Un día fui a la radio y estuve hablando durante diez minutos de 'Quan érem feliços', de Rafel Nadal. Dije que era un libro malísimo no solo en cuanto a su calidad literaria, de la que carece por completo si consideramos que la calidad literaria viene dada por algo más que por poner frases más o menos inteligibles, una detrás de otra, sino también por el mensaje que transmitía: Nadal hace en el libro una apología del Opus Dei que, si alguien leyendo, leyendo llega a las páginas en las que el autor describe, por ejemplo, la entrevista que sus padres mantuvieron con el Papa de Roma en referencia a su hijo -hermano del autor- yonki, cerraría inmediatamente el libro indignado.
Unos días después, me llamó una amiga. Tenía que hacer un regalo y quería que le recordara el título del libro del que había hablado aquel día en la radio. 'Pero si dije que era malísimo', respondí. 'Ya, pero es para un compañero de trabajo que creo que le gustan los best sellers'. Mi amiga no es tonta y me conoce: sabe leer entre líneas mis más enjundiosos comentarios; sabe que hay libros que a mí se me atraviesan, que me sacan de mis casillas, que para otro pueden funcionar como buen entretenimiento a la hora de ir a dormir. El libro se estaba vendiendo como churros y yo estaba volcando en la radio todos mis juicios (no prejuicios, que precisamente andaba yo especialmente cabreada por la pérdida de tiempo que me había supuesto leer el bestseller en cuestión) sobre qué es bueno y qué no lo es en literatura.
Otra:
Se acercaba el cumpleaños de mi padre y me llama mi madre desde el Corte Inglés. 'Isabel, que el otro día hablaban por la radio de aquel escritor que se ha muerto y tengo aquí un libro suyo: "Un enano español se suicida en Las Vegas", -pamplonismo al canto- ¿qué tal para regalarle a tu padre?' 'Hombre, mamá, si le vas a regalar uno de este, mejor regálale "Lo que sé de los vampiros", al papá'.
Colgué y me quedé pensando 'ostras, si no me llama, si no tiene a alguien que haya leído a Casavella a mano para consultar, le regala el del enano y tan contenta. Ojo, que no tiene nada de malo el del enano pero, no sé, para mi padre, como que no.
Compramos libros de oídas igual que mañana vamos a votar de oídas o, simplemente, no vamos a votar. ¿Por qué íbamos a ser más expertos en política que en literatura? Oímos la radio y vemos la tele y de repente, un día, nos dicen que decidamos a partir de la información que tenemos. La información que tenemos, bien que se han encargado de que sea un batiburrillo de buenas intenciones -unos hablando de ellos mismos- y de mierda lanzada con mala baba -unos hablando de los otros-. Todo el mundo va a bajar los impuestos, todo el mundo trabaja por nosotros, todo el mundo tiene sus chanchullitos corruptos, pero eso es lo normal, todo el mundo ha salido por la radio, pero aquellos han salido más; ahora baje del pueblo el domingo y ponga la papeleta en un sobre, claro, o igual no baje, total, es un lío, que tiene que prepararles el tupper a los críos para el lunes, que les han dicho del cole que es menos caro que apuntarlos al comedor. ¿Del cole lo han dicho? Pero ¿saben quién está detrás del cole? Esos que ahora dicen que van a bajar los impuestos, sí, esos que hace unos meses los subieron.
Vean que la cartita que metan en la urna es la respuesta postal figurada a la cartita que les llegó del cole, a la cartita con la última subida de la luz y a la cartita que les trajeron el otro día con los papeles del desahucio. ¿Lo ven? Solo hay que hacer un pequeño ejercicio de abstracción; el mismo pequeño ejercicio de abstracción que requiere saber que, que hablen de un libro en la radio, no quiere decir que ese libro sea para cualquiera. El mismo pequeño ejercicio de abstracción que lleva a uno a ponerse a leer bolsilibros al margen de cánones literarios (ayer a veinte estudiantes universitarios alumnos de Miqui Otero -que ganaba en ese momento infinitos #FF en tuiter como profesor- se les abría la boca de asombro cuando Javier Pérez Andújar los conminaba a hacerse su propio canon y les contaba que en el suyo estaban Silver Kane y Curtis Garland). El mismo, el mismísimo pequeño ejercicio de abstacción que requiere llegar nada menos que a formarse una opinión propia y a quererla decir.
Bajen y voten, aún tienen tiempo para echarle un vistazo rápido al panorama político actual hoy que teles y radios están calladas.
Bajen y voten, que no está el horno para hacerse ahora del bando de estos indiferentes históricos idiotas a los que tan bien retrata Sánchez Piñol.