(Del infalible mecanismo bloqueapesadillas*)
*Requisito obligado para su perfecto funcionamiento: querer ser victoriana.
Yo llevaba mi ordenador portátil en la mano y mi exnovio, un libro. Yo le hacía un comentario del tipo: "Ya ha pasado suficiente tiempo, podríamos volver, ¿No?", y entonces, él me decía que bueno, que ya bastaba, que me tenía que contar una cosa porque veía que últimamente yo estaba insistiendo y que él ya no sabía cómo decirme que no. Ponía el libro a la altura de mis ojos. En la cubierta decía no sé qué de antiglobalización. Lo abría, señalaba la foto de la solapa y me decía: "He conocido a esta chica, Carolina, y estamos juntos desde hace una semana". Entonces yo gritaba "¡¡¡¡AAAAAAARRRRRGGGG!!!!", con rabia y tiraba el ordenador al suelo. Y en ese mismo momento, lo sabía: "Es un sueño", me despierto y oigo las gaviotas peleándose en el cielo. Y lo de las gaviotas ya no es un sueño: a veces montan verdaderas guerras de graznidos por la noche, vete a saber por qué.
Yo he querido ser victoriana desde antes de saber qué era ser victoriana.
Tenía 10 años, mi padre volvía de la reunión con el profe, me llamaba, me decía: "Tu maestro dice que te portas fatal en clase". Yo le miraba y dejaba que me cayeran dos lagrimones, sin decir ni mu. Él sí que decía cosas. Decía que no llorara, que no podía ir así por la vida, llorando por todo, y que además eso no era ni llorar, que me quedaba ahí plantada mirándole y sólo me caían dos lagrimones y que me dejara de tonterías (a partir de los dieciséis, yo ya era lo suficientemente mayor y él cambió el 'tonterías' por el 'hostias'). Entonces me mandaba a mi habitación. Yo me tumbaba en la cama y lloraba un rato. Y mi madre venía y me decía que no me lo tomara así, que simplemente tenía que portarme mejor en clase, que no era para tanto y que venga, que me estaban esperando para cenar. Y yo, en la cocina, con los ojos rojos. Y mi padre cenando, de los nervios.
Me iba a dormir pensando que era una niña insoportable.
Pocos años después, leí "Madame Bovary" y descubrí que lo que yo pensaba que era ser insoportable se parecía mucho a lo que los libros llamaban ser victoriana.
Desde entonces mi carácter victoriano no ha parado de ir a más: solté los mismos dos lagrimones cuando me senté en el despacho de la dueña de la revista en la que trabajé durante un tiempo, a decirle que lo dejaba; entré en la habitación de mi abuelo poco después de que vinieran a llevárselo, abrí la ventana y me senté en su cama, lagrimones rodando abajo, se secaron, me levanté, salí del cuarto y cerré la puerta, que no volvió a abrirse hasta que mi madre llegó de Barcelona; tragué saliva una vez cuando me llamaron para decirme que la abuela se había muerto; otro día de otra muerte importante, esperé a que pasaran los días de hospital y el trayecto en coche de una hora y pico, para encerrarme en el lavabo y vomitar, literalmente, varias veces; un día, un novio me dijo en mi casa que me dejaba: le dije que de acuerdo, le acompañé a la puerta, cerré y -atención, éste es mi gran logro victoriano- me desmayé, caí redonda, en el sofá.
Por todo esto y más, sé que cuando en una situación de máxima tensión reacciono gritando de terror o de rabia, enfadándome mucho, pegando un portazo o similar, ésa no puedo ser yo despierta. Pienso "es un sueño", abro los ojos y me centro en los gritos de las gaviotas, como he hecho esta noche, o en cualquier sonido del mundo real que me sirva de asidero hasta que estoy totalmente despierta.
Así que, ahí lo tienen. ¡Pesadillas a mí...!