Yuri se sentía bien con su tío. Se parecía a su madre. Como ella, era una persona libre, desprovista de prejuicios contra lo que no fuese habitual. Como ella, tenía un noble sentido de igualdad para con todas las criaturas vivientes. Y también como ella, lo comprendía todo a simple vista y sabía expresar los pensamientos de la forma en que vienen a la mente en el primer minuto, cuando están vivos y no han perdido su sentido.
Doctor Zhivago.
Empiezo a creer que la otra gran historia de amor de este libro es, además de la que cuenta, la de cada lector con Yuri. Y la de cada lector con los pensamientos vivos de Yuri. Y la de cada lector con Rusia. Lo mismo le pasa a cada lector de La maleta, de Dovlatov. Y acabaremos todos recordando la muerte de Anna Karérina como el mayor disgusto de nuestras vidas. Y seremos, al fin, todos un poco Quijotes y nada Panzas.
Y que Stalin nos coja confesados.