclusiones finales: se les acabaría el hilo, tendrían que cerrar el chiringuito que es su cabeza y ponerse a hacer cualquier otra cosa. A los veintipico; apaga y vámonos, a los veintipico. Carrera meteórica de pensador, estrella fugaz, estrella fundida.
Ahora tienen treintaipico. Alguien se fija en aquello que dijeron hace diez años y lo toma como señal de hacia dónde se está moviendo el pensamiento más o menos global. Responde. Pone en relevancia aquella cosa que ustedes dijeron hace diez años. Ustedes han evolucionado desde entonces pero, ay, les hace gracia que se fijen. No dicen nada pero esperan reacciones y las reacciones llegan, aunque las reacciones pasen directamente por encima de ustedes, aunque las reacciones suenen un poco apresuradas, un poco a pronto de 'a mi amigo no me lo toquéis', aunque vayan firmadas por buenos escritores que, con urgencia del 'algo tendré que decir', y contra todo lo que han aprendido, acaben echando mano del primer adjetivo que les viene a la cabeza.
En fin, espero que se les haga más justicia a ustedes. Espero que por lo menos, a ustedes, esto les esté sirviendo de algo más, que les esté haciendo el servicio de ser, al menos, otro punto de partida.
Desde el egoísmo de lectora más extremo y alejado, lo digo.