dissabte, 10 d’octubre del 2015


Me llama Peio H. Riaño, como hace casi siempre que hay una noticia política con repercusión directa sobre las librerías, para preguntarme por el famoso sello de calidad que se nos acaba de inventar el ministerio, para poner en marcha el cual se van a gastar la fortunaza de 150.000 euros. Y me pide, encima, que le cuente qué me parece en comparación con los 2.000.000 de euros que ha decidido el estado francés gastarse allá en darles un empujón a las tiendas de libros suyas (porque eso es lo que van a ser las librerías francesas ahora: prácticamente suyas del Estado).

Primero le digo que nos hemos equivocado por unos poquicos kilómetros de lado de la frontera, claro; que un poco más arriba y ya lo teníamos, pero no.
Luego le digo que él ya sabe, por otras veces que hemos hablado el tema, que yo no soy devota de las subvenciones: que sí, que caen muy bien, pero que un negocio que se aguanta por ayudas y no por ventas es un negocio fallido condenado a ir a remolque del repartidor de becas de turno al que cambiarán como mucho a los cuatro años y a quien, encima, le tienes que caer bien. Y que de qué me sirve a mí tener pasta para ampliar el fondo a tres mil referencias más si luego me las voy a comer con patatas.
Y le acabo concluyendo, más o menos, que si tienen 150.000 euros para regalar, que los cojan y que se los metan en el cole: que les paguen con ellos el sueldo a cinco profesores de filosofía que me eduquen a 150 chavales por curso para que, cuando sean mayores, tengan ganas de venir a comprarme libros.
 
Eso sí que sería una buena ayuda para empezar, pero me suena que he leído en algún lado que están haciendo justo todo lo contrario. Y así todo.