Me encuentro con
Martí y me dice que el último post, el de la huelga, es horrible.
Que me iba a escribir un comentario pero que quería alargarse y que
acabará escribiendo un artículo.
Me deja bajando a
casa en bici (qué bien se va en bici cuando hay huelga) dándole
vueltas al asunto.
Lo que ha hecho el
ministro de Economía y Competitividad convirtiendo el país en un
chiquipark es simplemente decir en voz alta lo que ellos piensan de
esta huelga: la reforma laboral no se va a cambiar. A partir de aquí,
la huelga se hace, sí: la policía a la calle, los piquetes también,
algo que quema en la Diagonal y servicios mínimos; en resumen, un
día un poquito más incómodo para todos en general por el
helicóptero este de las narices que no para de dar vueltas y mete un
ruido infernal, y para la panadera de debajo de casa en particular,
que lleva toda la mañana con una oreja en el horno de la trastienda
y con otra en los piquetes que de vez en cuando pasan por la calle,
que los oye y tiene que salir corriendo a bajar la persiana. Pero
bueno, a las cinco cierro, me dice antes de despedirme. Y luego
manifestación. Y luego mañana, que será todo igual que ayer, con
la reforma laboral sin cambiar, como ha dicho el ministro.
Martí
dice que este que acabo de exponer es precisamente el pensamiento de
la mayoría. Seguramente, sí, pero es que la mayoría que piensa
esto es la que ayer estaba pidiendo hora en el salón de masajes de
debajo del trabajo de Ester, que tenía todas las horas reservadas
por gente que, aprovechando la huelga, se iba a marcar un homenajito.
Y así, por mucha mayoría que se sea, no se va a ninguna parte, de manera muy relajada, eso sí.
Aquí
de lo que se trataría es de que esa mayoría, que está descontenta
pero que piensa que esto de la huelga no sirve para nada, además de
boicotear la jornada en sí, se dedicara a boicotear el sistema el
resto del año. He discutido un poco con Martí sobre si la cosa
tenía que partir de lo individual o de lo colectivo. De lo
individual, creo yo. Es uno quien decide colarle a hacienda hasta los
tíquets de los calcetines, quien decide no aceptar según qué
condiciones en los contratos y quien decide levantarse un día del
despacho para salir por la puerta diciendo ahí os quedáis.
Yo no
creo en esta huelga. Veo un piquete y pienso que más de la mitad de
las personas que lo integran, si no el piquete entero, aquellos días
de hace meses de la huelga de controladores aéreos, estaban clamando
al cielo porque no podían irse de vacaciones de Semana Santa. Veo a
todo el mundo haciendo el aperitivo al solecito en las terrazas de
los bares (abiertos), mientras claman al cielo por lo jodidos que los
tienen los jefes y los bancos y la política y hasta Dios, y me los
imagino un poco más jodidos aún porque, como hoy el Caprabo está
cerrado, no van a poder comprar el chorizo para el bocata del crío
al que mañana la abuela va a llevar al cole porque ellos estarán
intentando salir de Barcelona por la Diagonal a las 7.30 de la mañana
para no llegar tarde a trabajar. Y veo al ministro preguntando de
nuevo a qué hora es la mani y planeándose hasta que hora deja
abierto el chiquipark para poder enviar a las brigadas de limpieza y
que dé tiempo a que todo vuelva a estar en su sitio antes de irse a
dormir.
Y así.
Hasta la próxima.