¿Somos profesionales o somos gruppies?
Veo en FB la algarabía que tiene montada una editorial en su página porque uno de sus autores está de visita en Barcelona. Dicen que el agente del autor les ha concedido dos minutos de charla con él, se quejan porque consideran que es muy poco tiempo y preguntan a la gente que sigue su página qué quieren que le digan.
Primero la fiesta de ayer y luego esto. Está claro que ésta es la semana del "en mirando hacia abajo desde el particular limbo editorial que tiene montado en su cabecita, Isabel no puede sino escandalizarse ante la mundanidad de tot plegat".
A ver: El señor que viene de visita a Barcelona es un escritor en quien la editorial en cuestión ha tenido a bien fijarse para publicarlo en España. Puede que sea un señor importante, que escriba como los ángeles y a quien si no lo hubiera publicado esta editorial, lo habría publicado cualquier otra. Puede que la obra de este señor reporte grandes beneficios a esa editorial, beneficios que lleguen a sanear sus cuentas y les permita sobrevivir en el mercado durante los años venideros. ¿Y?
¿Desde cuándo un editor tiene que ponerse a la cola para pedir audiencia, no a uno de sus autores, sino al agente o a la secretaria o a la becaria de la secretaria de uno de sus autores? Las cosas no eran así. Antes, los editores invitaban, incluso obligaban, a sus autores a venir y a dejarse ver. Los llamaban al orden, les aconsejaban: corta aquí y corta allá, incluso les decían (alucinen porque esto ya no se hace): esto no te lo publico.
¿Qué ha pasado? Les diré que mientras escribo esto me rondan por la cabeza conceptos como "neoliberalismo", "leyes de la oferta y la demanada" y "libre mercado". También pienso en Hollywood. Pero ni siquiera me acuerdo en los conceptos "literatura" o "cultura".
Creo que ahora ya estoy más del lado de Marina: algo se acaba. Ya les comentaba que mi optimismo era sólo una patología absurda.
(Me acabo de acordar de que la editora de ayer ni siquiera iba vestida para la ocasión. El autor, sí).
divendres, 17 de setembre del 2010
Me llama mi madre y me dice: "Mira, mira: dile a la tía Isabel cómo te llamas" Me pone a mi sobrina al teléfono y mi sobrina dice: "Aina".
Hace dos semanas Aina no sabía que se llamaba Aina. Bueno, giraba la cabeza cuando la llamabas, pero eso mis gatos también lo hacen. Ahora Aina dice que se llama Aina y éste es el primer paso hacia el pensarse uno mismo, hacia el ser consciente, hacia el terrible (por magnitud) "Yo soy".
Casi me mareo.
(Sí, soy una pusilánime victoriana).
Hace dos semanas Aina no sabía que se llamaba Aina. Bueno, giraba la cabeza cuando la llamabas, pero eso mis gatos también lo hacen. Ahora Aina dice que se llama Aina y éste es el primer paso hacia el pensarse uno mismo, hacia el ser consciente, hacia el terrible (por magnitud) "Yo soy".
Casi me mareo.
(Sí, soy una pusilánime victoriana).
Yo oigo esta frase:
"Increíble, no de guay sino de que no se puede creer".
y me entra así como un vértigo y una sensación de que todo está pasado de rosca y que se ha dado la vuelta y se ha ido más allá y algo se me está escapando de las manos que no puedo con ello.
Eres una pusilánime, deben de estar pensando ustedes. Pues seguramente tienen razón, aunque tengo que decirles que no estoy sola: oí la frase, la comenté asustada con otra Isabel que tenía a mi izquierda y juraría que ella también estaba asustada o eso, o la Obi tiene grandes dotes para la empatía y supo en ese momento cómo hacerme sentir menos perro verde (gracias, Obi).
El caso es que esta sensación que les comento, me acompañó ayer durante toda la velada. La ocasión: la presentación del libro de Miqui Otero, "Hilo musical", que pinta muy bien, la verdad, y que tengo ganas de leer un poco movida por precisamente el querer entender qué es eso que se me está empezando a escapar de las manos, qué tipo de enzima extraña que acelera tanto mi proceso de sentirme vieja contiene el fenómeno este de las editoriales nuevas que apuestan por escritores nuevos que, aunque por todos son conocidos sus referentes, hacen que parezca que antes no había nada y que todo se acaba de inventar.
Igual me estoy dejando impresionar demasiado por las formas y no acabo de ver que el fondo sigue siendo el mismo: escribir libros, hacer literatura. Igual me chirría demasiado que, en una presentación, la editora diga del escritor cosas del tipo: "Me llegó la novela y aluciné por lo buena que era" o que todos los grupos musicales de moda (no exagero, era una especie de presentación-festival en la que actuaban cinco o seis de éstos), subieran al escenario después del momento literario en cuestión.
Fue demasiado para mí, lo reconozco. Tanto, que salí corriendo de allá hacia un sitio where everybody knows our name (hacia Las Guindas, claro) en busca de aquel "lo de siempre" que me hiciera recuperar un poco de esa seguridad y de ese sentirme en casa que estaba a punto de acabar de esfumarse en aquel sótano de la Plaça Reial.
Marina dice que algo está acabando. Mi optimismo (ubicado en mi lado del cerebro correspondiente a las patologías absurdas) quiere pensar que algo está empezando.
Ya veremos.
"Increíble, no de guay sino de que no se puede creer".
y me entra así como un vértigo y una sensación de que todo está pasado de rosca y que se ha dado la vuelta y se ha ido más allá y algo se me está escapando de las manos que no puedo con ello.
Eres una pusilánime, deben de estar pensando ustedes. Pues seguramente tienen razón, aunque tengo que decirles que no estoy sola: oí la frase, la comenté asustada con otra Isabel que tenía a mi izquierda y juraría que ella también estaba asustada o eso, o la Obi tiene grandes dotes para la empatía y supo en ese momento cómo hacerme sentir menos perro verde (gracias, Obi).
El caso es que esta sensación que les comento, me acompañó ayer durante toda la velada. La ocasión: la presentación del libro de Miqui Otero, "Hilo musical", que pinta muy bien, la verdad, y que tengo ganas de leer un poco movida por precisamente el querer entender qué es eso que se me está empezando a escapar de las manos, qué tipo de enzima extraña que acelera tanto mi proceso de sentirme vieja contiene el fenómeno este de las editoriales nuevas que apuestan por escritores nuevos que, aunque por todos son conocidos sus referentes, hacen que parezca que antes no había nada y que todo se acaba de inventar.
Igual me estoy dejando impresionar demasiado por las formas y no acabo de ver que el fondo sigue siendo el mismo: escribir libros, hacer literatura. Igual me chirría demasiado que, en una presentación, la editora diga del escritor cosas del tipo: "Me llegó la novela y aluciné por lo buena que era" o que todos los grupos musicales de moda (no exagero, era una especie de presentación-festival en la que actuaban cinco o seis de éstos), subieran al escenario después del momento literario en cuestión.
Fue demasiado para mí, lo reconozco. Tanto, que salí corriendo de allá hacia un sitio where everybody knows our name (hacia Las Guindas, claro) en busca de aquel "lo de siempre" que me hiciera recuperar un poco de esa seguridad y de ese sentirme en casa que estaba a punto de acabar de esfumarse en aquel sótano de la Plaça Reial.
Marina dice que algo está acabando. Mi optimismo (ubicado en mi lado del cerebro correspondiente a las patologías absurdas) quiere pensar que algo está empezando.
Ya veremos.
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