No sé si ustedes han estado alguna vez en un control de televisión.
Es un sitio lleno de monitores, botones, números, ordenadores, teléfonos, sillas y gente.
En un control de televisión, cuando empieza la grabación de un programa, todo el mundo mira hacia adelante, hacia la pared de los monitores. Hay un monitor para cada cámara y otro que muestra el programa acabadito tal y como se verá en casa.
El realizador es quien decide qué se verá en casa. Pincha una cámara, pincha otra, da paso a los vídeos que se ven durante el programa... El ayudante de realización es quien controla el tiempo, el chyronita es quien controla el material gráfico que se ve durante el programa.
Este jueves pasado, en un control de televisión, además de toda esta gente, estaba yo haciendo un trabajo que no es mi trabajo habitual pero que, circunstancias obligan, me tocó hacer. Y les digo que nunca había hecho nada tan difícil. Miren: yo estaba sentada entre el realizador y el ayudante de realización, ahí, en medio de la mesa de control, mirando a la pared de los monitores, rodeada de un montón de técnicos que sabían que había tantos invitados, tantos colaboradores, tantos vídeos, tantas fichas de libros... Todo el mundo sabía eso: los cuántos y los tantos; yo sabía los qués y los cómos. Yo estaba allá en medio diciendo: "ahora hablará de tal, tenemos el libro", y el realizador le decía a la chyronita: "mete el libro". Yo decía: "Esta pregunta es para tal", y el realizador le decía al cámara cuatro: "cámara cuatro, preparado, entro contigo". Yo decía: "Tenemos imágenes del Madrid de los 50", y el realizador decía: "Pónmelas en el plasma". El realizador decía: "Cámara tres, preparada..." y yo decía: "No, no: ésta es para éste otro", y el realizador: "cámara dos, entonces". Así durante una hora: una hora mirando a unos siete monitores a la vez, sumando y restando minutos de tiempo, escuchando lo que se decía en el plató con una oreja y con la otra lo que se decía en control y, con un rinconcito de la mente, intentando hacer el link con la mente del presentador del programa que me permitiera pensar en ese momento lo mismo que él estaba pensando para ir con él hacia donde él iba y meterle las imágenes que tocaban en ese momento.
Lo que les decía: nunca había hecho nada tan difícil.
Les cuento todo esto porque he estado leyendo demasiadas cosas sobre controladores aéreos últimamente. La correlación entre una torre de control de un aeropuerto y un control de televisión es fácil de hacer: físicamente los lugares de trabajo (monitores, botones, relojes...) se parecen bastante pero claro, ahora viene lo peliagudo: cambien el material con el que se trabaja: cambien vídeos, fotos y rótulos por aviones llenos de personas que, igual que los vídeos, fotos y rótulos, tienen que entrar y salir a su hora. Imaginen que, en un control de televisión, un vídeo no entra a tiempo, una cámara enfoca a alguien que no está hablando mientras por audio se oye la voz de otra persona, un micro se queda sin batería y empieza a hacer ruidos extraños, un foco empieza a sacar humo o amenaza con caer a plomo en un rincón del plató. Ahora imagínense todo esto pero con aviones llenos de gente. No sé, igual es que estoy muy afectada y condicionada en este momento por las cosas, las causas, las consecuencias, las circunstancias y la vida en general pero ahora mismo, si por mí fuera, a los controladores aéreos hay que darles un sí a todo, pidan lo que pidan, en serio: sí.