diumenge, 15 d’abril del 2012

La diferencia entre la Casa Real y yo es que para ellos, un mal mes es aquel en el cual, habiendo sido pillado uno de sus miembros en una serie de negocios turbios y teniendo que vérselas con la justicia -con una justicia a escala, tampoco exageremos, pero bueno, el disgustillo está ahí e incordia bastante-, otro de sus miembros se pega un tiro en el pie y otro, el cabeza de familia, se cae a las cinco de la mañana por las escaleras y se rompe la cadera, con el inri añadido de la cosa ilegal e inmoral (el del pie disparado era aún menor para manipular armas y el de la cadera rota estaba cazando elefantes, animales simpaticones y en peligro de extinción, en Bostwana, gastándose la pasta que el país no tiene pero él sí y tirando de una sanidad que al país no le funciona pero a él sí). Un mal mes para mí, en cambio, es aquel en el cual me cortan la luz por equivocación y me veo metida en un lío de cambio de nombres del contrato, también por equivocación, que me cuesta llamadas eternas, con sus consiguientes cabreos, a Endesa; y, encima, se me estropea el calentador del agua y el administrador decide no pagármelo, y yo me veo duchándome con agua fría unas cuantas mañanas seguidas y desembolsando una pasta que me duele pagar una barbaridad.

¿Ven la diferencia? Al final es todo una cuestión de quién es cada uno. Una Casa Real no está formada por ciudadanos de a pie (y menos ahora, con la cadera rota. Chiste fácil). Si a una Casa Real se le rompe la caldera, la Casa Real ni se entera de que un ciudadano de a pie, para el que de verdad supone una turbulencia en tranquilo transcurrir de la vida que se le rompa la caldera, tiene que venir a cambiársela. A una Casa Real le salen las calderas y los ciudadanos de a pie que se las cambian por las orejas: las Casas Reales están montadas así desde sus inmemoriales orígenes y nosotros, aunque hayamos llegado al mundo y nos lo hayamos encontrado así, tenemos parte de responsabilidad por haber aguantado sus privilegios, por haber incluso tragado con que venían directamente de Dios y no se podían tocar.

Así que, sí, hay una parte de culpa en el ciudadano de a pie de que a esta gentuza no se les peguen los polvos del camino y, como mucho, se les peguen los polvos de la sabana por revolcarse en los cuales han pagado miles de euros, cuando se caen cazando un elefante o subiendo del bar a la habitación del hotel después de haber cazado un elefante, en pleno trance de llevarse el trofeo de la trompa (la suya propia) arriba, a la habitación, a dormirla, que mañana será otro día. Así que, que todo el mundo ahora se sorprenda y se indigne porque el Rey, en plena crisis, estuviera dejándose pastones en Bostwana, perdonen pero es de un infantilismo total.

Una sociedad adulta hace años, décadas, siglos que habría acabado ya con una Casa Real, con todas las Casas Reales. Y lo que más jode es que ya veníamos de una sociedad adulta que había acabado con la Casa Real pero tiramos para atrás; tiramos para atrás para tragar, primero, con un dictador, que si bien parece que fue una cosa bastante inevitable, terrible guerra mediante, se alargó en el tiempo lo suficiente como para que el míster muriera en la cama y encima fuera aplicada a rajatabla su última voluntad: que quedara una Casa Real con plenas funciones de Casa Real (cazar elefantes en Bostwana incluida) rulando en el Estado.

Todo el mundo sabe cómo funciona un dictador y cómo funciona una Casa Real. Pensar que una cosa y la otra iban a funcionar de otra manera, sin extravagancias, sin excesos, sin cacerías de elefantes, perdonen pero es muy ingenuo. Es como echarse de novio al bala perdida del pueblo y esperar que no te meta en un lío y no te la dé con queso a la primera de cambio; es como casarte con un maltratador y esperar que a ti no te meta una paliza el primer día que llegue a casa y no le tengas la cena preparada. Es hacer caso omiso de la información que tienes sobre alguien, como ignorar que el escorpión es un escorpión y echártelo a la espalda para ayudarle a cruzar el río.

Miren, hay que saber con quién se trata y decidir a partir de saberlo si se le quiere tener al lado o no. Que todo apunta a que es un imbécil y se opta por seguir en tratos con él como si no lo fuera, prepárense para la decepción, pero el error es suyo por decidir tragar.

La Casa Real es nuestro error. Aguantarla tanto tiempo ha sido nuestro error sobre nuestro error inicial que fue aguantar tanto tiempo a un dictador. Ahora simplemente hay que ver si la seguimos aguantando o si ya tenemos suficiente información (que mira que nos ha costado darnos cuenta, ¿eh?) para mandarla a tomar por el culo.