Yo le decía a Diana: quiero conocer a Antonio, quiero conocer a Antonio, quiero conocer a Antonio. Y ayer, va la tía y me lo presenta. Y ¡bum! Hablar, hablar, hablar: Que si yo mantengo la amistad con exnovios porque no hacerlo sería como reconocer que me había equivocado desde el principio, cuando decidí que me gustaban; que si eso es ego igual que es ego que yo la mantenga porque me parecería muy cruel privarles de la mi presencia; que si mi tía retransmite todo el rato lo que va haciendo: voy a comer un poquito de esto, voy a ponerle aceite a la ensalada, que se tiene que aliñar; que si eso que hace tu tía es como el clásico pues ya hemos comido pero magnificado; que si el ya hemos comido, qué bueno; que si sí, sí, que habría que decirlo a todas horas; y que si a Mireia, ¿de qué la conoces? De la guardería; y Mireia y Manu, ¿de qué se conocen? De la escena indie; ¿de la escena indie?; sí, de la escena indie; la escena indie ¡jajaja!; que si qué genial cuando has llamado a aquel para decirle que es un cutre; que si bueno, pfff, no te pienses, que en el fondo me ha jodido porque parecía un tío majo y me hubiera gustado tomar un cafelito con él, que fijo que tenía conversación interesante; que si joder, ahora te ríes más, que estábamos todos borrachos y tú estabas ahí toda tiesa con con cara de tenerlo todo controlado; que si la procesión iba por dentro, que luego ya me viste que iba haciendo eses; que si sí, sí, que te ví, y ¿quién era esa rubia?, la ex de mi hermano, qué mal rollo, que se fue y me dijo me voy, puedes acabarte mi cubata si quieres; hostia, sí... y me lo acabé yo.
Y, no sé. Como si nos conociéramos de toda la vida.
Y que es genial cuando pasan cosas así.