dijous, 4 d’abril del 2013
Sant Jordi, haz conmigo lo que quieras, baby.
Tengo el 23 de abril marcado en rojo en la agenda, pero en blanco. Es como un agujero que otra gente, a base de mails y encuentros en bares, me va rellenando. Ayer por la mañana, Jan me escribía preguntándome si tenía algún inconveniente con estar un rato en la fábrica Moritz; que sea a la hora del vermut, le respondía yo. También ayer por la noche, Damià me decía: al mediodía vas a estar en mi librería, después de los de Mongolia; pues vaya papelón, le decía yo. Hace unos días, Octavio me mandaba un mail diciéndome que me reservaba hueco en la Fnac; a ver al lado de quién me pones; al lado de Noguera o de la abuela de Cuéntame, me decía él; y yo: ¡De Noguera, de Noguera!. También está el stand de Blackie en Gràcia. Y, por la noche, Todó quiere ir de fiesta, pero esa es otra historia.
¿Qué hay que hacer? ¿Tengo que llevar el boli y la carmanyola? ¿Llevo mejor dos bolis? Miqui Otero cuenta que la primera vez que firmó, le tuvo que dejar el boli a Albert Espinosa, que lo tenía al lado y se le había acabado la tinta.
Pregunto todo esto porque el otro día Ben Brooks me dijo que no había estado nunca por Sant Jordi en Barcelona, y yo le dije: uuuuyy... ya veráááás... como si yo supiera de qué va la cosa desde ese lado de la mesa.
Marina Espasa, Ruiz Zafón y demás gente curtida en estas batallas, help me!
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