De cuando, leyendo a Saki, me engancho a Downton Abbey. Entro al día siguiente en la sección 'sociedad' del diario y me llevo una decepción morrocotuda.
Hemos estado los vecinos de Carretes liados estas últimas semanas con la gestión del bloque, que es como una casona encorsetada porque estando extramuros, nos creció alrededor una ciudad.
No se crean que no soy consciente de que mi bloque es lo que es y nunca fue un palacete victoriano; es que conozco a la heredera, o a quien lo habría sido, al menos, si los pisos, como algunas carreras, se adquirieran por la experiencia de vivirlos, que es experiencia mucho más válida que comprarlos o que hasta construirlos. Pero no, esa experiencia no cuenta; si contara, Gemma habría sido la tercera generación de su familia en Carretes Abbey, yo podría haber entrado como su ayuda de cámara, por ejemplo, Antonio como su amo de llaves y Jaume como el cocinero. Craig, como más aún: Craig podría haber sido el ayuda de cámara de la época de la tía abuela de Gemma, y ahora, no quedando nadie de la familia incial, sería el jefe de todo esto, que no se crean que no lo es un poco ya; y habría sido Craig quien echara a los ocupas del tercero a quienes echaron el fin de semana pasado, si alguien los hubiera tenido que echar.
Pero bueno, todo esto no va así. Ni lo del derecho al piso por vivirlo ni lo de las crónicas de sociedad. Porque ya me dirán qué noticia es la noticia de mañana, en qué sección va que Soraya llorara, que Soraya llorara en el momento que daba viviendas no habitadas, y cómo nos la tendremos que tomar.
A mí que un jefe llore me da miedo, y más si llora en el momento en que me está haciendo un favor. Imaginen que viene el jefe y les dice con lágrimas en los ojos: "Tómese unos días de vacaciones, para que pueda estar con los suyos y tenga menos preocupación". A mí me daría un soponcio de pensar que está a punto de darme un soponcio: de pensar que estoy desahuciado o así; o me daría un soponcio de pensar que está disimulando, que en cuanto salga por la puerta me la va a cerrar y a cambiar la cerradura para nunca dejarme volver.
Soraya ha sido la viva imagen del amo del perro en la sala de espera del veterinario, a la espera de la inyección tranquilizante, el día que el bicho ha dado señales de tener la rabia. Bueno, Soraya -y le digo por el nombre porque ella hace un rato hacía como si nos tratara de tú- ha sido peor, porque Soraya ha hecho como si llorara y luego se aguantara para no llorar. Soraya sabe que ha hecho lo que hacía falta hacer para que no (se) le crezcan los enanos, para que no le muerdan los perros, los que llevaban ya tiempo sin tener ya nada que perder, los que, como los de Etxauri antes de ayer, se quedaron sin casa y acabaron vagando por ahí. Pero seis mil casas a entre 150 y 400 euros de alquiler, son pocas casas y son casas caras para quien no tiene con qué pagar. Hay demasiados perros pobres sueltos y el tiempo en esto sí que acaba convalidando derechos para acabar haciendo una revolución o, si quieren, una desesperación.