Las mañanas son raras-rarísimas. Primero, suelo resistirme a despertarme; si estaba soñando, en el momento en el que soy consciente de que estoy dejando de hacerlo, intento agarrarme al sueño y seguir. En seguida me doy cuenta de que no voy a recuperarlo, entonces, dejo marchar el sueño y empiezan a venir a mi cabeza datos más o menos concretos de la realidad. Generalmente, el primero suele ser darme cuenta si hay alguien o no conmigo en la cama. Si sí, me abrazo (qué bien vendría el feble "hi" catalán en este momento para este verbo) o busco un mínimo roce y me quedo así, todavía intentando agarrarme a la sensación de dormir. Si no, dejo que vayan viniendo a mi cabeza datos impepinables y muy de agenda: hoy es viernes, tengo que salir antes de casa, qué hora es? En este momento abro los ojos, me enfado si me he despertado mucho antes de la hora que me tocaba (esto suele pasar a menudo, si estoy sola en la cama). Siguen saliendo datos a la superficie: tengo que llamar a tal, hoy como fuera, igual me da tiempo de echar una siesta (es el sueño viendo cuándo va a poder volver a entrar), igual me llaman de tal sitio, ayer no me llamó tal persona. Calentar la leche, ducharme, me pondré tales pantalones, no se me puede olvidar la cinta; por eso tengo que ir antes. Arriba.
Esa es mi manera de despertar.
Hoy, además, y estos últimos días, me ha venido a la cabeza Susana. Pero, Su, estoy convencida de que vas a estar bien. Date unos cuantos despertares raros nada más. Ya verás.