(De cuando una comenta, el otro se piensa que propone, una se da cuenta dos frases más allá de que la acaban de rechazar, duda por un momento de si comentaba o proponía y acaba pensando que, en cualquier caso, ahora tiene una información que no sabe si necesitaba tener).
Digo: Mañana tocan Salaíto y Puchero en el Taller de Músics.
Dice: Mañana no puedo y el sábado tampoco.
Pienso: Bueno, el sábado no tocan...
...
...
Aaah...
divendres, 15 d’abril del 2011
Ayer pasé parte de la tarde escribiendo un mail lleno de órdenes: que si hace falta que nos hagas un nuevo catálogo en el que haya esto, esto y esto otro, y en el que, respecto del último que nos hiciste, me corrijas un par de cosas que estaban mal. Pienso en la imagen debe de tener de mí Merche, la persona a la que va dirigido.
Supongo que le debe de sentar como una patada en el culo recibir esto que le estoy escribiendo un jueves, a última hora de la tarde, justo la semana antes de Semana Santa. Me pongo en su cabeza. Su cabeza, en la mía, está diciendo: Una mañanita mááááás y... vacaciones! Y de repente, tacatá! Que me hagas el catálogo de Terapias Verdes para ayer. Supongo que lo que piense Merche me tiene que importar un pimiento siempre que tenga el catálogo acabado para la semana que viene, que nos llegan los libros nuevos de los 50 ejercicios. Merche, tú, haz y piensa lo que quieras.
Pienso en la gente con la que tengo contacto puntual, de un tipo y de otros. Pienso en las diferentes yo de debe de haber repartidas por el mundo. La Sucunza tal, la Sucunza cual, ostras la Sucunza, qué maja, qué gilipollas, que petarda... Me canso mucho de repente y acabo pensando de nuevo que me tiene que importar un pimiento.
Pienso que hay gente que, de esto de controlar o no los yos que es, te hace un libro maravilloso, como el que presentaron (rebentaron) ayer en el (H)original, de Anaïs Nin; Una espía en la casa del amor. Y pienso en la cantidad de experiencias, sentimientos, informaciones y conocimientos que hay desperdiciados por el mundo sin nadie, como Anaïs Nin, que los coja y te haga de ellos un libro maravilloso, como el que presentaron (rebentaron) ayer en el (H)orginal.
Pienso si la verdadera obligación de un escritor no será coger la anécdota, el hecho histórico, el desvarío, el pensamiento cotidiano, ya universales de por sí; señalarlos con el dedo y decir, por si nadie se había dado cuenta: Eh, que sí: Que son universales. Pienso en la cantidad de escritores que hacen todo lo contrario y sólo consiguen apuntar para decir: Mirad lo que me pasa a mí y sólo a mí.
Pienso en cuánto se van a forrar estos últimos de aquí a dos domingos y vuelvo a cansarme mucho, de repente.
Supongo que le debe de sentar como una patada en el culo recibir esto que le estoy escribiendo un jueves, a última hora de la tarde, justo la semana antes de Semana Santa. Me pongo en su cabeza. Su cabeza, en la mía, está diciendo: Una mañanita mááááás y... vacaciones! Y de repente, tacatá! Que me hagas el catálogo de Terapias Verdes para ayer. Supongo que lo que piense Merche me tiene que importar un pimiento siempre que tenga el catálogo acabado para la semana que viene, que nos llegan los libros nuevos de los 50 ejercicios. Merche, tú, haz y piensa lo que quieras.
Pienso en la gente con la que tengo contacto puntual, de un tipo y de otros. Pienso en las diferentes yo de debe de haber repartidas por el mundo. La Sucunza tal, la Sucunza cual, ostras la Sucunza, qué maja, qué gilipollas, que petarda... Me canso mucho de repente y acabo pensando de nuevo que me tiene que importar un pimiento.
Pienso que hay gente que, de esto de controlar o no los yos que es, te hace un libro maravilloso, como el que presentaron (rebentaron) ayer en el (H)original, de Anaïs Nin; Una espía en la casa del amor. Y pienso en la cantidad de experiencias, sentimientos, informaciones y conocimientos que hay desperdiciados por el mundo sin nadie, como Anaïs Nin, que los coja y te haga de ellos un libro maravilloso, como el que presentaron (rebentaron) ayer en el (H)orginal.
Pienso si la verdadera obligación de un escritor no será coger la anécdota, el hecho histórico, el desvarío, el pensamiento cotidiano, ya universales de por sí; señalarlos con el dedo y decir, por si nadie se había dado cuenta: Eh, que sí: Que son universales. Pienso en la cantidad de escritores que hacen todo lo contrario y sólo consiguen apuntar para decir: Mirad lo que me pasa a mí y sólo a mí.
Pienso en cuánto se van a forrar estos últimos de aquí a dos domingos y vuelvo a cansarme mucho, de repente.
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