Me pasa que yo, cuando me levanto y tengo toda la mañana para estar en casa, no me ducho en seguida: me siento delante del ordenador y apunto cuatro cosas así sueltas, luego me meto en la ducha y las cuatro cosas acaban enlazándose por el arte del birlibirloque (inciso: me parece muy fuerte que birlibirloque no esté en el DRAE), salgo, me seco, me vuelvo a sentar delante del ordenador y escribo parrafadas que ustedes tienen a bien en leer si las cuelgo por aquí o no pueden tener a bien en leer aunque quieran, porque no están colgadas en ningún lado.
Entonces, ahora, también me pasa que he decidido que este agosto me voy a centrar en parrafadas más largas de las que no cuelgo, más que nada porque esto de leer los consejos de Ian McEwan o las reflexiones de Unamuno sobre el arte de lo que ellos hacen, deje de ser para mí una especie de recreación del momento de la lectura de aquel libro de Stanislav Lem: aquel de prólogos y manuales de instrucciones de cosas o actividades que nunca existieron ni iban a suceder. No sé si me entienden. Desde hace años voy recortando, subrayando y/o transcribiendo todo lo que la gente tiene que decir sobre escribir, y mientras recorto, subrayo y/o transcribo pienso: esto, para cuando me ponga, pero no me acabo de poner, así que, de momento y si no le pongo remedio al asunto, lo único que tengo es una bonita colección de consejos que no están llegando a acabar de servir para nada.
Y estoy harta.
Esto quiere decir, básicamente, que en agosto me voy a duchar muchas veces.