Así como medio trastocada por culpa de un gatito que el sábado me encontré en el portal. Suerte que no lo tengo en casa -está en casa de Jaume- y que no he sucumbido a la tentación de inventarle un nombre -Jaume lo ha hecho (Tomeu) y se ha creído el milagro de haber superado, de la noche a la mañana, una alergia que él sabe que no se va, que ayer se despertó llorando-.
Yo sé que en el fondo lo mío es sólo nostalgia: el gatito en cuestión es igualito igualito que el Koldo de pequeñín, un poco más grande que cuando lo encontramos. Por suerte no tiene un ojo infectado ni una vértebra (¿son aún vértebras las de la cola?) fuera de sitio. Tampoco tiene el miedo atroz que tenía y aún tiene el Koldo al género humano en general. De hecho, estas tres cosas son las que le he contado al veterinario: "No tiene infecciones en el ojo ni huesos fuera de sitio ni miedo", y me he dado cuenta de que se lo contaba señalando al gatito con mediodesprecio. Pura fachada: todo el mundo sabe que me lo quedaría, que me pasaría el día haciéndole carantoñas y que le pondría de nombre Kurtz (coronel), por seguir con la K de Koldo y Kika y por haber coincidido su aparición con la mía en la editorial Navona (con el gran Conrad en el catálogo). Pero no.
Adóptenlo, por favor, o llévense a Jaume a Lourdes a ver si se cura de verdad y me puedo quedar con el coronel (al que disimuladamente llamaré Tomeu) aunque sólo sea como vecino de escalera.