divendres, 2 de desembre del 2011

Sesiones inventadas #3

Resulta que ahora estaba intentando salvar a mi padre, que era el último hombre sobre la faz de la tierra del que yo pensaba que necesitaba salvación.

Siempre que llego, Mar me abre la puerta y me dice: siéntate un momento, ahora te llamo. Entonces oigo que ordena papeles en su despacho o que se mete en otro sitio y vuelve a salir. A veces oigo que tira de la cadena. Vuelve a aparecer y me dice: pasa.

-¿Qué tal?
-Creo que estaba intentando salvar a mi padre.
-¿De qué?
-De él mismo.
-Háblame de tu padre.
-Típico modelo de padre trabajador que nunca estaba en casa, que salía en las conversaciones solo para ser el modelo a seguir -mira cuánto trabaja tu padre- o a temer -ya verás cuando vuelva tu padre-. Le teníamos miedo cuando estaba a punto de aparecer si habíamos hecho algo mal, y nos moríamos de ganas de que llegara si habíamos hecho algo bien. Y no fallaba: en el primer caso, bronca al canto, en el segundo, aprobación contenida: es de los que piensa que hacer las cosas bien es lo normal y no un mérito. Más adelante me di cuenta de que no era feliz.
-¿Por qué?
-Porque me lo dijo un día comiendo: me habría gustado no haberos descuidado tanto.
-¿Cómo te lo tomaste?
-Como un triunfo. Pocos días antes le había obligado a decirme que estaba orgulloso de mí.
-¿?
-No paraba de decirme que mi vida era un desastre, según sus parámetros.
-¿Qué parámetros?
-Tener una familia, un trabajo estable, una casa un coche... Acabé saltando: le expliqué bien lo que tenía, por qué hacía así las cosas y, sobre todo le expliqué bien que era feliz así, y más sobre todo aún, que no me había sido fácil conseguirlo ni me estaba siendo fácil mantenerlo: él valora mucho la cosa esta del sacrificio y del trabajo para conseguir lo que quieres y le dije que ser como soy conllevaba sacrificios también. Que era una lucha constante contra el dejarme ir por lo que se esperaba de mí, entre otras cosas por lo que él esperaba de mí. Le dije que era feliz pero que era muy cansado y que cada vez que iba a comer a casa con ellos, me era imposible librarme de la idea de él como juez nada imparcial y en mi contra. Y que ya que no me podía librar de esta idea, ayudaría un poco ver un mínimo reconocimiento por su parte. Pocos días después me llamó para que comiéramos juntos, solos, y me dijo eso: que lamentaba habernos descuidado tanto y que estaba orgulloso de los nosotros, mis hermanos y yo, aunque no fuéramos como él había pensado que seríamos.
-Y tú te lo tomaste como un triunfo.
-También me emocioné, pero fue un poco un triunfo, sí: era la primera vez que un padre aleccionador reconocía que una hija le daba una lección, y encima la reconocía desde la experiencia: todas las lecciones que él nos daba contaban con la ventaja de nuestra poca experiencia. Fue como demostrarle que él no tenía la verdad absoluta. Me dio un poco de pena también porque se le veía triste. Había sacrificado mucho por el trabajo, se había olvidado o había reprimido partes de su vida por darnos todo lo material que necesitábamos: el fin era justo pero los medios a veces eran crueles para nosotros, pero sobre todo para él.
-Y ahora, ¿está recuperando todo eso?
-Bueno, sigue siendo el mismo pero vemos que escucha de otra manera. Que escucha, de hecho. Pero la cosa es que he reconocido su comportamiento en otros y me produce una tristeza tremenda.
-E intentas salvarlos, como a tu padre.
-Sí.
-Pero ves que a tu padre le ha costado años darse cuenta de su error y que no ha podido hacerlo hasta que tú le has demostrado que merecías un cierto respeto.
-Sí.
-Estás repitiendo con otros la lucha que has tenido siempre con tu padre, para sacarlos del que según tú es su error por un lado y para ganarte su respeto por otro.
-Creo que sí.
-¿Hasta qué punto es responsabilidad tuya esto?
-¿Que me respeten?
-No. Que sean felices según tus parámetros.
-...
-Decías, se lo dijiste a tu padre, que era muy cansada esta lucha.
-Sí.
-Y que ayudaría que no te lo pusiera tan difícil. Le explicaste tus parámetros para ser feliz, que no tenían nada que ver con los suyos.
-Es que él mismo reconoció que sus parámetros no habían servido de gran cosa.
-¿Crees que nunca fue feliz tu padre, según sus parámetros?
-No, sí, seguro que le sirvieron durante un tiempo, si no supongo que se lo habría replanteado todo antes.
-¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuándo tuvísteis aquella conversación comiendo?
-Hace tres o cuatro años.
-¿Cuántos años debía de tener entonces? ¿Sesenta?
-Por ahí.
-¿No crees que fue un poco una lección de vida más que una que tú le dabas?
-Yo ayudé un poco, creo, también.
-¿Es tu responsabilidad ayudar a la gente a ver la vida según tus parámetros porque a ti te funcionan? ¿No era esta esa lucha que te cansaba tanto?
-...