divendres, 13 d’agost del 2010

Dietario de la tienda
Día 5. Viernes

Hoy he estado en actitud más dependienta que cualquier otro día: ha habido más afluencia de posibles compradores que nunca. Mi jefe ya me avisó que eso pasaba los viernes y yo he dado con una explicación: la parte de la humanidad que cumple un horario de trabajo normal, se guía en el tiempo por fines de semana, bueno, por semanas, pero el punto de referencia es el fin de semana. En la tienda, vendemos sobre todo trajes. La mayoría de los mortales, se compra un traje para una ocasión especial, las ocasiones especiales suelen programarse para los fines de semana. Comprar un traje el viernes del mismo fin de semana de la ocasión especial es una temeridad, así que, el viernes anterior uno dice: "¡Pero si la boda es el fin de semana que viene!", viene a la tienda y se compra el traje. Por esta regla de tres, el sábado de la semana anterior a la ocasión especial (o sea, mañana) va a ser el infierno del perfilamiento, entre otras cosas, para mí.

Así que hoy ya he empezado a estar demasiado ocupada como para centrarme en la lectura. Por suerte, el libro de Manguel ha perdido interés. Ya me suele pasar que, según en qué momento coja uno un libro, me entra más por un lado que por otro y a mí, ahora que estoy en plenos pinitos obsesivos de escritura, me ha entrado por el lado que más me tocaba: el de la historia del señor con la muerte pensada de la que les hablaba ayer. Una vez acabado este famoso capítulo noveno -el del hallazgo de la referencia, el que me hizo llenar un trozo de papel de nombres de autores y pasarme ayer por La Central a buscar el Malraux (que no tenían)-, el estudio de Manguel se pierde un poco en parloteos sobre diferentes ideas, más o menos interesantes, tanto sobre las historias homéricas como sobre el mismo Homero.

Salvando los capítulos dedicados a la distinción entre los libros que instruyen y los libros que acunan -con menciones al Werther, de Goethe-, y al "Ulises" de Joyce, los demás van haciendo hincapié en temas que, a mí, ni fu ni fa. Por ejemplo, hay uno titulado "Madame Homero" en el que se presenta con todo detalle la teoría de Samuel Butler según la cual Homero fue una mujer. Griega, para más señas. Ha sido leer esto y pensar yo: "Y ¿a mí qué? ¿No habíamos quedado que quién fuera Homero, si realmente fue un quien y no un quienes, no tiene la menor importancia?" Además está el tema: ser mujer o no serlo. A mí me importa un pito ser una mujer. Me importa tan poco que si la femineidad fuera un club, entendería perfectamente que me echaran por falta de interés.

Pues más o menos en ese capítulo estaba cuando ha entrado en la tienda una mujer muy metida en un papel de mujer históricamente mal entendido, de una estrogeneidad aberrante que se veía potenciada al ir acompañada de un marido sumiso, mero personaje acatador de órdenes, sufridor de broncas y pagador de camisas -porque, eso sí, las camisas las pagan ellos-. No estoy exagerando: la señora en cuestión le ha metido un sermón de padre y muy señor mío a su marido por no entrar en un polo talla XL. Después de un par de reproches salidos de tono verbalizados en forma de "¿Ves? Has engordado. ¡Has engordado!", me ha mirado con cara de disculparse no por sus berridos sino por su "él" gordo. Y me ha sabido muy mal decirle que no me quedaban XXLs de ese modelo; ha sonado como si en realidad le dijera a él: "¡Es que has engordado tanto que te has salido del tallaje!". A lo que ella seguramente me habría respondido con un mamporro alegando que a su "él" sólo le grita ella, que para eso es suyo.
Aún estaban éstos saliendo de la tienda cuando ha entrado una pareja mucho más joven. Él ha preguntado: "¿Tenéis corbatas azules?". "Azul eléctrico, el traje es azul eléctrico", ha dicho ella marcando mucho el "eléctrico" (en este momento me he sonreído porque un rato antes había entrado una señora preguntándome por los polos azul galáctico). Les he acompañado a las corbatas. Él ha cogido una y ha dicho "Ésta", ella se la ha quitado de las manos diciendo "esto no es eléctrico" y me la ha dado. "Pues es todo lo que tenemos", he dicho yo. Y se han ido. Y he vuelto a la señora Homero.

Según Butler, Homero sólo podía ser una mujer, entre otras razones irrefutables porque creía que un barco tiene un timón en cada extremo (como puede verse en el Canto IX de la Odisea) y que un halcón puede desgarrar a su presa en pleno vuelo (según lo que explica en el canto XV). O sea, para Butler, es absolutamente imposible que el género femenino sepa algo sobre barcos y sobre halcones (o eso o lo que piensa es que es absolutamente imposible que cualquiera de los dos géneros sean capaces de permitirse una licencia artística en favor de la lírica).
Me gustaría a mí ver al tal Butler comprándose camisas acompañado de su señora.

Lo que vengo a decir es que ser mujer según los papeles que nos dan tanto los maridos a la hora de comprar ropa como los interpretadores de nuestras obras, no me interesa lo más mínimo. La historia esta de existir, ¿no va de trabajar, sacarse uno mismo las castañas del fuego, disfrutar y ser lo más libre posible? ¿Cómo es que a las mujeres se nos sigue pidiendo este tipo de actitudes? Y lo que es peor ¿cómo es que la mayoría entra al trapo de desempeñarlas? A mí me gustaría quedarme tranquila con mis licencias líricas y que no esperen de mí ni que elija por nadie ni que grite a nadie por unos kilitos de más. De hecho me gustaría que nunca, nunca me presupusieran nada por el hecho de ser una chica.