Ayer, mientras jugaba el Barça, en mi casa, via Filmin, via Fraçoise Ozon, un profesor de secundaria francés se agarraba a la incipiente literatura de uno de sus alumnos como quien se agarra a la única tabla flotante capaz de darle sentido a su naufragio particular, y al de todos, de paso; con la idea equivocada -mira que su mujer se lo decía bien clarito, que no era eso- de que la tabla, el libro, podía salvar a la gente de pasar fines de semana jugando a basket, de pasar domingos sin hacer nada, de pasar vidas sin tener hijos, sin tener padres o teniéndolos inútiles. Con la idea equivocada de que la vida que hay que vivir, cambiar y reredactar, es la de los otros.
Luego se me acabó la peli, los futboleros salieron del bar de abajo, cantaron lo de siempre, gritaron lo de siempre y yo me quedé dormida.