Una vez me enfadé muchísimo y decidí dejar de leer a un escritor porque encontré en uno de sus libros la palabra indescriptible.
Hoy me ha vuelto a pasar: "Hacía un frío indescriptible", dice el tío.
No te jode...
dijous, 11 de novembre del 2010
Ayer Cesc contaba la historia de un japonés que cogía muestras de agua de un estanque, las congelaba, las miraba por el microscopio y según la disposición de sus partículas, etiquetaba los recipientes que la contenían: en una etiqueta escribía "Amor", por ejemplo, en otra "paciencia"...
Yo le pregunté: ¿Con qué criterio? Él me dijo: Por la disposición de las partículas.
Luego, el japonés, cambiaba las palabras de las etiquetas: donde había escrito amor, escribía odio. Al cabo de dos horas, miraba el agua de nuevo por el microscopio y veía que la disposición de las partículas había cambiado. La conclusión a la que llegaba era que el agua cambiaba según la palabra que había escrito en el rótulo: el objeto del trabajo era demostrar la influencia de las palabras sobre la materia.
Yo le dije: Y no será que el agua, embotellada, si primero la congelas y después la dejas ahí, simplemente cambia porque han pasado dos horas.
Joder, dijo él, es alucinante cómo una historia según quien la cuente, parece totalmente creíble o no. A él, la historia del japonés y el agua se la había contado Mireia, y dice que mientras se la contaba, todo le parecía muy alucinante. Entonces me la contaba a mí y yo con la ceja levantada y él con la sensación de que estaba diciendo tonterías.
Y ¿saben qué? Me sentí mal. Podíamos haber estado ahí todos encantados con la historia del japonés y el agua, pensando "guau, lo voy a probar en cuanto llegue a casa, pero no con agua, lo voy a probar conmigo misma: me voy a poner una etiqueta en la frente que diga "alegría", por ejemplo, esperar dos horas y ver qué pasa". Pero no, ahí estaba yo escéptica perdida y sintiéndome aguafiestas total hasta el punto que me dejó de importar que me tuviera que ir para casa a actualizar el blog del programa, cosa que llevaba retrasando un buen rato.
Cogí los bártulos, me despedí de todos y me fui.
Yo le pregunté: ¿Con qué criterio? Él me dijo: Por la disposición de las partículas.
Luego, el japonés, cambiaba las palabras de las etiquetas: donde había escrito amor, escribía odio. Al cabo de dos horas, miraba el agua de nuevo por el microscopio y veía que la disposición de las partículas había cambiado. La conclusión a la que llegaba era que el agua cambiaba según la palabra que había escrito en el rótulo: el objeto del trabajo era demostrar la influencia de las palabras sobre la materia.
Yo le dije: Y no será que el agua, embotellada, si primero la congelas y después la dejas ahí, simplemente cambia porque han pasado dos horas.
Joder, dijo él, es alucinante cómo una historia según quien la cuente, parece totalmente creíble o no. A él, la historia del japonés y el agua se la había contado Mireia, y dice que mientras se la contaba, todo le parecía muy alucinante. Entonces me la contaba a mí y yo con la ceja levantada y él con la sensación de que estaba diciendo tonterías.
Y ¿saben qué? Me sentí mal. Podíamos haber estado ahí todos encantados con la historia del japonés y el agua, pensando "guau, lo voy a probar en cuanto llegue a casa, pero no con agua, lo voy a probar conmigo misma: me voy a poner una etiqueta en la frente que diga "alegría", por ejemplo, esperar dos horas y ver qué pasa". Pero no, ahí estaba yo escéptica perdida y sintiéndome aguafiestas total hasta el punto que me dejó de importar que me tuviera que ir para casa a actualizar el blog del programa, cosa que llevaba retrasando un buen rato.
Cogí los bártulos, me despedí de todos y me fui.
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