dijous, 22 de març del 2012


Me despierto, me preparo un café y me pongo a leer las noticias. El Yihadista de Toulouse está encerrado en casa desde ayer. La casa está rodeada por todo un ejército de policía francesa, valga la redundancia: la policía francesa es el ejército y cuando se pone en marcha, marcha, por supuesto, ¡ar!, y suele hacerlo  tarde; suele hacerlo cuando el enemigo ya ha sido, ya ha asesinado, ya se ha encerrado en váter: todo un ejército desplegado alrededor del váter del Yihadista de Toulouse.

Pasa una hora, pasan dos, pasan tres y el Yihadista sin salir del váter en que Toulouse se ha convertido, el váter a donde han ido a parar todos los telediarios del último medio día, que tiene un desagüe que va a dar directo al niño del pijama de rayas, a David Ben Ami y a Godwin, claro. Apúntate otro tanto, Godwin, qué razón tienes.

Así que tenemos, al Yihadista, por un lado, encerrado en el váter y al ejército de Toulouse encerrado al otro lado de la pared, por la parte de fuera, y a mí. Yo estoy encerrada delante del ordenador, queriendo entrar en la cabeza del Yihadista de Toulouse. He querido entrar en la cabeza del ejército de Toulouse también, pero me he imaginado que probablemente ahí no había nada; una espera como mucho; una espera a una orden. ¡No! Igual, como mucho, también había un deseo secreto, individual, de esos que nunca, nunca se confesarían: el deseo de ser uno mismo el peón del ejército de Toulouse que pega el gatillazo final; el deseo de ser héroe secreto, que es como ser superhéroe, que en realidad, como nadie sabe que eres tú, es como no ser nada, pero qué gran onanismo, señores.

Poco había que rascar, así que me he puesto a querer entrar en la cabeza del Yihadista de Toulouse. Primero he pensado que estaba muerto. En seguida he visto que por ahí no iba a ninguna parte, que lo único que hacía estando muerto era dotar en ese momento al ejército de Toulouse de una ridiculez extrema. Y a los telediarios, a los telediarios también. Y a mí, encerrada delante del ordenador. También. Ridículo todo. No me ha convencido esta opción.

Entonces he pensado que estaba vivo, pero como me ha sido imposible imaginar qué podía haber ahí, en su cabeza, en ese momento, he optado por decirle qué había en la mía. En mi cabeza había un final épico: el de "Dos hombres y un destino", concretamente. Así que le he dicho: 'Tío, te van a matar, hazlo bonito, hazlo como Robert Redford y Paul Newman'. Pero en seguida he visto que no iba a pasar eso. Lo he visto cuando he ido al google, he empezado a escribir 'Dos hombres y...' y el google me lo ha acabado con un '... medio'.

Dicen que la cosa ha acabado con él saltando por la ventana, disparando; y que ya estaba muerto cuando ha llegado al suelo. No me lo acabo de creer; igual imaginaban algo de mi alta expectativa, de mi ilusionada llamada a la épica. Les agradezco el esfuerzo, eso sí, pero ahí queda mi decepción, que debe de parecerse mucho a la que sintió Nacho Vegas el día que descubrió que cuando uno mete la cabeza en el horno con la intención de matarse, no es que se la quiera asar, es que simplemente quiere respirar el gas.

Otra cosa, suma y sigue, que va a parar a la lista de todo lo que debería acabar en un BOUM pero que acaba terminando con un simple SSSSHHH...