Un poco de dietario sentimentale de lo que viene siendo el día
Le comento a Marina que hace tiempo que no vemos a Miquel y que tengo ganas de quedar con él a tomar una cerveza. Estamos grabando. Tres figurones de la cultura actual hablando entusiasmados, como si fueran niños pequeños, sobre Literatura y Arte. Pero figurones, figurones -no digo tontería- y sobre Literatura y Arte –no pongo mayúsculas porque sí-, y yo pienso en Miquel y en hace cuánto que no tomamos una cerveza, y se lo digo a Marina y Marina me dice que sí. Y volvemos a quedarnos las dos absortas mirando en un monitor lo que está pasando al otro lado de la pared de la habitación en la que estamos nosotras.
Acaba el programa. Que acabe un programa ahora no es como cuando acababa un programa hace tres ni hace dos meses ni hace uno. Que acabe un programa ahora es como ir leyendo en el metro, ver que sólo quedan tres paradas y hacer riiiiias con las páginas que vienen del libro para ver si te da tiempo de acabar el capítulo antes de llegar. Y ver que no.
Y durante todo este rato, yo sigo con el runrún de que hace mucho tiempo que no tomamos una cerveza con Miquel y caigo en que si me preocupa tanto que hace tanto tiempo que no tomamos una cerveza con Miquel, es seguramente porque estoy bajo los efectos del síndrome del final de las cosas importantes, por el que una acaba pensando que son todas, y no sólo una, las cosas importantes que van a acabar.
Todo esto que les acabo de contar, ha provocado que acabe en un mode tirando a dramático de más, escribiendo un email no sólo a Miquel sino también a Joan, al que ellos, si estuvieran leyendo ahora mismo como servidora las cartas que Armand Obiols envió a Mercè Rodoreda, responderían con un tranquilizador “no estiguis trista, Isabel, si us plau: no ho estiguis”.