Dietario de la tienda. Día 1
La mañana
Después de mucho pensar... Vale, me estoy tirando un farol. Lo que en realidad quiero decir es: Después de no pensar nada más que en que me tengo que acordar de marcar "VISA" cuando la gente paga con VISA porque si no queda reflejado como pagado en efectivo y la caja no cuadra. O sea, después de tener la mente en blanco (iba a decir dejar la mente en blanco, pero eso implicaría una actividad por mi parte que no ha existido) durante horas, como solo puede tenerse en blanco la mente cuando uno se dedica a contemplar pilas de camisas lisas, de cuadros, de rayas, de manga corta, de manga larga, de lino, de algodón, con botones para llevar sin corbata, sin botones para llevar con corbata, estoy en condiciones de afirmar que la técnica vocal de Shakira es la misma que la del cantante de Manos de Topo. Me alucina que nadie antes se haya dado cuenta. Probablemente nadie antes había estado en un concierto de Manos de Topo para, unas horas después, empezar a trabajar en una tienda de ropa el primer día de las rebajas de verano.
(Efectivamente, el hilo musical que el año pasado tan fácilmente pude evitar al estar yo sola en la tienda sin nadie que controlara que los altavoces estuvieran ON, no ha cambiado).
El mediodía
Mi hermano es un crack. Mi hermano habla poco pero cuando habla, tela. Mi hermano hoy, comiéndose un flan de limón, me ha dicho: "¿Tú te crees que alguien que no es feliz estando solo puede ser feliz estando en pareja? Pues no". Luego se ha ido al Abacus a comprar unos folios para poder imprimir mi contrato y en ese momento han comenzado a sonar las campanas del monasterio. He apuntado en mi libreta: "Campanas del monestir!!" Y me he sentido bastante feliz.
La tarde
Mi hermano: "En Sant Cugat solo hay pijos y hippies".
Los pijos tienen ese gracejo especial de entrar en la tienda diez minutos antes de cerrar y conseguir que la acabes cerrando casi una hora más tarde de tu horario oficial -una hora en la que has tenido la persiana medio cerrada y te has dedicado exclusivamente a ellos, como si fueras su dependienta particular- para acabar yéndose y dejándote, de tan majos, eternamente agradecida, afectada de un síndrome de Estocolmo de los de manual de psicología.
Los pijos son capaces de conseguir esto porque, uno, se dejan un pastón en camisas, y dos, durante todo el rato que te han tenido prisionera, a la deriva de sus caprichos, han hecho gala de una empatía tan salvaje contigo que tú no has parado de pensar que, si en ese momento te sindicaras para mejorar tus condiciones de trabajo y poder evitar situaciones como la que ellos mismos (los pijos) acaban de provocar, estarían contigo (los pijos) a la cabeza de la manifestación y embadurnando con silicona las cerraduras de los patrones el día de la huelga general.
Son indestructibles, los pijos. A los hippies, no los he visto.