Viene mi jefe y pone encima de mi mesa una bolsa llena de tarjetones en los que ha ido apuntando chistes durante años y años. Me dice que me los lea y que busque algún tipo de clasificación posible, que los publicaremos en libritos.
Se va y yo me quedo pensando que no sé en qué coño de momento todo el mundo ha decidido perder toda sutileza a la hora de decirme -ordenarme, mejor dicho- ahora te vas a reír y ahora vas a llorar.