dimecres, 13 d’abril del 2011

(De la vida. O donde habiéndolo tenido todo, una se encuentra llena de agravios comparativos y lo que hay ahora no reluce tanto como quizás debiera).

Me encuentro leyendo El mar, de Blai Bonet, a las 2 de la madrugada, cansada y con las neuronas un poco así. Voy pasando páginas y leyendo nombres. Ya no sé si Tur está muerto o si aún lo tienen en la celda 13 pidiendo confesión. No sé ni si Tur es quien muere, morirá o nada de eso, pero sigo leyendo pensando que mañana (hoy) retrocederé veinte o treinta páginas en la lectura para aclarar esta nimiedad, que lo es porque lo de menos, en El mar, es quién muere y quién no; que todos están muriendo al fin y al cabo: ellos y nosotros; Bonet, yo, Villaronga, la guerra, Mallorca, el gato de debajo de la mesa y el padre que le mete una docena de patadas.

Y pienso que me pasa un poco lo mismo que con Vida y destino de Grossman; que no tenía ni idea de quién era quién mientras lo leía pero que no podía dejar de avanzar, empujada por las olas del mar en un caso y por las batallas de la guerra en el otro, preguntándome a ratos por qué se llama mar, uno, y por qué se llama vida y se llama destino, el otro.

Lo que sí que constato es que he perdido la sorpresa del momento de la lectura de Mister Evasió. Que sí, que lo reconozco, que El mar es una genialidad, pero estaría muy enfadada si después de leer Mister Evasió, El mar no lo fuera tanto, y siéndolo tanto como lo es, me llena de nostalgia haber leído antes Mister Evasión. Y pensarán: Joder qué tontería: Tienes una genialidadx2, disfrutax2 entonces.
Pero no.

¿Qué le voy a hacer? La vida me mima. Y cuando te miman una vez, te miman otra y te miman la tercera, el mimo se convierte en costumbre y el cuarto mimo, pues ya la cosa viene a ser lo de siempre y uno empieza a plantearse si no va bien, de vez en cuando, una buena bofetada.

Estoy hablando de libros como podría estar hablando de cualquier otra cosa. Y estoy llamando un poco al mal tiempo también. Así que mejor paro ya con la tontería.





Y para que vean cómo me quejo por vicio y les quede claro de qué hablo cuando hablo de genialidad:

El meu pare era irascible i molt trist. I el temps del dinar i del sopar jo el mirava furtivament i em fixava que mai no tenia la mà esquerra oberta, reposant damunt la taula. Tenia sempre la mà closa i, a estones, els seus dits feien violència per estrènyer-se més com si volgués clavar-los dins el call de la mà. Els nusos dels dits i els ossos de la mà esquerra quedaven en punta, cap enfora, més pàl·lids que la resta de la mà. La mà del meu pare tenia un color corromput. Jo anava sentint una por de mirar-li el rostre i seguia la seva tensió per l'estirament dels nervis del braç, que se posaven durs com cordes de guitarra. El múscul li anava pujant, prenent volum, un volum sec davall la seva pell prima, que, en la part superior, estava ruada. Quan estrenyia tant el puny, menjava més de pressa i només omplia mitja cullera. Moltes vegades el múscul del braç, els nervis, quedaven secament quiets, immòbils, i jo, d'amagat, seguia, de cua d'ull, la tensió de la seva mà; pujava la meva vista cap al coll i veia la nou del coll que li pujava i baixava veloçment, i era quasi visible la seva acció quan s'enviava la saliva. Estrenyia la barra, i la barra li quedava estreta, dura, esmolada, amb aquella barba de tres dies. Les venes dels seus polsos se movien.
Es veia que parlava interiorment, a una gran velocitat, i a estones semblava que, per dintre, feia una plorada enorme.
-El mar. Blai Bonet