dijous, 1 de setembre del 2011

Es curioso cómo cuando uno ha aprendido un idioma de mayor -un idioma de vocabulario parecido al de su idioma materno-, hay ciertas cosas que jamás, jamás, en una conversación corrida, dirá en este idioma nuevo. Son nombres aprendidos de pequeño, de cosas que, también de pequeño, probablemente le alucinaron o le dieron mucho miedo.

Por ejemplo: yo nunca seré capaz de decir cotxe de bombers, brau o policia.
En aquella casa estaba tentado de creer en cosas como el amor, el amor recíproco de pareja que infunde a las paredes cierto calor, un calor suave que se transmite a los futuros ocupantes y les insufla la paz del alma. Visto así, bien habría podido creer en los fantasmas, en cualquier cosa. El mapa y el territorio. Michel Houellebecq.
Diu el Martí: M'agrada perquè quan parlo amb vosaltres parlem de literatura catalana i castellana, fins i tot anglosaxona. Hi ha gent amb qui no: hi ha gent que només parla d'una cosa o d'una altra.

Ayer por la tarde quedé con él en un bar del que nunca recuerdo el nombre, al que puede llegarse siguiendo indicaciones de gymcama (hay una forma mucho más sencilla de encontrarlo, claro, pero esta nos gusta más). Nos dijimos hola y nos intercambiamos papeles, literalmente: yo le di el Ara del domingo y él me dio un fanzine que se llama Organización! Él me habló de veinte poetas encerrados en una casa y yo le hablé de un proyecto del que todavía no sabe nada ni mi madre. Ni yo, casi, sé nada. Él quiso estar ya en el año que viene. Yo quise haber estado en Portugal de espía, esta última semana. Él me interrogó sobre Torchwood y sobre Una espia en la casa de l'amor. Yo le pregunté por un grupito de gente que me tiene intrigada a la par que repelida. Y resultó que compartíamos un poco también la repulsión.

Todo esto pasó en una hora.

Está bien que aparezca gente nueva últimamente, sobre todo está bien que apareciera gente nueva ayer, que fue un día en el que quienes están en proceso de desaparición desaparecieron un poquito más y quien había aparecido de repente un rato antes de encontrarme con Martí, lo había hecho sin venir a cuento y solo para darme una información cargadita de malas intenciones (malas intenciones muy absurdas, por cierto).

Porque ayer, señores, todo apuntaba a que iba a ser un mal día. Yo me había despertado con un dolor de cabeza de los de antes, de los que te hacen repasar mentalmente y haciendo así con los dedos cuántas cervezas te has tomado la noche anterior y, una vez ves que no han sido tantas, te dejan intentando adivinar qué pudo ser si no fue la cerveza. Sí, ayer pudo haber sido un mal día como una casa. Y me lo toreé de encima. Y ya pueden venir más como ese.

Qué arte, tú.