Carles Miró ya explicó en su blog en marzo porqué se ha desaparecido de las redes sociales. Hoy Núvol recupera la entrada. Hace un rato, yo la iba leyendo de nuevo e iba pensando exactamente lo mismo que pensé entonces, hace tres meses y pico: ¿hace falta explicación? Yo creo que no.
Hay actos a los que, dándoles vueltas a posteriori, lo único que hacemos es añadirles una colección de excusas que luego nos acabamos tragando como teorías sociales; teorías falsas elaboradas sobre la marcha y de gran nivel autocomplaciente. Además, todo el mundo sabe que, si bien para la teoría no, para la excusa lo mismo nos vale un arre que un so. Que si Miró ahora dijera que lo dejó porque le dedicaba demasiado tiempo nos dejaría igual que si dijera que lo dejó porque no le dedicaba nada de tiempo. La cuestión es que Carles Miró lo dejó, igual que lo cogió en su momento, porque le daba la gana.
Hace unos años nos inventamos las redes sociales y las hemos acabado convirtiendo en redes de arrastre: entras, te enredas y llega un momento en que parece que o sacas la navaja y destrozas un poco el invento o no vas a poder salir de allí jamás. Una red funciona mejor o peor dependiendo de su tupidez y todos sabemos con qué rima eso.
Los amigos -virtuales o no- hacen cojín, sí, pero los cojines, depende del lado de la cabeza que se pongan, también ahogan. Y es responsabilidad del amigo -o del conocido o del saludado (virtual o no)-, es responsabilidad de la persona, al final, reconocerse en esa dualidad de ser ahogo o de ser reposo. También es responsabilidad de la persona indicarle al amigo si está siendo ahogo o está siendo reposo, igual que es obligación del amigo no tener que obligarle a decirlo.
Miró se ha ido, ya volverá o no. O ya nos encontraremos por ahí, que aquí no hay contrato de por medio, ¿verdad que no nos hicieron firmar nada para entrar? Pues no vamos a ir a hora a pedir cartas de renuncia.
See you soon, Miró!