dijous, 4 de maig del 2017

Un piano dentro de una librería se pone no se sabe muy bien por qué; por si acaso, seguramente, o porque se da la casualidad (que ya es mucha) de que una, en el momento en que está montando una librería (que es un momento muy de chamarilero, de 'esto lo cojo y me lo llevo para allá, que nunca se sabe'), se acuerde de que tiene un piano disponible que puede aprovechar.
El piano de la Calders es el piano que nos compraron mis padres a mis hermanos y a mí cuando éramos pequeños y ellos querían darnos una educación así como enciclopédica, muy ilustrada, como de que lo supiéramos todo o al menos haber probado muchas cosas para después poder descartar, o sea, decidir.
Tendríamos entonces mis hermanos y yo unos 10-12 años y éramos zotes perdidos; lo que nos tocaba ser con aquella edad. Que el piano era un rollo, vaya. Que ninguno de los tres habíamos salido por ahí.
Pasó el tiempo, mis hermanos y yo nos fuimos de casa y el piano se quedó.

Recuerdo que un día, de hace no llega a cuatro años comiendo allá, en casalspadres, hablando de cómo iba con lo del proyecto de librería, mi padre me preguntó: "¿necesitas algo que yo te pueda dar?", a lo que yo, apuntando al armatoste con el tenedor, respondí: "mira, pues igual el piano lo podríamos aprovechar". No tengo ni idea de por qué dije eso pero pocos días después tenía en la puerta de allá y luego en la puerta de aquí una furgoneta de unos tipos especializados en transportes de estas cosas cargando primero y descargando después el dichoso piano negro.

El piano lleva ahí desde el primer verano que abrimos la librería. Lo ha tocado mucha gente y lo han tocado muy bien y lo han tocado muy mal. Y algunas veces yo ya intuía, pero no había llegado a definir bien, lo que por fin creo que puedo explicar hoy.

Han pasado dos cosas esta semana.
Primero: ha venido Lulú Martorell un par de veces a ensayar para un bolo que tenía esta noche en otra parte. Pasa que si pregunta Lulú si puede venir a practicar, yo le digo que sí sin preguntarle ni para qué. Segundo: ha venido Joaquín Fernández, el traductor, a presentar un libro de Tolstoi.
Las dos veces que ha venido Lulú, ha tocado "El bosc", de Pepe Sales. Las dos veces, cuando la ha tocado, yo estaba en el ordenador haciendo vete a saber qué de mails, qué facturas o qué cosas, que he tenido que parar y quedarme muy quieta y pensar: "ostras, ostras, ostras" y cerrar los ojos para que no me cayera el lagrimón. O sea, Lulú, la que fuera la gran compañera de Sales, tocando "El bosc", ahí mismo, en mi piano, para mí (bueno, y para algún cliente que había en ese momento en la librería).
La vez que ha venido Joaquín, traductor de Tolstoi, en ese mismo piano, también para mí (bueno, para todo el mundo que ha venido a la presentación), ha tocado el único vals que compuso el escritor. Diréis "vale, bonita curiosidad", pero es que cuando ha acabado, Selma Ancira, la otra traductora que lo acompañaba, ha explicado cómo el mismo Joaquín, hace un año, había intepretado ese mismo vals en el mismísimo piano de la casa del autor: esos dedos que han pulsado hoy las teclas de ese piano habían pulsado antes las mismas teclas que pulsó Tolstoi en el suyo, tocando su única composición.

Total que ¿sabéis lo difícil que es de explicar qué es la Cultura o la Literatura o la Música? Pues la respuesta a esa pregunta, ahora mismo, ya la tenéis los que os habéis emocionado un poquito leyendo esto, que sois los mismos que la próxima vez que entréis en la librería, miraréis el piano y pensaréis en Lulú tocando "El bosc" y en Joaquín tocando el vals de Tolstoi y entenderéis por fin, como me ha pasado hoy a mí, no solo qué hace ahí el piano sino qué hacemos nosotros y vosotros con él, con todos esos libros, con lo que leemos, con lo que escuchamos y con cómo lo acabamos juntando todo después.

divendres, 28 d’abril del 2017


Per què la Calders no participarà en aquesta nova edició de la campanya “Fas 6 anys, tria un llibre”

Dimarts 2 de maig es posa en marxa de nou la campanya de Cultura de la Generalitat “Fas 6 anys, tria un llibre”, per la qual les famílies amb nens de 6 anys reben a casa un cupó que poden bescanviar a una llibreria per un llibre d'un màxim de preu de 13 €. Si totes les famílies hi responguessin, això li suposaria al Departament de Cultura una despesa d'un total d'un milió d'euros.

La Llibreria Calders no hi participem per diversos motius:

  1. Fa poc més de sis mesos, diverses llibreries ens vam reunir amb el Conseller, qui ens va explicar la intenció de posar en marxa la primera edició d'aquesta campanya. Molts dels allà presents (tots llibreters) vam expressar els nostres dubtes sobre l'efectivitat de la iniciativa, alguns dels punts que van quedar clars van ser que la franja d'edat dels 6 anys no era la més necessitada de cap campanya; on realment s'aprecia un descens en l'interès per la lectura és en l'adolescència.
    Vam dir també que de totes maneres, regalar un llibre no garanteix que aquest s'acabi llegint ni que després en aquella casa es continuï motivant a l'infant per a seguir llegint.
  2. La campanya es va portar a terme llavors tal qual ens l'havia presentat el Conseller, sense fer cas de les nostres observacions.
  3. Passats quatre mesos, l'única dada que tenim del funcionament d'aquella edició, és la dels llibres que es van repartir: van ser 31.914 exactament, és a dir, la iniciativa va suposar una despesa de 416.000€ del pressupost públic destinat a la cultura. No hi ha hagut cap seguiment posterior ni cap feedback (tampoc no hi han estat consultades) per part de les famílies que en van fer ús del cupó, tot i disposar la Generalitat de les dades necessàries per poder contactar-les a posteriori.
  4. Ara la Generalitat juntament amb el Gremi de Llibreters torna a convocar la mateixa campanya exactament en els mateixos termes. Igual que no vam participar en la primera edició, tampoc no ho farem en aquesta segona que suposarà de nou una despesa a fons perdut de diners públics.

Tot i que sabem que aquesta campanya, en termes de participació, tornarà a ser un èxit rotund igual que seria un èxit rotund qualsevol campanya que consistís a repartir entre els ciutadans qualsevol cosa de manera gratuïta, creiem que aquesta no és la manera de promocionar la lectura.
Sabem que hi ha gent molt preparada -escoles, biblioteques, llibreries especialitzades- a qui les institucions culturals poden acudir per a dissenyar una bona acció, una campanya molt més efectiva, en què invertir el pressupost de manera molt més assenyada.

Si passeu per la Calders amb el cupó, us facilitarem la llista de llibreries que sí que hi participen, en les quals sí que us donaran el vostre llibre.
Disculpeu les molèsties, ens agradarà atendre-us millor en pròximes edicions si finalment us podem oferir una campanya de promoció amb cara i ulls.

diumenge, 2 d’abril del 2017


Acabemos con el discurso del sofá, libro y manta en los días de lluvia. Si llueve, es el día de ir a la librería, porque si llueve, a la librería sólo vienen los buenos; los que salen de casa buscando el sitio para estar tranquilos dando vueltas mirando y remirando libros, preguntándole al librero si este o mejor este otro y por qué. Y vienen a discutir y a explicar que ese autor como que no, por esto y esto y lo de más allá, en cambio aquel otro sí, y que si tienes más. Y que ojalá tuvieran más tiempo para leerse aquel de allá también, te cuentan, pero que, bueno, que se lo van a llevar igual que ya verán cómo se lo montan.

No hay día que se venda mejor que un día de lluvia en la librería. No que se venda más, decir eso sería mentira, pero mejor sí: mejor pensado en el momento de la compra y mejor leído seguramente después también.

Ha sido un fin de semana fantástico en la librería. Sólo he tenido que fregar un charco que me dejaron cuatro pedorras que sólo habían salido a pasear y que se tomaron la librería como un sitio de paseo también; el resto del tiempo hemos tenido el sitio lleno de gente que entraba corriendo porque llovía y luego no se querían ir porque llovía también; que se habían metido aquí como refugio, pero no porque les hubiera sorprendido la lluvia sino porque habían salido de casa pensando que aquí iban a estar mejor porque iban a poder comprar libros que debajo de la manta, en el sofá, no habrían encontrado.

Los libros son para los valientes, para los que saben que llegar hasta ellos les va a costar mojarse, pero que luego, tras leerlos, se van a quedar más limpios y con ganas de mojarse otra vez para poder limpiarse aún más.

Los libros son, por ejemplo, también para los valientes que hoy se han ido hasta Bolonia para defender esa cosa tan aparentemente extraña que es la literatura infantil y juvenil. ¿Extraña? Todo el mundo leía de pequeño, hasta los que de mayores ya no leen; porque ¿por qué nos hemos tenido que inventar el género infantil y juvenil cuando lo que molaba cuando este prácticamente no existía o no se practicaba tanto era ver todos esos libros que leían tus padres e imaginarte el día en que tú pudieras leerlos también? Era entonces cuando tú, pequeño, por impaciente (todos los niños lo son), te ponías de puntillas y alcanzabas hasta el estante en el que encontrabas un Delibes, ¡un Delibes!, y empezabas a leer y alucinabas porque el protagonista era un niño como tú. Y no entendías nada porque ese niño como tú vivía en una guerra, pero a la vez lo entendías todo y, sobre todo, lo que entendías, sorpresa, era que en los libros los niños eran importantes también, así que ¿por qué no iban a ser importantes los libros para ti por muy arriba que estuvieran en la biblioteca? Y es que al final lo importante era crecer.

La etiqueta de infantil y juvenil se ha tenido que inventar porque muchos padres ya no leen, y hasta que no se solucione eso va a hacer mucha falta que existan cosas como la feria de Bolonia, la librería La Petita, la Caixa de Eines y la biblioteca móvil de El Culturista también.

Hoy ha venido una familia a la librería: padre, madre, hijo e hija. Los padres han entrado hasta el fondo y se han puesto a mirar las estanterías. Los hijos se han quedado sentados en las escaleras, mirándolos, hasta que han acabado; han salido los dos, los padres, con un par de libros en las manos y les han dicho: "¿no vais a buscar uno vosotros?". El niño en seguida ha cogido un "Super Patata", la niña miraba las mesas y ha dicho "es que no sé", a lo que la madre le ha respondido míratelos bien y tranquila ahí, hasta que encuentres uno", y los tres, padre, madre e hijo, se han quedado esperando mientras ella cogía uno, lo hojeaba, lo dejaba, cogía otro... Al final la niña, diciendo "este", le ha tendido un "Marcelín" su madre mientras le explicaba que lo quería porque le gustaban mucho los dibujos y porque los dos niños protagonistas eran muy amigos; se lo había mirado de cabo a rabo antes de decidir que se lo quería llevar.

A la librería, los días de lluvia, sólo vienen los buenos, los que leen sin manta, los que leen hasta sin sofá e incluso bajo el sol.

Vamos a currarnos mucho Bolonia hasta que lo de los libros sea normal, para los padres también.

dilluns, 9 de gener del 2017


Breve reflexión sobre la cosa de la cultura en los medios tras visitar ayer la exposición "Jardins de cooperació" de Alexander Kluge en La Virreina

 
Acabo de leer el último artículo de Saül Gordillo en el Portal català del sector de la comunicació. Va sobre el 2016 de Catalunya Ràdio, es triunfalista y ya sólo en la primera frase incluye términos google-friendly, por decirlo en el lenguaje ganador, del tipo 'sinergies' y 'viralitzar'.

Los mensajes repetidos a lo largo de las dos páginas de word que debe de hacer de largo el texto es que todo va sobre ruedas, que la emisora no sólo supera a todas las demás en el ranking de audiencias sino que bate su propia marca del año anterior.

Habla de la audiencia también como sujeto, no sólo como objeto, pero sólo para mencionar cómo todos los imputs que han recibido de los oyentes durante todo 2016 han sido positivos: Catalunya Ràdio, según su director, sólo ha recibido mensajes halagadores este año que acaba de terminar; no hay ni una sola mención a la crítica negativa, ni un motivo que justifique la creación, por ejempo, del hashtag #CatRàdioÉsCultura, que él mismo creó para justificarse ante la denuncia del grueso del sector cultural por el maltrato que sufrieron los ahora inexistentes programas íntegramente culturales que un día incluyó la casa en su parrilla.

Gordillo sólo menciona la cultura en su artículo para reafirmarse en su posición (adoptada de la nada, por lo visto) que defiende un contenido cultural simplemente transversal, o sea disperso e indefinido, en la emisora. Y al reafirmarse nos envía el mensaje de que esto va a seguir así, que no va a cambiar nada.



A Alexander Kluge (escritor y cineasta comprometidísimo con la cosa pública) los colegas se le tiraron un poco a la yugular cuando se pasó a la tele. Él sin embargo siguió haciendo allí sus programas de un contenido que no rompía en absoluto con su forma de hacer anterior ni con su mensaje. Si Kluge pudo hacer eso fue porque algunos directores de algunos medios de comunicación (los programas se emitían por la tele, pero él contó también con la producción de medios escritos) le hicieron un hueco en la parrilla.

Estos días, extractos de aquellos programas pueden verse en un centro de arte de la ciudad (en La Virreina). Los vídeos van perfectamente referenciados con el nombre del programa y los canales de televisión que los emitían. Lo que hacía (lo que aún hace) Kluge es arte, así que los espacios de televisión que contuvieron lo que hacía Kluge ahora se ven elevados a la categoría de arte también.

El día que los medios se den cuenta de que es la cultura la que les hace (les haría, si se dejaran) el favor a ellos y no al revés, ese día, el país será un poco menos idiota. Y lo mejor es que el mérito será en parte de los medios también y no sólo del artista.

Yo aún tengo la esperanza de que un día algún director de alguna tele o alguna radio públicas de aquí de señales de tener este tipo de sensibilidad.


 
Folleto de la exposición 'Jardins de cooperació' de Alexander Kluge.

dimecres, 7 de desembre del 2016


Aprovecho que han colgado en Núvol la crónica de la mesa redonda en la que participé hace unos días para explicar alguna de las cosas que quise decir aquel día.

(Nota: yo siempre hablo de libros, pero aplíquese todo a cine, teatro, danza, arte, tecnología, ciencia... qué se yo.)

Bernat Ruiz empezó contando cómo los medios se gastaban los medios (juas) en dar informaciones irrelevantes del tipo: el Barça se ha subido a un avión. Y efectivamente, en las imágenes retransmitidas por una unidad móvil que habían enviado al aeropuerto (cosa que cuesta un pastón in-de-cen-te) se veía con toda nitidez cómo unos cuantos señores se subían a un avión. Como veía que el discurso iba a tirar de nuevo por la eterna contraposición libros-fútbol en los medios, esperé mi turno de palabra para decir que no, que por ahí no; que ya estaba ese tema; que sí, que el fútbol domina en la tele a saco, pero creo que repetir sin parar que en la tele hay mucho fútbol es como decir que unos señores se están subiendo a un avión y meter imágenes que enseñan cómo los señores se suben al avión.

Yo, desde que hace unos meses petó la cosa de la falta de cultura en los medios, le llevo dando vueltas a la idea de que (ya lo decía hace un par de entradas en este blog) una de las maneras de que las cosas estén en la cabeza de la gente es que las cosas salgan por la tele o por la radio; así, en este orden: lo que sale en los medios acaba en las cabezas. Parece en cambio que, en la carrera por conseguir audiencia, la tortilla se ha dado la vuelta y ahora los medios funcionan al revés: vamos a darle a la gente más de eso que ya tiene en la cabeza, esto es, vamos a seguir el camino fácil, a explotar la veta, sin darse cuenta de que fueron ellos, los medios, los que crearon esa veta. Por eso dije en la mesa redonda que parecía que los que deciden los contenidos ya no eran conscientes de su responsabilidad primera que, dicho sea de paso, también es su poder.

Conté que la gente funciona, se mueve, por aficiones y que nadie nace con una afición programada; que si alguien, en su vida, no tiene ninguna referencia de que existe la ornitología, aunque vea de vez en cuando un pajarito, es muy poco probable que se aficione a prestarles interés; que tiene que haber un contacto directo con alguien que le explique cuatro cosas con un poco de profundidad sobre el pajarito en cuestión para que en su cabeza se despierte la curiosidad. Dije que lo mismo pasaba con el fútbol: si uno nace en una casa sin tele en la que nadie habla de fútbol y, por lo que sea, va a parar a un grupo de amigos cero aficionados, es muy difícil que le surjan de la nada las ganas de ver un partido, de saber qué es un penalty o de enterarse del nombre del seleccionador nacional. Pasa que en las casas propias hay teles y en las de los amigos también. Y que en las teles hablan de fútbol, hablan de fútbol sin parar, de hecho; y es éste y no otro el motivo por el que se cuentan por miles las personas que sin haber jugado al fúbol en su vida ni tener ninguna intención de hacerlo, te pueden recitar de memoria los últimos cuatro goles del Barça, decirte de dónde es tal jugador que acaban de fichar o contarte cómo han quedado distribuidos los equipos en el último sorteo de la Eurocopa.

Fue después de decir más o menos todo esto cuando planteé en la mesa redonda que si sabíamos que tanto fútbol en la tele había provocado todo este conocimiento y toda esta afición, no podríamos plantear esto como un punto de partida para los libros; que si no era lógico pensar que aumentando el tiempo que los medios les dedican a los libros acabaríamos teniendo una sociedad llena de gente que, a lo mejor no leía tanto pero que sabría perfectamente quién es Hemingway, cómo escribía, sobre qué temas, de dónde era, por qué fue importante, con qué otros escritores se relacionó; y que llegado el momento, cuando tuvieran un hijo, igual que ahora cogen y le compran un balón, le comprarían también un libro.

Mi intención, no sé si lo conseguí, era recordar que tienen que ser los medios los generadores de audiencias y denunciar que lo que están haciendo ahora es simplemente ir detrás de una audiencia ya generada hace años, o sea, que no están haciendo su trabajo, que están eludiendo una responsabilidad.

Era eso, sí: una denuncia como una casa, la que estaba haciendo yo ahí en la mesa redonda. Y no había ningún representante de los medios entre el público para escucharla; ¿se necesita alguna prueba más para ver a qué nivel está eludiendo esta gente su responsabilidad?

dissabte, 3 de desembre del 2016


Estaba fregando los platos en la librería y una señora ha venido hasta el fregadero y se ha esperado a que me secara las manos para que le mirara si teníamos un libro. No teníamos el libro.

Analicemos la situación:
  1. Fregar los platos en horario de atención al público.
  2. Clienta que tiene que venir a buscarme.
  3. Clienta que espera.
  4. No tener el libro.
En el mundo de las auditorías suspenderíamos rotundamente en el camino de la consecución del sello de calidad.

Pero:
  1. El libro que buscaba la señora era ESTO.
Una auditoría técnica no tiene manera de valorar qué libros no tenemos ni los motivos por los que no los tenemos ni si nuestro fondo está integrado o no por libros de calidad literaria, científica o técnica ni la aptitud de los libreros para recomendar sobre la marcha libros que cumplan estos criterios de calidad o para programar actividades de calidad también.

Todo esto es lo que algunos libreros les estamos intentando explicar al Gremi de Llibreters y al Departament de Cultura de la Generalitat; ambas instituciones están dispuestas a gastarse dinero público en implantar estas auditorías inútiles, cuando hay tantas otras cosas por hacer.

dimecres, 30 de novembre del 2016

(Poniendo un poco de orden en las ideas para mi intervención de mañana en la mesa redonda sobre la escasez de contenidos culturales en los medios de comunicación.)

Tengo una librería. Obviamente me interesa vender libros, que la gente compre muchos, cuantos más mejor; esto es en primera instancia por una cuestión de supervivencia: hay que vender muchos libros para vivir de ellos, tened en cuenta que un librero se queda con el 30 por ciento del precio del libro, esto es, de un libro de 20 euros, nos corresponden solo 6,6. Sabiendo que la mayoría de libros valen menos de 20 euros, que hay ediciones de bolsillo que a penas llegan a los 8 euros de precio, de los que nos corresponderían a nosotros menos de dos, calculad cuántos libros tenemos que vender al mes para sobrevivir, o sea, sólo para poder pagar alquileres y sueldos.
 
De las muchas maneras que hay para vender libros, hay una que es imbatible: consiste en que la gente piense en libros; que los tenga en la cabeza, que estén en sus conversaciones, que figuren entre sus referencias. Hay un camino muy claro para conseguir que las cosas estén en la cabeza de la gente, es el camino de los medios: las cosas que salen en los medios con una cierta intensidad acaban formando parte del imaginario del espectador, y hoy día todo el mundo es espectador; explicadme si no porqué gastaríamos un solo minuto de nuestras vidas pensando en la última de Belén Esteban, por decir una que estoy convencida que todos vosotros tenéis en la cabeza. ¿Por qué la tenéis? Ahí lo tenéis.
 
No llevo hablando ni cinco minutos y ya podríais reprocharme como mínimo dos cosas de todo lo que llevo dicho: una, que sabiendo todo esto del poquísimo margen para el negocio que da la venta de libros, si quisiera ganarme bien la vida, me podría haber metido en cualquier otro negocio; y dos, que qué tiene que ver Belén Esteban o cualquier otro de su condición con los libros, con la literatura. La respuesta a los dos reproches sería la misma: me he metido en lo de los libros porque no son Belén Esteban.
 
Explicándolo muy básicamente, yo creo que hay dos cosas en la vida: una es lo que de verdad nos interesa y otra lo que hacemos para pasar el rato, aunque puede que no nos demos ni cuenta de cualquiera de estas dos cosas en el momento en el que están pasando; puede que nos parezca que estamos pasando el rato viendo la tele u oyendo la radio y puede que nos parezca que nos interesa mucho la última bronca que haya tenido fulanito con menganita de tal o descubrir que tal escritor escribe en zapatillas, por ejemplo; la cosa es que si nos paramos pensarlo, una vez nos hemos enterado de la bronca o de lo de las zapatillas, ahí se acaba el tema; puede que la historia nos dé para un par de conclusiones del tipo "qué mala persona es fulanito" o "este escritor es tan bueno que, si escribe en zapatillas, yo lo voy a hacer todo en zapatillas también", pero ya está. Una vez hemos hecho algo que nos interesa de verdad en cambio, eso perdura y de alguna manera acaba viéndose reflejado en la realidad; en lo que nos rodea primero y, a base de círculos concéntricos, en la sociedad después. Un ejemplo que parece muy tontuelo pero del que estoy convencida es que si la gente leyera libros bien escritos o viera o escuchara programas de televisión o de radio bien estructurados, independientemente de su ideología, nunca, jamás, votaría para presidente a alguien que no supiera construir bien las frases o que no supiera enlazar las ideas a base de silogismos con un cierto grado de complejidad o que no tuviera recursos para responder a preguntas que no estaban en el guión.
 
Por eso me dedico a vender libros aunque me den tan poco margen y no cualquier otra cosa: porque creo que los libros buenos inciden de esta última manera que acabo de explicar en la sociedad.
Entonces, ¿por qué los medios dan prioridad a lo que no?
 
No estoy diciendo que todo lo otro tenga que desaparecer de los medios: sería un aburrimiento. Lo que digo es que los libros no tendrían que ser arrinconados ni transversalizados de la manera en que lo están siendo últimamente; que deberían estar a la par de todo lo otro en cuanto a minutaje de contenidos.
 
Hay otro motivo además por el cual los medios deberían replantearse todo esto: ahora mismo hay un montón de editores, escritores, traductores, correctores y libreros que estamos apostando por aquello que decía antes que era lo importante frente a lo que supone una simple manera de pasar el tiempo; es más, hay un montón de lectores que se están apuntando a comprarlo, si no no insistiríamos tanto ni seríamos tantos tampoco. Si los medios quieren estar a la altura de esto que está pasando, deberían dedicar espacios a este público que acabo de describir; es una apuesta de futuro, creedme; es que está muy ciego quien no lo haya visto ya.
 
Ya está. No voy a dar ninguna conferencia mañana: es una mesa redonda donde voy a participar, pero creo que todas las ideas que suelte van a ir por aquí.