Normalmente, cuando voy a la playa lo único que consigo es ponerme de mal humor. No me gustan nada ni los niños gritones ni las abuelas gritonas ni los adolescentes gritones ni los maricas gritones hiperbronceados ni las madres gritonas ni los padres que pasan de todo (bueno, estos últimos son los más soportables). Así que no sé por qué he decidido que estos días que me quedan de vacaciones voy a ir a la playa. Pero como lo he decidido, lo hago -así soy yo- hasta que decida dejar de hacerlo.
Con esta puesta en situación que les acabo de hacer pueden imaginarse que he ido todo el trayecto del 64 desde el Paral·lel hasta el paseo Joan de Borbó pensando "¿Para qué voy? ¿para qué voy? ¿para qué voy?...". He llegado a la playa, he extendido la toalla, me he medio despelotado, me he sentado y he pensado: "¿Para qué he venido?".
Intentando hacerme ver que no ha sido tan mala idea venir, me he preguntado "¿qué estaría ahora haciendo en casa?", me he respondido "seguramente leer... ja! He traído un libro, puedo hacer lo mismo que estaría haciendo en casa a la vez que ponerme morena..." Pues no. ¿Han probado a leer un libro mientras Pol, el niño de al lado, no para de llenarle a su madre la toalla de arena? Es imposible. Entonces, he mirado al horizonte (borroso; no llevaba puestas las gafas) y me he vuelto a preguntar: "¿Qué hago aquí?" Y me he respondido: "Nada" Y me he preguntado: "¿Qué hace toda esta gente aquí?" Y me he vuelto a responder: "Nada". Y entonces me he dado cuenta de que estaba filosofando. Me estaba haciendo todas las preguntas existenciales de la historia de la humanidad ahí mismo: en la playa, toda embadurnada de protección 15.
Del qué hacemos aquí (en la playa) he pasado al qué hacemos aquí (en el mundo), al para qué tenemos hijos (la madre había echado a Pol al grito de "Fot el camp que no vull veure't ni en pintura!!"), al para qué intentamos leer libros (aún tenía el libro que había llevado en la mano), al para qué nos metemos en el agua (Pol acababa de salir y su madre ya le estaba gritando "Fes el favor d'assecar-te bé!!!), para qué nos ponemos bronceador (Pol se lo acababa de poner y ya quería irse otra vez al agua)... Mis respuestas a todo son "nada" o "para nada".
Entonces el padre de Pol ha vuelto del agua con un cubo. Se lo ha enseñado a Pol diciéndole: "Mira Pol: un pez". Pol ha cogido el cubo y lo ha vaciado en la arena. "Pol, ¡que se va a morir el pez!" ¡PUM! Tremenda conclusión trágica en mi cabeza: Venimos para nada y nos acabamos muriendo (Fácil ésta, ¿no? Bueno, llevaba ya una hora al sol, tampoco daba yo para mucho más...).
Me he quedado así como hecha polvo durante unos dos o tres minutos. Pero luego he remontado: Pensándolo bien, venir para nada es un gran descanso. ¿Qué queda? Vivir y ya está. Pues habrá que vivir bien. Claro que puede que lo que yo (que he venido para nada y no soy nada) entienda por vivir bien no coincida con lo que Pol (o cualquier otro vecino que también ha venido para nada y no es nada) entienda por vivir bien... pero qué más da si encima, por más que nos guste pensar lo contrario, en una perspectiva de infinitud espacio-temporal, cualquier cosa que nostros (o lo que es lo mismo: la nada) hagamos importa más o menos un pimiento.
Tengo que acabar de pulir todas estas cosas que me han venido a la cabeza. De momento, voy a comer y a echarme una siesta. Mañana vuelvo a la playa.