Durante un rato, no ha pasado ningún coche. Solo llegaba de la calle el sonido de voces, de puertas que se abrían y se cerraban, de un canario y de unas ruedas de maleta, que deben de sonar un poco como las de los carretones de entonces. Yo estaba leyendo "Aurora roja", de Baroja".
Imaginen la decepción cuando, en una casa cercana, se ha puesto a sonar un teléfono.