(De la gente que te entra así como a contrapelo)
(... que la hay)
No puedo con la gente expansiva. No puedo. Me comen el terreno, me ofenden los oídos (suelen hablar a un volumen tirando a estridente), me ocupan el espacio vital. Y además, tengo todo el rato la sensación de que lo hacen con toda la intención. Que notan que yo retrocedo y les miro de reojo y enseño un poco los colmillos al verlos entrar en mi radio de acción. Y que eso los envalentona.
Me dan mucha rabia y soy capaz de cerrar la boca y pasarme callada (¡yo, callada!) el tiempo delimitado por su entrada y salida en escena, pensando gilipollez, gilipollez, gilipollez, a cada frase que sueltan.
Me pasa tanto de manera presencial como no presencial: hoy mismo, en lo que va de día (y va muy poco de día), le he enseñado los colmillos en dos ocasiones al monitor del ordenador: una leyendo una entrevista en un diario y otra, leyendo unos cuantos comentarios sueltos en Facebook.
No puedo con ellos. Me provocan una necesidad irracional de salir corriendo, soltando bufidos por aquí y por allá, hacia la ducha más cercana. Arg.