dimecres, 23 d’octubre del 2013

Que lo de la reflexión posterior está muy bien, pero que a veces me pregunto para qué sirve.

Servidora lleva tirándose de los pelos con todo esto de lo literario o no desde hace mucho tiempo; desde antes, por ejemplo de que, hace años, me viera atrapada en un vagón de metro, rodillas con rodillas, con una compañera de trabajo que me insistía en preguntarme a ver por qué unas cosas eran buena literatura y otras no, que a ver quién lo decía, que a ver si valía más lo que dijeran cuatro señores aburridos que se habían pasado la vida estudiando que lo que dijeran miles, ¡millones! de personas que se lo habían pasado muy bien leyendo un libro. Yo ese día contaba las paradas que pasaban -demasiado despacio- dirección pza. Catalunya, que era donde me tenía que bajar, sacudir la cabeza, hacer una honda inspiración y acordarme de qué había pensado esa mañana que tenía que comprar sin falta en el súper, en el camino de vuelta a casa.

El libro del cual hablaba tan vehemente defensora de lo literario de lo mainstream pongan que fuera "La catedral del mar", aunque no lo era, porque no había salido aún entonces, pero para que se hagan a la idea; podría haberlo sido, igual que lo podrían haber sido las sombras de Grey, Jo confesso, cualquiera de los del Larsson o aquel del niño empijamado. Gran literatura, sí, claro; no recuerdo ni de qué libro hablaba ni creo que ella recuerde ya no el título del libro sino la totalidad de la conversación.

Todo esto estaba pensando esta tarde mientras leía los tuits que mis amigotes del tuiter colgaban en referencia a este artículo del Núvol, y pensaba en enviarle un DM al @senyorforns, que era el único que me venía a la cabeza que, pudiendo estar en la conversación también, no lo estaba porque anda por ahí lejos, que dijera: "Fornets, t'estàs perdent un parell de coses importantíssimes que, quan tornis, ja no importaran gens". Porque ya no importará nada todo esto cuando haya vuelto Forns, porque es una de esas reflexiones a posteriori que les decía al principio de esta entrada que no sé, de verdad, para qué sirven.

Y no sé para qué sirven porque creo que se están manteniendo, la reflexión y la discusión, sobre algo que no es. No es crítica literaria lo que publican muchos diarios en la sección de libros ni lo que publican la inmensa mayoría de los blogs ni revistas digitales. No es crítica literaria ni nada de eso lo que publico yo aquí cuando me da por hablar de un libro; no lo es. En parte por esto último que acabo de decir, porque tengo muy claro lo que es una cosa y lo que no, es por lo que no tengo los santos arrojos de ir por ahí pidiéndoles a destajo a las editoriales ejemplares gratuitos de muestra; y también es por eso por lo que no tengo reparo en poner aquí por las nubes libros de amigotes, eso sí, tampoco me verán aquí hablando de un libro que no me haya gustado como para ponerlo por las nubes por la simple razón de que nunca, jamás, me verán en el trance de mentirle a un amigo ni piadosamente ni, mucho menos, sin necesidad.

Lo que sí que me verán hacer es rajar con toda la mala baba de algo que me han querido pasar por bueno y no lo es. Y eso, amigos y no amigos, es lo que prohíben hacer en los diarios si el autor es amigo ya no tuyo sino del jefe, y sé tan de primera mano esto que digo que no puedo decir nombres ahora, aquí, y menos en tiempos de crisis. Y ese es el problema: que el pobre crítico sí sabe quién es el amigo del jefe, pero el lector, sentado en su sofá, con el suplemento literario entre manos, no. Así que el pobre crítico que quiere ser crítico nunca acabará de serlo si además quiere conservar una cosa tan prosaica y tan poco literaria como la nómina.

Total no es crítica todo esto; es colegueo, es promo, es autobombo de capelleta propia o de algún superior, es aprovecharse de que alguien tiene tirón. Es el galagonzalismo de la industria editorial, es hacerle una foto a Marichalar justo en el momento en que hojea el libro de Urdangarín.

Y funciona, claro, para vender hoy, que es la manera cutre de funcionar que nos hemos inventado y el aro por el que estamos haciendo pasar a la literatura y al arte en general.

Es ruido todo al final, follón, moda, todos elevados a la enésima potencia ahora que los emisores se han multiplicado también por mil. Es ruido que no hace sino evidenciar dos cosas: cómo el emisor ha optado por rebajar la calidad de lo emitido simplemente por hacer amigos y por hacerse oír por cuanta más gente mejor (piensen ahora en el atajo que supone que te publiquen en sitios como Núvol para este último fin), y las pocas ganas del receptor de parar un momento y ponerse a pensar qué decide él y no quien le esté cayendo mejor o quien esté gritando más.

Que la discusión no es, en fin, si la crítica es fiable y libre de amiguismo o no, que la discusión es si la crítica es crítica o no lo es. Igual que la discusión ha sido siempre si la literatura es literatura o no lo es.