Vente a comer a Sant Fost. Coge el tren de las 13.33h.
Llueve. Y los trenes parados. Y la salida del mío anunciada para las 14.17h. Le envío un mensaje a O.:
"Diu sortida estimada a les 14.17. Doncs jo no me l'estimo gens, aquesta sortida".
"Vinc a buscar-te", respon.
Aparece con el coche en paseo de Gràcia-Aragó, llevo esperándole media hora, ahí, plantada, indicando direcciones a todos los guiris que me las preguntan: La Pedrera, para arriba; el metro, para la izquierda; el tren, para la derecha. Y ¿Sant Fost? Sant Fost, ni idea. A Sant Fost vamos a ir por una carretera que no cojo nunca pero que es mucho más bonita que la autopista, dice O. ¿Tienes hambre? Mucha. Badalona. Tres vueltas. ¿Si te digo que me he perdido, te lo crees? No podría creerme otra cosa pero no pasa nada: llevo una txistorra. Y llueve, de sed no nos moriremos. ¿Y si nos quedamos aquí mismo? A mí me parece bien. Espera, creo que ya sé por dónde es. Hay muchas curvas, ¿te mareas? No, digo, cuando era pequeña, siempre: en Velate, pero luego lo superé.
No lo superé, no es que el estómago se me asentara; lo que pasa es que hicieron la autovía de Leizarán y mis padres empezaron a atreverse a dejarme sola los sábados en casa, así que me pareció que sí, que ya me había hecho mayor. Estoy mareadísima pero no vomitaré porque me muero de hambre y porque está siendo el mejor viaje en meses. Casi.
Tres horas de Barcelona a Sant Fost.
El mejor viaje en meses. Bah, sin casi.