Hoy durante todo el día no he sabido ver más allá de cierto asuntillo privado que me ha tenido clavada al sofá, tragándome uno tras otro episodios de "El ala oeste de la Casa Blanca" y contestando llamadas de amigos que se interesaban por mí.
Así que, por la tarde, vencida por el aburrimiento que me ha provocado mi reclusión, he tenido que sortear en un par de ocasiones la gran tentación de ponerme a explicar aquí cosas que no le importan a nadie más que mí, pensando que pudieran éstas interesar a los posibles lectores o pensando en que era éste un buen medio para de un plumazo tener informados de tonterías personales a todos los amigos. Mi experiencia me ha demostrado que, cuando hay algo personal que te obsesiona tanto que llega a ocupar tu cabeza de forma prácticamente total, lo peor que puedes hacer es sentarte delante de un teclado, empezar a escribir sobre ello y colgarlo al alcance de la vista de todo el mundo, ya que el resultado por lo general es patético: tus amigos saben perfectamente de qué estás hablando pero acaban hartos de tus rodeos y de tu manera tan torpe de intentar dotar a tus problemillas de una cierta vis de universalidad. Quienes no te conocen, piensan simplemente que eres una especie de pedante egocéntrico maniático y obsesivo.
Probablemente, ahora mismo, mis amigos están pensando en mis rodeos y mi torpeza, y mis conocidos y saludados (y desconocidos también) acaban de convencerse de que soy una pedante, egocéntrica, blablabla.
Me voy a dormir. Mañana será otro día.
(Mensaje a escritores que acaben de ser padres, acaben de perder a alguien, estén a las puertas de la crisis de los 40, 50, 60..., tengan una historia familiar tremebunda o padezcan cualquier trastorno de la personalidad: ahórrense la cosa de escribir un libro sobre ello: escriban un diario privado o vayan a un psicólogo mejor. Puede que se queden sin la pasta que les pudiera proporcionar la adaptación de sus miserias al género telefilm, pero su dignidad quedará mucho más enterita).