Me doy cuenta de lo allá que está Mallorca cuando me entero de que Jaume no conoce el "Na beira do mar". Me doy cuenta de lo allá que está Jaume cuando, después de escucharme cantar la primera estrofa y el estribillo, me dice la canción es muy Hidrogenesse. Me doy cuenta de que yo también tengo un pie allá cuando le digo que tiene toda la razón.
Como a mí me gusta que Jaume esté cerca y me gustaría que cualquiera de las canciones que cantamos cualquiera de los dos las pudiéramos cantar a dúo, le canto "No levantes tando el vuelo", la jota, y no con malos resultados: aguanta como un campeón escuchándome hasta que termino e incluso acaba poniendo los brazos en jarras como yo.
Le explico que yo de pequeña, en Peralta, iba a la escuela de jotas dos días a la semana y que allí me enseñaron esta que no pocas noches he acabado cantando a altas horas de la madrugada, a dos voces, con Itzi, sentadas en cualquier portal. Vale, más derrumbadas que sentadas, pero con las manos en la cintura, eso siempre. Hubo una temporada en que las noches acababan invariablemente o con la jota o con "Perfect day", de Lou Reed, y esta última nos la cantábamos a partir de cierta hora y de cierto número de bares, a la primera de cambio, mirándonos arreboladas la una a la otra y poniéndonos morritos a cada with youuuu.
Las noches eran largas, nosotras jóvenes y de variopintas referencias musicales y solíamos acabar volviendo a casa cruzando la Vuelta del Castillo, haciendo eses que no llegaban a ser delatoras por ir marcando nuestros pasos un angosto caminito encementado en medio de tanto verde: el caminito que va desde la Avenida del Ejército hasta la de Sancho el Fuerte, de un lado al otro del parque. Una vez en Sancho el Fuerte, Itzi ya estaba en su casa, yo seguía andando y, entonces sí, mis eses se magnificaban hasta alcanzar las dimensiones de las de un borracho de tebeo: se hacía más largo el recorrido del tramo final hasta mi casa que el de Lo Viejo hasta casa de Itzi.
Siempre he pensado que las aceras de Iturrama son demasiado anchas.
Por cierto: Todo esto venía a cuento de que Jaume me ha arreglado el tocadiscos. Me lo ha arreglado de casualidad: el plato giraba demasiado rápido, lo ha querido destripar a ver qué le pasaba pero no teníamos un destornillador adecuado, así que nos hemos puesto a hablar de otras cosas y otros asuntos, mientras él ha seguido enredando con los botoncicos del cacharro y, de repente, la música sonaba a su justa velocidad. Ha sido eso, abrir una botella de vino para celebrarlo y poner todos los discos en la mesa para pegarnos la gran sesión del recuerdo, todo en uno. Del recuerdo, porque hacía unos dos años y pico que ese tocadiscos no iba bien y que los vinilos acumulaban polvo, casi tanto polvo como el que estaban acumulando también en mi cabeza las jotas, los cantos de borrachinas y las expediciones a casa a altas horas de la madrugada que, hace años, acabábamos haciendo Itzi y yo con tanta rutina y normalidad.
(Joder, qué nostálgica me he puesto. ¿Quién me iba a decir a mí que el "No levantes tanto el vuelo" iba a acabar resultando tan premonitorio...?)